Qué difícil es ser hombre
Hoy en día, estamos habituados a escuchar en los medios de comunicación y redes sociales que es difícil ser mujer. No me cabe duda que en países subdesarrollados o con sistemas sociopolíticos totalitarios sea difícil ser mujer, como también ser hombre. Pero en occidente, ni mucho menos es así. No obstante, ¿alguien se pregunta si la identidad masculina corre peligro? ¿Alguien reflexiona sobre la fragilidad del hombre?
Lo cierto es que ser hombre a nivel psicobiológico es mucho más difícil que ser mujer. De hecho, es hasta más frágil. Para Susan Pinker es una cuestión de vital importancia. A lo largo de su amplia experiencia como psicóloga se ha encontrado con lo que denomina la paradoja sexual, es decir, con niños más frágiles y niñas “robustas” que rutinariamente aventajan a estos en cuestiones como, por ejemplo, la comprensión lectora o la denominada ventaja social (desarrollo de la empatía). Sin embargo, al superar la adolescencia, muchos de esos niños frágiles salen adelante llegando a la cima profesional, mientras que esas niñas tienden a elegir profesiones más humanitarias, con mayor flexibilidad y autonomía. Pinker encuentra la respuesta en el conjunto de factores biopsicológicos y no tanto en los propios estereotipos sociales (discriminación y opresión), lo que explicaría las diferencias genuinas de sexo que se resisten a cambiar, más aún cuando se imponen políticas igualitarias.
Y si nos trasladamos al nivel biológico, la identidad masculina significa, a grandes rasgos, diferenciarse de la identidad femenina. Pues la unidad embrionaria es femenina y es a partir de las 8 semanas cuando se produce los pertinentes cambios para diferenciarse. En definitiva, la identidad masculina es sumamente disruptiva.
Ahora les pido que se trasladen a la actualidad. Vivimos una época que unos llaman feminista y otros misándrica. Sea como fuere, dejando las etiquetas a un lado, vivimos una era en la que las mujeres compiten contra (no con) los hombres. Algunas de ellas, unidas en colectivismos, rezan eslóganes del tipo “nosotras podemos más que ellos, no los necesitamos”. Así, acaparan con voracidad todas las esferas. Pero no por méritos propios sino con ayuda de leyes discriminatorias que anulan o menoscaban al hombre. Entonces, en este contexto sexista y teniendo en cuenta que ser hombre a nivel psicobiológico consiste en diferenciarse, consiste en no ser mujer, ¿de qué se les está permitiendo diferenciarse si la mujer acapara todo de este modo?
Así, el hombre está inmerso en una crisis de identidad por la demonización de su sexo. Un factor que les está condicionando socialmente, por ejemplo, con mayores penas (20-30% más de condena por el mismo delito por ser hombre). Siendo visible esa demonización en algunas representaciones comunes de la cultura popular, pero también en programas políticos y legislativos que culpan directamente a los hombres por los desórdenes sociales y la violencia. Así como también los medios de comunicación y las universidades tienen mayor consideración con las mujeres que con los hombres, presentándolas en sociedad como frágiles y vulnerables. Por ejemplo, si una mujer asesina a su hijo, socialmente se la presentará como una madre desvalida y con una enfermedad mental para justificar sus actos, pero si es el padre el que asesina a sus hijos, ante la sociedad será un monstruo.
Masculinidad ni significa hombre, ni es tóxica
Tiende a equipararse hombre con masculinidad y a ésta con machismo y, por lo tanto, con tóxica. Ahí reside el problema, se confunden conceptos. La masculinidad es una amalgama de características biológicas, instintos evolutivos y valores sociales, que cada hombre experimenta de una forma particular. Me explicaba un joven amigo que entiende la masculinidad como la expresión cultural que las sociedades han edificado sobre el sexo varonil y que toda expresión cultural se erige sobre una realidad. Seguramente si pregunto a los lectores cada uno me explicará con sus matices lo que entienden por masculinidad. Así, este concepto viene a significar diferentes cosas. Descripciones que cambian de una persona a otra y según las generaciones y culturas. Es más, la masculinidad se estructura y expresa a través de otros ejes de identidad como la clase, la raza, la etnia, la edad y la sexualidad. Lo mismo ocurre con la feminidad. Ambos se experimentan a través de las interacciones. Sin olvidar que las mujeres también muestran comportamientos y rasgos masculinos, como los hombres rasgos femeninos.
