Sobre la agonía y la muerte
"Yo conocía a uno que, cuando escribía alguna carta, ponía lo más importante en la posdata, como si fuera algo accidental." — Sir Francis Bacon
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Val Muñoz de Bustillo.
Fundador de Polymatas.com, el podcast para aprendices de polímata que aspiran a ser cada semana un poco más sabios.
Cuca Casado.
En la rendición está el poder.
Las cartas están publicadas de la más actual a la más antigua. Es decir, que la primera correspondencia que se lee es la última escrita.
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Cuca C., 07 de diciembre de 2022
Val,
Los puntos suspensivos pueden ser traicioneros y llegar a evocar temor, duda o vacilación. Sea como fuere, invitan a imaginar que se esconde tras ellos.
Debo confesarte que trabajo por salirme de lo cuadriculado; soy también de las que busca respuestas correctas, concretas. Sin embargo, con el tiempo, lo vivido y aprendido, la incertidumbre no me genera tantas molestias. Al menos en algunas cuestiones o momentos. En otras no voy a negar que me llega a generar miedo el no saber. Pero tiene su encanto también.
Qué honor y qué ‘responsabilidad’ saber que tu padre nos lee. Comprensible que te llamase la atención, pero también entendible que aflore o se recuerde con cierto sabor “amargo” y más intenso las despedidas más difíciles, decadentes e inesperadas. Las tragedias reverberan más que las alegrías, con repasar la actualidad sobre nuestra Historia parece que todo han sido tragedias, desastres y crueldades…
Mucho podemos y tenemos que aprender de nuestros mayores. Está claro que la época que les tocó vivir les curtió en diferentes aspectos. Escasez, hambruna, guerras, enfermedades, sucesos que mantenían la supervivencia a flor de piel y creo que ello se nota en ese final, en la satisfacción que (muchos) tienen y tuvieron de sus vidas. La familia, lo cotidiano, como ingredientes para la satisfacción.
Leyéndote hablar de tu abuelo me haces recordar al mío. MI abuelo materno, Manolo, fue todo un estímulo para mí. Era ciego desde su infancia y esa discapacidad no fue un lastre, aunque por momentos fuese un gran peso. Recuerdo llegar del colegio, a diario, y subir a su casa a leerle la programación de música clásica (lo que sé de ese género musical se lo debo a él). También recuerdo como si fuera ayer aprender matemáticas (fue profesor) con su ábaco para ciegos (ábaco japonés adaptado para los ciegos), verle cocinar o arreglar el huerto o cualquier desperfecto de la casa. Era todo un manitas. A mis hermanas y a mí nos encantaba jugar al escondite con él (no veas cómo de fino tenía el oído). Y un recuerdo compartido con mis amigas de toda la vida, jugar a reconocernos a todas con tocarnos la cara. Con el tiempo y mi adolescencia descubrí un filósofo en él, le encantaba “discutir” y confrontarme. A día de hoy (hace casi 20 años que murió) le tengo muy presente en mis logros, mi madre y otros allegados dicen que estaría muy orgulloso de mí porque, entre otras cosas, he ido haciendo y consiguiendo todo lo que él esperaba (deseaba) de sus hijos y que ninguno hizo/consiguió. Pero esa decepción nunca la mostró, al menos nunca la usó como reprimenda hacia mi madre o mis tíos. Y todo esto te lo comparto pensando en la satisfacción que sentía él de la vida que tenía, de lo que había conseguido. Algo similar me ocurre con mi padre (falleció hace 11 años), un trabajador incansable que hizo todo por sus mujercitas. Dos hombres que aceptaron las vicisitudes de la vida, o al menos supieron llevarlas con estoicismo y esa es la mejor lección que me quedo de los dos: aceptar el devenir de las cosas y actuar en aquello donde realmente se puede hacer por cambiar.
