Cuca Casado

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Manadas, bufones y censura

© Cuca Casado — La Gaceta 2023

La sátira está incardinada en nuestro ADN. Tiene y ha tenido una presencia constante en las manifestaciones creativas y de expresión del ser humano. Concebida para generar sorpresa o estupor, para hacer reír, se hace presente como instrumento de denuncia social, llegando a ser un arma idónea para hacer crítica social desde la inteligencia. Toda una manifestación de la libertad de expresión y de la creación artística, derechos fundamentales concebidos como límites a los desmanes en el ejercicio del poder.

En la Antigüedad Clásica ya se hacía uso de ella para humorísticamente señalar las fallas en el tejido sociocultural de la sociedad. Tenemos “Las ranas” de Aristófanes, una comedia griega del siglo V a.C. con la que se burla de la política y la sociedad ateniense. También "El Asno de Oro" de Apuleyo, una novela satírica romana del siglo II d.C., que se centra en las desventuras de un hombre que es transformado en un asno y su búsqueda por recuperar su forma humana. A través de esta trama, Apuleyo critica los vicios y las debilidades de la sociedad romana, así como las supersticiones y los abusos de poder en la religión y la magia. Más significativo aún, "Las sátiras" de Juvenal (poeta romano del siglo I y II d.C.) que escribió una serie de sátiras en las que critica la decadencia moral y social de la Roma imperial, abordando temas como la corrupción política, la desigualdad social, la hipocresía de la élite y los excesos de la sociedad.

No es hasta los siglos XVIII y XIX cuando la sátira social tiene un papel destacado en la crítica y la reflexión sobre los acontecimientos sociales, políticos y culturales de la época. Durante este período, se produjeron importantes cambios sociopolíticos, como la Revolución Francesa, la Revolución Industrial y el surgimiento del liberalismo y el nacionalismo, que generaron tensiones y conflictos que se reflejaron en la sátira. Escritos satíricos, caricaturas y grabados fueron utilizados para criticar a la nobleza, la monarquía y la Iglesia, así como para cuestionar las desigualdades sociales y los abusos de poder. Un ejemplo destacado es la obra "Cándido" (1759) de Voltaire, que utiliza la sátira para criticar la intolerancia religiosa, la injusticia social y la crueldad humana. Con el surgimiento de la prensa y la expansión de la alfabetización, la sátira social se difundió ampliamente a través de periódicos y revistas. Estas publicaciones, como "Punch" en el Reino Unido y "Le Charivari" en Francia, se hicieron populares y utilizaron la sátira, siendo las caricaturas políticas y las viñetas humorísticas herramientas comunes para ridiculizar a líderes políticos, figuras públicas y las contradicciones de la sociedad. Pero la sátira ya empezó a enfrentarse a desafíos y restricciones, especialmente en entornos políticos autoritarios. En algunos casos, los gobiernos censuraron y prohibieron publicaciones satíricas que se consideraban subversivas o peligrosas para el orden establecido. Sin embargo, en países con mayores libertades, como el Reino Unido y Francia, la sátira social floreció y se convirtió en una forma importante de crítica y expresión artística.

En la actualidad, la sátira sigue siendo una herramienta crítica para cuestionar el statu quo y desafiar las estructuras de poder, abordando temas sensibles y tabú y desestabilizando narrativas dominantes. Todo ello posibilita abrir el espacio para el debate y la discusión. Es más, tiene un potencial democratizador, ya que facilita a las personas expresar su descontento y disentimiento de manera creativa y humorística, pudiendo desarmar el poder y poner en evidencia la hipocresía de aquellos en posiciones de autoridad. Es más, podría desafiar la complacencia y el conformismo, alentando a la sociedad a cuestionar sus propias creencias y comportamientos. Disponemos de películas como “Network” (Sidney Lumet, 1976), una sátira oscura y profética sobre la industria de la televisión y los medios de comunicación en Estados Unidos, de programas de televisión como “The Daily Show with Jon Stewart”, que se centraba en la sátira política y mediática a través de monólogos y entrevistas irónicas, o los monólogos de Ricky Gervais. Sin olvidar series televisivas como “Black Mirror” y sitios web como “The Onion” (periódico satírico que parodia los medios de comunicación y las noticias).

Pero, ¿la libertad de crítica satírica merece siempre una protección preferente? ¿Es una libertad absoluta? Si no es así, ¿dónde están sus límites?

