El oculto maltrato a los ancianos

 
 
 

Quienes vienen leyéndome estas últimas semanas, saben que he abordado diferentes tipos de violencia intrafamiliar. No podía cerrar el ciclo de otro modo que hablando sobre la tercera edad.

En mi dilatada experiencia, en urgencias, he visto ancianos maltratados de múltiples formas: empezando por sus propias familias y terminando por los sanitarios e instituciones. Recuerdo bien que cuando se aproximaba el verano con sus ansiadas vacaciones, sabíamos que algún abuelo podía ser abandonado en el servicio de urgencias porque “era una carga” y “un estorbo” para la familia. Lo peor era la normalidad con la que todos contemplábamos esa forma de maltrato, algo muy indicativo porque cuando deja de escandalizar un problema como el abandono, se convierte en costumbre y se diluye hasta ocultarse.

El maltrato de personas de la tercera edad se remonta a la antigüedad. Sin embargo, hasta el advenimiento de las iniciativas para afrontar el maltrato de menores y la violencia doméstica, se consideraba un asunto privado. No fue hasta 1975 cuando A. A. Baker y G. R. Burston describieron por primera vez el maltrato a los ancianos empleando el término “granny battering” (abuelita golpeada). Como ocurre con el maltrato infantil, el abuso en la tercera edad suele pasar desapercibido.

Junto con los niños, los ancianos son los miembros más vulnerables de la estructura familiar. Padecen, generalmente en silencio, sin capacidad de denuncia o reacción. Por tanto, el problema no es tan fácil de detectar pues quienes deberían ser sus protectores son quienes perpetran el maltrato.

Un estudio determinó que entre el 28% y el 62% de las personas mayores sufrían maltrato emocional y entre el 3,5% y el 23% padecían maltrato físico. Si además presentan una demencia, alguna discapacidad, depresión o poco apoyo social, el riesgo de ser maltratado aumenta. Para los expertos en psicología geriátrica el maltrato conduce a la persona a un estado de inseguridad, incapacidad y desesperación. Factores que fomentan desde estados de depresión hasta, en el peor de los casos, de suicidio.

La punta de un gran iceberg

En España, según datos del CIS, el 74% de la población piensa que los malos tratos hacia la pareja son muy o bastante frecuentes y el 60% lo afirma así en relación con los niños. Pero, sólo 4 de cada 10 encuestados piensa que la violencia hacia los ancianos se encuentra  extendida en el ámbito familiar. Esto dificulta la detección, la intervención y el seguimiento de los casos y, además, se pierde de vista la dimensión social del problema.

Aunque ya en 1995 se hizo en España por primera vez un protocolo de abusos y malos tratos a la tercera edad, no hay estudios pormenorizados que reflejen la situación. Salvo el Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia, apenas hay fuentes que arrojen luz. El Centro Reina Sofía, con sus estudios, concluyó que en el año 2000 hubo 3330 casos por millón, 6700 casos en 2004 y 8000 en 2006. De las víctimas, 60 de cada 100 son mujeres. El 52% son maltratados por sus hijos y el 26% por sus parejas. Pero lo más significativo es que la incidencia de ancianos maltratados en la familia ha crecido en un 82%, siendo este crecimiento mayor en los hombres (94%) que en las mujeres (76%).

A la hora de evaluar el problema, la primera dificultad es que no hay ni siquiera un criterio unificado para determinar a partir de cuantos años se entra en la tercera edad. Mientras que para las sociedades occidentales se considera que la senescencia (vejez) coincide con la edad de jubilación, para países en desarrollo se considera la vejez el periodo de vida en que las personas, debido a la pérdida de sus capacidades, ya no pueden desempeñar funciones familiares, comunitarias o laborales.

Otro problema es cuándo calificar una conducta como maltrato, descuido o explotación. Dependerá de factores como la frecuencia, duración, gravedad y consecuencias. También del contexto cultural, pues hay actos violentos que se han convertido en costumbres sociales y que quizá, por ello, no se consideren maltrato. Un ejemplo es desplazar permanentemente a esa persona mayor de su posición en el hogar y privarle de autonomía en nombre de un supuesto afecto. Es decir, infantilizar y sobreproteger a un anciano puede hacer que se sienta aislado, deprimido y desmoralizado.