Por un momento me he imaginado a tu abuelo y el mío, con sus historietas y sus satisfacciones. Sin duda, tu abuelo Paco debió ser una caja de curiosidades y me lo creo viéndote a ti ;)
Es curioso, pero la última carta que le escribí a mi apreciado Luis me hizo tocar lo hermoso de lo cotidiano y tú, querido, has hecho lo mismo. Poner en valor los pequeños detalles del día a día, como saludar al autobusero. Son esas cositas, sutiles, sin trascendencia, las que mueven a las personas a diario. Una sonrisa al cruzarte con un vecino del barrio, dedicar un “que tengas un buen día” a modo de despedida al dependiente de turno, pararte a saludar a quien reconoces (y te reconoce) por la calle (de esto también hablaba con otra amiga hace poco, pues me compartía que una conocida suya “se quejaba” de tener que saludar a todo el mundo cuando salía a pasear). Y mira, me quedo con la satisfacción de tenerte, de tener a Luis y a mi “ángel de la guarda” (así llamo a mi amiga), de poder compartir con vosotros estos pequeños instantes íntimos. Porque es un gozo reconocerse en el otro, compartirse con los demás.
Como dices, nunca sabrás si tu abuelo hubiese ido más lejos si no hubiese sido por tu abuela. Quizá fue todo lo lejos que quería y dadas las circunstancias. Está claro que las personas a las que nos vinculamos también nos atan. Dejamos de ser uno para ser plurales, aunque haciendo por no perder esa individualidad. Qué compleja es la vida en sociedad…
Corazón, salte por los cerros de Úbeda las veces que gustes y necesites. Aquí no hay reglas, salvo las que tú y yo acordemos y siempre sabiendo que podemos corromperlas porque hay respeto y cariño. Si te propuse estas cartas es porque hay algo que me vincula a ti, no sé bien el qué (quizá nuestro amigo Sergio tenga parte de “culpa” en ello), pero sí tenía claro que sería (es) un viaje compartido y toda una aventura. Quizá a la altura de nuestros abuelos.
La muerte puede ser una sonrisa (que no una risa). Puede ser un gran día, puede cambiar la visión del mundo. Puede ser extraña y familiar, incómoda y confortable. Puede ser recordada por cuatros días o el resto de nuestras vidas… Creo que el afrontamiento de la muerte se inicia con la aceptación de un futuro inexorable, pues el reto es aprender a convivir con la incertidumbre. Y qué difícil es, ¿no?
Morir es vivir en el recuerdo. Es descansar. Es estar en el cielo. Es partir. Es voluntad divina (para algunos). Es una pérdida. Pero sea lo que fuere, siempre me lleva a pensar en la vida como camino. ¿Seguimos caminando?
Me despido con esta idea de David Kessler:
“Muchos de nosotros compartimos unas determinadas creencias comunes […]. Se suponía que no íbamos a sufrir enfermedades graves, terremotos, accidentes y que los aviones no se estrellan contra los edificios. Pero cuando suceden todas estas cosas, no sólo debemos llorar la pérdida en sí, sino también la pérdida de la creencia de que no debería haber pasado”.
Te abrazo, siempre.
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Val M., 13 de noviembre de 2022
Querida Cuca:
Mi epitafio serán unos puntos suspensivos... no hay nada como unos puntos suspensivos para despertar la imaginación de la gente :)
No te preocupes por lanzar más preguntas al aire, no esperaba respuestas. Supongo que hay cosas en la vida que no tienen una respuesta correcta. A los más cuadriculados nos cuesta entenderlo pero con los años estoy aprendiendo a tolerar la incertidumbre.
Mi padre lee nuestra correspondencia y me "llamó la atención", con razón, por hablar de la lenta decadencia de mi abuela Paloma y no haber mencionado la muerte digna y ejemplar de mi abuelo Paco. Mi abuelo siempre fue un ejemplo para todos. Su buen humor, sus ganas de aprender y de vivir aventuras hasta poco antes de su muerte han sido una inspiración para sus hijos, nietos y amigos. Recuerdo cuando apareció internet. Mucha gente de su edad y más jóvenes no entendían esa nueva tecnología; algunos, ni siquiera lo intentaron. Pero él, desde el primer día estaba ansioso por aprender y explorar ese nuevo mundo que tantas oportunidades le abría. Y así era con todo y con todos.