La cara oscura de la sátira

En Estados Unidos, la Primera Enmienda a la Constitución no impidió que se condenase a Lenny Bruce por el delito de blasfemia como consecuencia de sus sátiras publicadas en entrevistas y números cómicos. Mismo delito para Javier Krahe por unas imágenes en las que se cocinaba un Cristo (absuelto posteriormente). Seguramente recordaran el “secuestro” del número 1.573 de la revista satírica El Jueves en cuya portada aparecía Felipe de Borbón y su mujer Leticia, en una clara postura sexual, y se le atribuía un diálogo a Felipe de Borbón en el que —bajo el título "2.500 euros por niño"— y dirigiéndose a su mujer dice "¿Te das cuenta? si te quedas preñada... ¡Esto va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida". Además, cómo olvidar el caso de Charlie Hebdo (revista satírica francesa atacada por extremistas islámicos), el caso de Dieudonné M’bala M’bala (cómico francés objeto de múltiples acciones legales donde se le ha acusado de incitación al odio racial y negación del Holocausto por sus comentarios y actos satíricos), o el de Erdem Gündüz (bailarín turco que con su performance durante las “protestas de Gezi” en Turquía fue objeto de represión y persecución).

En general, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) ha reconocido la importancia de la libertad de expresión y la sátira como forma de crítica social, subrayando que el derecho a la libertad de expresión abarca incluso las expresiones que pueden resultar ofensivas o perturbadoras para algunos. Sin embargo, también ha reconocido que la libertad de expresión no es absoluta y puede estar sujeta a ciertas restricciones legítimas, como puede ser incluir la protección de los derechos de los demás, como el derecho al honor, la reputación o la privacidad, así como la prevención de la incitación al odio o la violencia. El TEDH en sus fallos ha sopesado el derecho a la libertad de expresión con otros derechos e intereses en juego y, en general, ha adoptado un enfoque cauteloso, considerando el contexto, el alcance y la intención de la sátira en cada caso particular.

Es innegable que la sátira plantea desafíos y límites. Provoca controversia y polarizaciones, ya que el humor y la ironía pueden ser subjetivos y pueden interpretarse de diferentes maneras. Pero si la sátira pasa a condenarse por lo penal ¿qué dice de nosotros como individuos y como sociedad? Considero que nada bueno. Y es necesario recordar que nunca en España se había condenado penalmente por una publicación irónica hasta ahora.

Juicio a la sátira

Por increíble que parezca, en España la ironía ha sido sometida a juicio por la vía penal y ha suscitado muy poco apoyo social y político. Me refiero al caso del colectivo ultrarracionalista Homo Velamine y el falso Tour de la Manada. Para ponerles en situación, Homo Velamine entre el 3 y el 5 de diciembre de 2018 ofreció un cebo (página web con un falso tour), que los medios difundieron en masa sin contrastar, incluso después de que la página recogiese el desmentido el día 5. Era un fake que pretendía criticar el sensacionalismo de los medios de comunicación y fue objeto de otros muchos bulos, dando lugar a un proceso penal meses después. Como si una “noticia” de El Mundo Today se tratara como una noticia real. Un juicio en el que se interpreta su ironía de forma literal. Es llamativo y preocupante, a partes iguales, que la realidad siempre ha estado a mano, pudiendo contrastar la información; sin embargo, los medios de comunicación y el sistema judicial se han retroalimentado, añadiendo capas y capas de desinformación. Tan preocupante como que todo el mundo habló de la web pero nadie la vio o la quiso ver. Una página que a día de hoy se puede consultar y hacer un recorrido por la desinformación y la hiperjudicialización de la mano de Homo Velamine. La sentencia: 18 meses de cárcel y 15.000 euros de indemnización y costas, que junto con los costes de todo el proceso la cuantía asciende a 40.000 euros. Dicha sentencia recae sobre Anónimo García, líder de Homo Velamine.

Seguramente recuerden que, cuando sucedió la agresión por parte de la Manada, los medios de comunicación durante semanas y meses estuvieron sacando una y otra vez reportajes en los que hacían el mismo recorrido que hizo la Manada aquel día. ¿Aquello no supuso un daño a la víctima? ¿No se la estuvo revictimizando una y otra vez? Entonces, ¿por qué la sátira de Homo Velamine, con su falso tour y desmentido, sí se consideró un menoscabo para la víctima? En la sentencia se recoge que la joven “vio expuesto su sufrimiento, minimizado, banalizado y utilizado, en aras de una presunta crítica, en un claro desprecio a su dignidad”; estas motivaciones que son totalmente comprensibles, ¿por qué no se aplican con los medios? Se hace difícil aceptar que lo inexistente (tour) dañe y, sin embargo, el tour mediático por parte de los medios de comunicación no dañe.

