Ciertos grupos interesados pervierten la lengua de todos

 
 
 

La palabra violencia tiene aproximadamente 119 millones de resultados en Google. Y el grueso de los resultados, al menos los más visibles, está relacionado con la mal denominada violencia de género.

Y a mucha gente se le llena la boca a diario hablando de expresiones violentas relacionadas con el género, pero muchos olvidan (quiero pensar) que con sus lenguas violentan la lengua común que tenemos: la española. Nuestra lengua jamás se queja de todas las violencias que se le infligen. Incluso soporta con estoicismo las tormentas reaccionarias. Aunque a veces se revuelve y deja en ridículo a sus usuarios cuando con sus perversas lenguas dicen algún disparate del tipo “portavozas”.

En los idiomas hay un principio fundamental que es el de la economía del lenguaje. En español, el masculino frente al femenino es el género por defecto, el género no marcado y, por tanto, inclusivo. Lo mismo ocurre con el número, siendo el singular el no marcado. De igual modo con los tiempos verbales, el no marcado es el tiempo presente. ¿Esto qué significa? Pues que el masculino puede asumir la representación del femenino para economizar el lenguaje. Ahora bien, ¿el femenino también puede representar al masculino? Seguramente para sorpresa de algunas personas, sobre todo de quienes dicen que el lenguaje es machista, la respuesta es que sí puede.

En nuestra lengua, los nombres de seres animados son de tres tipos: con marca de género (niño/niña), con dos géneros (el/la modelo) y los epicenos, que son solo de un género gramatical: el femenino (las personas, una figura). Es decir, con ellos el femenino asume la representación del masculino.

Pero no conozco a nadie que se sienta discriminado por ello. Sobre esta cuestión, Ignacio Bosque (catedrático de Lengua Española) en Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer explica en detalle por qué el masculino es el género gramatical no marcado y por qué es lingüísticamente erróneo y un fracaso tratar de cambiarlo.

Así, el español distingue entre masculino y femenino. Mientras, el finlandés o el persa son lenguas sin marca de género. El griego tiene tres géneros y el polaco distingue cinco (neutro, femenino, masculino personal, animado e inanimado). Entonces, ¿qué tiene que ver la gramática con la discriminación sexual? En palabras de Concepción Company (doctora en filología) “nada porque la gramática es neutral, es un mero recipiente. Somos los humanos los que discriminamos, pero no con la gramática, sino con el discurso que hacemos valiéndonos de ella”.

Si realmente el lenguaje fuese el problema, y a la vez la solución, deberíamos de apreciar diferencias entre las sociedades que distinguen géneros gramaticales y las que no los distinguen. Para ejemplo, la lengua de Turquía no tiene marca de género pero su sociedad no se caracteriza por ser precisamente igualitaria.

Nadie niega que la palabra registra desviaciones pero han sido producto de evoluciones históricas. Eso permite que el lenguaje funcione, dejando espacio al pensamiento y a la creación. Por ello, el lenguaje no es exclusivamente una herramienta al servicio de nuestros propósitos. De este modo, la palabra tiene múltiples significados y eso da pie a que nunca diga todo lo que podría decir. Incluso dice más de lo que se desearía en alguna ocasión. Igualmente, tiene un rigor.

No obstante, aun siendo el habla un mecanismo social vivo y cambiante, forjado a lo largo de siglos, como dice Arturo Pérez-Reverte “empieza a identificarse el correcto uso de la lengua española con un pensamiento reaccionario. Mientras que escribir mal, incluso expresarse mal, se disfraza de acto insumiso”. Todo ello apoyado desde determinados medios y principalmente desde las redes sociales. Incluso por algunos sectores políticos.

La politización de la lengua

Claro que podemos modificar aspectos lingüísticos como, por ejemplo, dejar de usar palabras sobre enfermedades de forma peyorativa. Pero el problema reside cuando se impone cambiar estructuras gramaticales o sintácticas porque para un sector sociopolítico (feminismo) existe un problema. Quieren pervertir la gramática normativa para que se amolde a la gramática descriptiva que les interesa. Quieren inventar una nueva lengua de lo políticamente correcto. Quieren cambiar las palabras pero, por suerte o por desgracia, el nuevo vocablo acaba impregnado por el antiguo concepto y hay que volver a empezar en un proceso sin fin.

Se justifican alegando que hay que ser solidarios con los problemas de la mujer y por ese motivo empiezan a decir “la jueza”, en lugar de “la juez”, por ejemplo. Esa a no añade información pero denota la intención ideológica de fondo.

Esa politización de la lengua nos está llevando a levantar barreras y ese lenguaje inclusivo que quieren imponer está excluyendo. Primero intentaron derribar el masculino por medio del uso de la x (niñxs) o de la @ (niñ@s): ambas impronunciables. Además de ser dos vocablos no reconocidos fonéticamente para los sistemas de transcripción de las personas ciegas.

Posteriormente, insistieron con la duplicación o el desdoblamiento de los sustantivos (todos y todas), lo que anulaba el principio fundamental de la economía lingüística. Sin olvidar que la mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto. No hartos, ahora insisten con usar un falso neutro, sustituir la o por la e (todes les niñes).

Realmente no comprenden que esas formas de “inclusividad” constituyen una deformación de la lengua, fruto del desconocimiento, en concreto de la ignorancia sobre la formación del genérico, su origen y función. No comprenden que intentan cambiar la estructura conceptual inconsciente del idioma, no un uso circunstancial. Lo que vuelve a evidenciar la ignorancia de la que presumen pues desconocen la historia, la gramática y el uso de la lengua.

Las palabras como armas arrojadizas

Quizá el lenguaje sea fascista, como dijo Roland Barthes (1977), al obligarnos a someternos a él para poder entendernos, pero el lenguaje no es machista. En todo caso, de tener un hándicap es que “nos hace vulnerables a un sin fin de desencuentros y patologías mentales”, tal como explica Francisco Traver al hablar de las innovaciones en nuestro cerebro debido a la hominización. El lenguaje es el responsable de que hayamos llegado tan lejos como especie.

A pesar de los avances, del proceso evolutivo, nos encontramos en una época en que ya no se llama a las cosas por su nombre y la razón es pisoteada. Cuanto más se agrede a la Lengua y a la Razón, más disminuye proporcionalmente la posibilidad de entendernos. Así, en esta coyuntura, las palabras se usan como armas arrojadizas. Se manipulan para sustituir la realidad por una fantasía de la mano de quienes tienen medios de persuasión y de aniquilación, como las facciones reaccionarias del feminismo y de la política. Así, la corrección política adquiere forma de censura posmoderna y perversa.

Resulta ingenuo, además de inútil y peligroso, pretender cambiar el lenguaje para intentar cambiar la sociedad. Pues el peligro comienza cuando se pretende que el simple cambio de palabra resuelva el problema o, lo que es aún peor, lo encubra. En tal caso, lo que habría que cambiar es la sociedad ya que el escollo no es la gramática como tal sino el sesgo ideológico.

Esta ideología imperante, con su queja contra la lengua, oculta el deseo de controlar el significado de las palabras para ajustarlo a sus intereses. Pero una buena parte de la responsabilidad de esta violencia contra la lengua se encuentra en aquellos ciudadanos que, teniendo en sus manos y lengua el dominio del habla, se excusan diciendo que no pueden hacer nada para impedir que unos cuantos reaccionarios perviertan la lengua de 550 millones de hispanohablantes.