Mi abuelo murió de cáncer y estuvo "vivo" hasta el final. Unas semanas antes de su muerte le pregunté si estaba satisfecho con la vida que había tenido. Me dijo que sí; que había viajado, había tenido buenos amigos por todo el mundo y que sólo se arrepentía de no haber hecho vuelo sin motor. ¿Te lo puedes creer? :)
Sin duda mi abuelo Paco era un gentleman de otra época. Mantenía correspondencia con amigos de diferentes partes del mundo, estudiaba portugués para hablar con sus nietos brasileiros y era amigo de miembros de la realeza de Ceilán (la actual Sri Lanka). Un trabajador de un banco amigo de la realeza de Ceilán, ¿te lo puedes creer?
Volviendo a mi epitafio. Ahora sé cuál me gustaría que fuese: "Abuelo, hice lo posible por seguir tu ejemplo". Las personas como él, que nos empujan a ser mejores son las personas que merecen la pena. Además, él lo hacía con su ejemplo. No te sermoneaba ni te daba lecciones. Entraba al autobús, sonreía y le daba los buenos días al conductor con cara de pocos amigos. A este, de repente le cambiaba la cara. Era imposible resistirse a esa vitalidad.
A decir verdad recuerdo poco de mi abuelo, casi todo cosas buenas. A buen seguro lo habré idealizado. A buen seguro no era tan bueno, pero eso ahora da igual. Lo que queda en los recuerdos se convierte en realidad y nos empuja a actuar. En este caso, a saludar al autobusero aunque tenga cara de pocos amigos.
Siempre he pensado que mi abuelo podría haber maximizado su vida si no fuese por las cadenas invisibles que le ponía mi abuela. Ella era todo lo contrario a él: miedosa, hogareña, seca... En mi cabeza quedan pocos recuerdos de ella, la mayoría no demasiado buenos. A ella ahora eso le da igual, pero a mí me apena tener esos recuerdos y pensar que mi abuelo pudo ir más lejos en su vida si no hubiese sido por ella. Lo cierto es que nunca lo sabremos. No sabremos cuánto de lo que tanto admirábamos de mi abuelo se lo debemos a Paloma, ni sabremos cómo habrían discurrido sus vidas por separado. Quizás él habría terminado en la cárcel y ella habría sido cantante de coplas... quien sabe :)
Como puedes observar, el tono mortuorio de nuestra correspondencia me estaba aplastando y me he salido por los cerros de Úbeda hablando sobre mi abuelo. Recordarle siempre me despierta una sonrisa. Incluso cuando pienso en su muerte sonrío porque mientras moría, dejó su último legado: el ejemplo de una muerte digna. ¿Cuánto de mérito tuvo mi abuelo por ser como fue y morir como murió? Sabes que no creo mucho en el libre albedrío y tiendo a pensar que más que mérito tenemos suerte. Pero por un momento voy a relajar mi lado más racional para disfrutar del recuerdo de un Gran Hombre. Al poco de morir mi abuelo escribí un artículo de homenaje en mi blog personal. Permíteme terminar este escrito citándome a mí mismo:
"Cuando echo la vista atrás, recuerdo los días de mi infancia en los que iba con mi abuelo al Retiro, dábamos de comer a las ardillas y montábamos en bicicleta. Cuando lo hago, me doy cuenta de lo deprisa que pasa el tiempo, de lo importante que es seguir el ejemplo de mi abuelo, de tener cada día una palabra amable con los demás, de reírse, de ayudar, de convertir tu vida en algo más que dejar pasar el tiempo, de crear una huella en este planeta, pero una huella positiva."
Un abrazo fuerte.