En Nadie se va a reír, Juan Soto Ivars narra los periplos de Anónimo y su grupo Homo Velamine, sus incontables burlas y sátiras y su particular filosofía destinada a combatir la autocomplacencia. Ofrece un análisis pormenorizado del circo sensacionalista y lo acompaña de reflexiones en torno a la epidemia de propaganda, moralismos y literalidad que dificulta interpretar la complejidad de la realidad cuando ésta “ataca” a los dogmas de la tribu. Soto Ivars señala algo clave: el tabú en el que se ha convertido la Víctima de la Manada. Todo aquel que toca el tabú queda cancelado, prohibido, excepto si están investidos de algún poder mágico, como el que han tenido los medios de comunicación hasta ahora.

Muy posiblemente Homo Velamine subestimara al rival y midiera mal las consecuencias, pero no podemos olvidarnos que las performances pueden cuestionarse desde un punto de vista artístico y estético y desde su utilidad política, pero muy difícilmente a nivel moral.

Vale más un buen titular que la verdad

El deseo bienintencionado y quizá mal articulado de Homo Velamine puso de relieve el sensacionalismo de los medios que dieron una cobertura morbosa de una agresión sexual sin que ello aportara información. Además demostraron lo fácil que es colar una noticia falsa que vendían los medios de comunicación como real. Y lo más grave: pusieron de manifiesto que los espectadores nos creemos cualquier cosa. Se ha integrado tan bien el sensacionalismo en nuestra cotidianeidad que se ha olvidado que puede dañar a terceras personas.

Del mismo modo que es un clásico inventar noticias por parte del periodismo, lo es dar difusión a comentarios indiscretos sobre asuntos ajenos por parte de la sociedad. Lo novedoso es la proliferación, generalización y normalización de las noticias falsas. En otra ocasión y en otro medio, hablaba de que vale más un buen titular que la verdad, ya que cabe preguntarse si los medios de comunicación crean “hechos” nuevos al convertir en noticia algo que no lo es. No me cabe duda que estamos ante una guerra de clicks: cuanto más sensacionalista sea el titular y cuanto antes se actualicen las noticias —y resulten menos contrastadas— se obtienen más clicks. Y claro, a más clicks, más ingresos publicitarios. Sin olvidar que quienes dan las subvenciones tienen una influencia en los contenidos a publicar y cómo. Por ello, los medios, en lugar de apostar por la veracidad de los hechos e informar asépticamente incurren en sensacionalismos alrededor de la historia. Optan por el morbo y divulgan noticias alarmistas. Viven de la agitación, de convertir a las personas en masas divididas, a favor o en contra. Viven de conseguir visitas a través de titulares con gancho, para generar así más visitas. Es lo que se denomina “clickbait” (cebo de clicks).

De este modo, medios de comunicación y redes sociales avivan el ambiente crispado, alimentan a las turbas, para así garantizar que se sigan abriendo sus enlaces a las noticias y que se compartan las noticias sin leer la mayor parte de las veces. No comprueban los datos, no comprenden los conceptos y confunden habitualmente correlación y causalidad. Ni que hablar de las estadísticas que hablan de ellas sin contextualizarlas y mucho menos sin contrastarlas. Todo ello está dando lugar a un estado de embotamiento y nuevas formas de alienación que impiden una reflexión. No importa la verdad, la realidad, lo certero. Importa la audiencia y todo vale por generarla.

Así, hemos llegado a vivir en un clima de irritación constante en el que los medios de comunicación, junto con las redes sociales, han generado un nuevo tipo de censura, que imposibilita conocer la realidad (a través de ellos) y hemos de conformarnos con una realidad cualquiera, la que sea que quieran contarnos. Pero no son los únicos responsables, la sociedad también es partícipe de este clima. Empujados por la sed de reconocimiento, los usuarios también somos partícipes de este relativismo de la verdad, de la censura y el menoscabo de la libertad de expresión. Si reaccionamos rápido puede que aun estemos a tiempo de evitar un nuevo Mundo feliz. Se puede opinar, pero para ello hace falta criterio propio, tiempo y reflexión, y preguntarse ¿y si lo que hoy parece evidente, mañana se demuestra imaginario, ficticio o falso?