Seguramente muchos se estén preguntando si no haber querido saber de sus abuelos en algún momento, haberles gritado o, “por su bien”, haberles despojado de su autonomía, ha constituido realmente maltrato. Esos comportamientos por sí solos no son maltrato pero, si persisten, pueden ser la semilla de manifestaciones más cruentas por provocar un desapego en las relaciones afectivas y una pérdida de respeto hacia el otro.

Víctimas de sí mismos y de los demás

A medida que aumenta la esperanza de vida, las personas mayores padecerán las mismas enfermedades prolongadas asociadas a la vejez, teniendo que hacer frente también a los diferentes problemas sociales y ambientales, así como a las posibilidades de violencia social. A todo eso hay que sumar el proceso de urbanización que socava los diferentes modelos de interdependencia entre varias generaciones, con ritmos frenéticos y estilos de vida que van en contra de esos modelos de relaciones.

Este fenómeno suele acarrear dificultades a todas las personas pero especialmente a nuestros abuelos ya que las redes familiares y comunitarias se van debilitando por los cambios sociales. Así, los efectos de la violencia sobre la salud de nuestros mayores se ven exacerbados y resulta es más complejo para ellos evadirse de una relación de maltrato o tomar decisiones apropiadas.

También es importante el maltrato de los más mayores en el ámbito institucional. En 1990, Pillener y Moore, hicieron una encuesta en cuyos resultados se concluía que, probablemente, el maltrato a los residentes en los centros de la tercera edad (residencias y centros de día) fuese un fenómeno aún más generalizado de lo que se cree. Es preciso distinguir entre el maltrato institucional (propio de la institución) y el maltrato por cuidadores en el ámbito institucional.

En la práctica resulta difícil saber si el maltrato es consecuencia de actos individuales o de fallas institucionales, ya que en muchos casos se superponen. Pero se investigan poco, por no decir nada, las causas y factores que confluyen en el maltrato dentro de las instituciones. En esto, las diferentes instituciones sociosanitarias tienen como asignatura pendiente el desarrollo de estrategias para prevenir esta violencia.

En esta materia, un buen ejemplo es la Asociación Profesional de Enfermeras de Ontario (Canadá), que tiene un programa de Centros Comprometidos con la excelencia en Cuidados y cuya misión principal es promover el desarrollo de estrategias, para fomentar la investigación traslacional y multidisciplinar en cuidados. Entre sus múltiples estudios destaca que el 20% del personal sanitario reconoce haber sido testigo de malos tratos en residencias, que el 31% fueron testigos de manejos bruscos, el 28% de insultos o gritos y el 10% de golpes o empujones. Sin duda, sus estudios evidencian que es necesario abordar el problema ya que el mayor dilema radica en cómo lograr un equilibrio entre el derecho a la autodeterminación de la persona mayor y la necesidad de adoptar medidas necesarias para poner fin al maltrato.

Sentido común y humanidad

El maltrato a la tercera edad es multidimensional y comprende aspectos tanto biopsicosociales como jurídicos, éticos y médicos. Por ese motivo, la prevención, la detección y la intervención han de ser multidimensionales y abordadas por equipos multidisciplinares en las diferentes fases del ciclo vital de la violencia.

Toda la sociedad es responsable y puede cambiar el rumbo de los hechos. En palabras de Ruth Teubal, “estamos aquí tras haber oído el grito de las víctimas desde el que nos están pidiendo que hay que ‘hacer’ y ‘decir algo’ de una realidad que no puede seguir siendo silenciada”. Se trata de aplicar el sentido común y un poco de humanidad y pensar que antes o después todos llegaremos a ser abuelos. Por ello es vital fomentar el aprecio y valoración a los mayores desde todos los niveles educativos y desde los núcleos familiares. Así podremos modificar el imaginario desde el cual se percibe actualmente la categoría social de los abuelos.

Este tipo de violencia, y cualquiera de sus otras manifestaciones, nos enfrenta a una realidad dura: la infantilización de la sociedad que nos está llevando a no empatizar con los demás y por ello a entender cada vez menos lo que nos rodea. Aun así, medios de comunicación, políticos y movimientos feministas establecidos seguirán manteniendo que la mujer, por ser mujer, sufre siempre más, que esa violencia es la lacra de la sociedad. Está en nuestras manos impedir que la política y sus brazos largos se adueñen definitivamente de nuestras vidas.

Necesitamos proclamar lo que literalmente pronunció Gabriel García Márquez en su obra Cien Años de Soledad: “Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad”.

© Cuca Casado — Disidentia 2018