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Cuca C., 07 de octubre de 2022
Mi querido Val,
Espero no haberte provocado angustia alguna con mi silencio. Podría justificarme, decirte que el trabajo y el calor son, en parte, la razón de mi demora. Pero lo cierto es que también te he leído y releído con calma y he necesitado hacer la digestión, pues hablar de la muerte no es una tontería. Yo también disfruté mucho de tu compañía y de ese rinconcito que tenemos en Madrid. Pasear en buena compañía y en la naturaleza es todo un placer. Reconfortante y un soplo de aire fresco en estos tiempos digitales y de la inmediatez.
El dolor, compañero de viaje en la vida y, que curiosamente, me acompaña en las cartas que me escribo con mi amigo Luis. Lo cierto es que del dolor que él y yo hablamos tiene otro sabor, ya te contaré en otro momento… Volviendo al dolor que me compartes, recuerdo bien ese artículo de Scott Alexander, me sentí muy identificada con lo que relata. Trabajar en un hospital es una experiencia intensa, conmovedora y, sobre todo, te hace ver lo más bello y lo más cruel de la vida. Te diría que suscribo palabra por palabra: los gritos de los pacientes, los cuerpos deformados, las angustias y preocupaciones de los familiares, la insensibilidad de los sanitarios, la obstinación terapéutica, los egoísmos de unos y otros, etc. Como profesional, te habitúas a ese ambiente, pero una cosa es insensibilizarte para mantener la empatía y la conmoción a raya y otra muy distinta ser frío e inhumano.
Comprendo el horror, el malestar, que te produjo leer a Alexander. Es una realidad ajena a la realidad. No sabría decir cuánta responsabilidad es nuestra, de los sanitarios, y cuánta de la sociedad por no preguntarse al respecto. Por momentos tengo la sensación, no sólo con la muerte, que hay cuestiones en torno a la salud que se ha delegado toda responsabilidad y todo saber en nosotros, aunque luego vienen las indignaciones —algunas totalmente comprensibles— y el rasgarse las vestiduras. La muerte, más bien lo que rodea a la muerte, más aún en un hospital, es una cuestión para mí tan normal que no me sorprende, menos aún me horroriza. Eso sí, me conmueve. Ya son 15 años los que llevo como enfermera de urgencias y podría recordar muchos, no todos, los acontecimientos difíciles en torno a la muerte. Esas decisiones difíciles como no caer en la obstinación terapéutica, cómo explicar a la familia que no se puede hacer más y acompañarles en esos momentos o las circunstancias en las que repentinamente fallece un paciente. Esos instantes previos a ese último suspiro, que como dice Alexander es más bien ruidos agónicos, son inquietantes. Para mí, lo más difícil es mirar a esos ojos convalecientes, pues aunque muchos están sedados y otros tantos el deterioro cognitivo les sirve como amnésico, hay algo en la mirada, más allá de ella, que conmueve. Como si hubiera algo dentro de la persona que aun comprende y, por ello, le aterra. Quizá de ahí mi insistencia en hablar al convaleciente hasta el último momento. No sabemos a ciencia cierta si en esos momentos se escucha, si hay aún conciencia de lo que está a punto de ocurrir, pero de ser así, ¿por qué no transmitir calor y paz a esa persona? Cuando esas personas han estado solas, hemos estado ahí algunos sanitarios para tranquilizar con palabras en esos instantes. Poder decir un “te quiero”, un “descansa tranquilo, que ya nos las arreglaremos” puede ser una forma de calmar esa agonía premortem. Al menos eso me digo.
Esas muertes lentas, agónicas y angustiosas, rodeados de cables y monitores que pitan sin cesar no escandalizan. Se considera que es lo normal, como dice Alexander, que es la forma natural. Pero, ¿es así? Más bien creo que es el precio que hemos pagado como sociedad por resistirnos a la muerte, por negarla hasta la extenuación. Da miedo un hecho tan natural como es la muerte. Aunque quizá lo que aterra es lo que hay en la antesala. Cuando la muerte acecha lo que angustia al paciente y a los familiares es muy diferente. Los síntomas que dan más miedo al paciente suelen ser padecer un dolor insoportable y la sensación de ahogo, mientras que a los familiares son el deterioro cognitivo (la pérdida de conciencia) y los estertores (los ruidos respiratorios muy intensos que se producen al final de la vida). Sin olvidarme de las angustias espirituales, pero su gestión es muy particular y personal —religión y filosofía suelen ser quienes dan respuestas o al menos preguntas con las que responderse al respecto—. No sé, hay algo “infantil” en la sociedad al no aceptar la muerte. Pareciese que se vive pensando que “eso no me pasará a mí” o que “aún soy joven para pensar en ese tema”. Al final, sea como fuere, se pospone ese soliloquio —compartido con los nuestros en ocasiones— y cuando llega el momento ya no hay tiempo para preguntarse y responderse y, entonces, el miedo hace de las suyas. Tengo que confesarte que, aun estando rodeada de la muerte, no me paré a pensar en la mía propia hasta que escribí hace tiempo sobre la eutanasia y la muerte digna. Fue todo un camino personal duro, se abrieron viejas heridas, duelos que pensaba resueltos, pero al mismo tiempo fue liberador saber qué quiero en esos momentos y, sobre todo, compartírselo a los míos. Miento, sí que vagamente había pensado en ello, pero digamos que no lo concreté hasta entonces.
Las demencias son aterradoras. Morir sin ser tú mismo, perdiendo tu identidad y no reconociendo el mundo que te rodea sí que es angustioso. Esa angustia de la que hablas, la que seguro que detectabas en la mirada de tu abuela, también la he vivido con mi abuelo paterno, Valentín, que sufrió un Alzheimer muy grave; y vivo ahora con mi abuela materna, Ángeles, que lidia con una demencia “propia” de su edad. Propia de la vejez, hasta eso nos parece normal… Claro que no es justo acabar tu vida sin saber que es tuya, como tampoco acabarla sin poder decidir cómo y cuándo —en el proceso de una enfermedad—.
Volver a hablar de la eutanasia me revuelve, y eso que soy partidaria de una buena regularización al respecto, en la que se ampare el común de las situaciones sin despreciar las excepciones. Tan partidaria de acompañar en esa decisión, como en la decisión de seguir con cuidados paliativos. Me revuelve porque morir no es fácil, pero prolongar la vida biológica más allá de lo que puede ser vivible a criterio de la persona no es la solución. Como dijo Savater, “vivir biológicamente no es vivir humanamente”. Y creo que todos buscamos morir bien, sin sufrimientos, ¿no crees? Entonces, ¿por qué negarlo? y, peor aún, ¿por qué imponer un criterio moral al respecto?
Ojalá tuviera respuesta a por qué somos tan reacios, como sociedad, a la muerte, por qué somos tan renuentes a aceptar que vamos a morir. Seguramente —aquí habla mi intuición y mis tripas— algo tenga que ver el tipo de sociedad que somos. La inmediatez, la rapidez con la que se suceden las cosas, el actualizar la vida deslizando el dedo en la pantalla, el dejar de sobrevivir y, por ello, tener preocupaciones más sofisticadas (ecologismo, veganismo, etc.), sumado al desencanto con las religiones, sean factores a tener en cuenta en este desterramiento de la muerte. En definitiva, se ha producido un cambio en los sistemas de valores, cuestión que creo que Inglehart expone muy acertadamente en su teoría de los valores culturales. Aun así, no deja de sorprenderme la necedad cuando antropológicamente, la muerte es el primer acontecimiento traumático de nuestra especie. Empezamos a ser conscientes de lo que supone la misma.
En palabras de Voltaire, “la especie humana es la única que sabe que va a morir y no lo sabe más que por experiencia”. Recuperemos las experiencias en torno a la muerte, no desterremos la muerte a los hospitales y, quizá, así volvamos a saber que vamos a morir. Y si me lo permites, una forma liviana de reconectar con la muerte es con el libro de Sònia Hernández, Maneras de irse, trece relatos que hablan de las diversas formas de la pérdida:
Mientras tanto, yo voy abandonando todo. Ya me deshice de los engaños y los traidores, también de sensaciones equívocas, de la fatua memoria, y ahora voy a dejar aquí las palabras. Espero el silencio con la esperanza de que traiga esos sueños en los que siento como si viera.
Me da que más que respuestas te he devuelto incertidumbres y más cuestiones…
Un abrazo.
P. D.: yo como Alexander, si supiera que voy a morir pronto, me gustaría irme a un parque, rodearme de los míos y decir unas últimas palabras. Elegir morir rápidamente y con una relación muy limitada con el sistema de salud. Una muerte limpia y digna.
P. D.2: ya sé tus últimas voluntades, me falta saber tu epitafio.
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Val M., 20 de agosto de 2022
Querida Cuca:
Disfruté mucho de nuestro encuentro en El Lago el otro día. Me recordó que puedo hablar de todo contigo sin necesidad de autocensurarme, sabiendo que siempre interpretas mis palabras con caridad.
Nuestras conversaciones sobre el dolor me transportaron mentalmente a un artículo del psiquiatra Scott Alexander sobre su experiencia con la muerte de los pacientes del hospital en el que trabaja. El resumen del artículo es que la muerte en ese lugar es una mierda. Simplemente no hay por donde agarrarla. No se refiere al acto de morir en sí, más bien habla de la forma en la que nos aproximamos a la muerte en este tiempo que nos ha tocado vivir. Cuca, no recuerdo haber sentido tanto horror desde que leí las descripciones que Pinker hacía sobre las torturas medievales en Los ángeles que llevamos dentro. Ya sabes de lo que hablo…
Esas muertes lentas, agónicas, sucias y desnaturalizadas que describe Alexander me hace pensar en la época en las que se sangraba y lobotomizaba a los enfermos para “curarlos”. Ahora nos parece incomprensible cómo se practicaban semejantes burradas. Sin embargo, no vamos a las puertas de los hospitales con pancartas a reclamar que dejen morir a las personas con dignidad. Quizás es porque nos resistimos tanto a la muerte que en lo más profundo preferimos una vida miserable a una muerte en el momento adecuado. Al menos para los demás…
Creo que ya te lo he dicho alguna vez; no temo a la muerte. Como decía Epicuro: cuando muera no podré lamentarme por haber muerto porque ya no existiré. Te diría que incluso puedo enfrentarme con coraje ante una muerte dolorosa: es ley de vida. Pero me aterra morir como mi abuela… perdiéndome mi ser, mi identidad, convirtiéndome en otra cosa. Mi abuela murió muy mayor, pero bastantes años antes de decir adios ya la habíamos perdido. No era Paloma.
Cuca, no quiero pensar lo que ella sintió durante esos años en los que no reconocía ni a sus hijos. A veces cuando íbamos a verla de repente le entraba una angustia que ninguno sabíamos de dónde venía. Nadie, ni siquiera ella podía entender lo que le ocurría. ¿Es justo que alguien viva sus últimos años así cuando hay alternativas?
Hace tiempo que le digo a los míos que cuando me aceche la muerte (espero que dentro de muchos años), quiero tener un botiquín como el de Antonio Escohotado, con las drogas adecuadas para que yo mismo pueda poner fin a mi historia. Una historia que espero que los que me sobrevivan recuerden con orgullo y admiración, no con pena y compasión.
Me encantaría saber tu opinión sobre mi forma de ver la muerte y la agonía. Y ya sería la leche si me explicaras por qué la sociedad es tan renuente a aceptar que vamos a morir y que no pasa nada si lo hacemos un poco antes de lo que podría llegar. Espero que algún día cada uno pueda elegir la fecha de su muerte igual que elige su epitafio.
Un abrazo fuerte.