Sin embargo, como explica Daniel Jiménez, se culpa a la masculinidad de una variedad de enfermedades sociales hasta el punto que algunos afirman que no existe la masculinidad tóxica sino que la masculinidad en sí es tóxica. Al mismo tiempo, la creatividad masculina, las contribuciones y los logros se atribuyen a una suerte de rasgos individuales o a una posición de privilegio. En definitiva, a los hombres se les está recriminando su agresividad que, si bien es cierto que puede ser lesiva, también es esencial para competir y defender. Se les está diciendo que la sociedad es una tiranía “falocéntrica” de la que son responsables y, además, se les advierte que si intentan prosperar se les recriminará por ser cómplices de la tiranía feminicida. Así, hemos pasado de intentar convertir a las mujeres en hombres a intentar convertir a los hombres en mujeres. En palabras de Santiago Navajas, hemos pasado “de la neurótica “envidia del pene”, que diagnosticó un tanto fraudulentamente Freud, al histérico “odio al pene”, que propagó Andrea Dworkin”.
Deconstruir, pero no la masculinidad
Lo cierto es que cuando desde el feminismo corporativo usan esa idea de “masculinidad tóxica” lo hacen como atajo perezoso y sin fundamento para mostrar su desaprobación con todo lo que hacen los hombres. Cual pataleta de niñas pequeñas. En confianza con ustedes, me harta que digan que la masculinidad es tóxica y, por lo tanto, hay que deconstruirla. ¿Por qué no modificar los convencionalismos sociales que encorsetan tanto a la masculinidad como a la feminidad? ¿Por qué no esforzarse por retirar del imaginario colectivo eso de “los niños no lloran” para que no repriman sus emociones?
Lo que en definitiva hacen al dictaminar que la masculinidad es tóxica es asociar criminalidad a masculinidad. Así, el discurso consiste en deshumanizar al hombre y convertirlo en la representación de todo lo malo, no de lo que está mal independientemente del autor. Es evidente que hay una tendencia dentro de la violencia física, la cual está representada mayoritariamente por el sexo masculino. Pero esa mayor tendencia no se explica a través de una masculinidad supuestamente tóxica. Sino a través de factores biopsicosociales y ambientales. Por ello hay que comprender la agresividad y sus adaptaciones, así como sus diferentes formas de expresarse.
Una agresividad que, al igual que otros comportamientos humanos regulados por la selección sexual, también se expresan en mujeres. Es más, si nos trasladamos a otras formas de agresividad y, por lo tanto, de violencia y criminalidad podemos observar que la tendencia es femenina y no por ello hablan de una feminidad tóxica, ¿no? Si no convence eso de feminidad tóxica podemos trasladarnos, por ejemplo, a EEUU donde la criminalidad es con mayor tendencia cometida por negros y tampoco hablan de una “toxicidad negra”. ¿Entienden por dónde quiero ir? Si en otras esferas públicas nos esforzamos por disociar la responsabilidad colectiva, entonces ¿por qué no con los hombres?
Lo tóxico es la sociedad con su libertad menoscabada
Ni todos los rasgos masculinos son inherentemente tóxicos ni todos los etiquetados como tóxicos son siempre problemáticos. Que un hombre haga algo considerado masculino no significa que todos los hombres lo hagan. Por lo tanto, sin una base y sin un contraste evidente no se puede definir la masculinidad en términos de toxicidad o no. La masculinidad no es tóxica. No hay que deconstruirla. Es tan vital como la feminidad y es necesario que ambas sean aceptadas y cultivadas con libertad. Porque si no, ¿qué modelo de sociedad estaremos construyendo si se castra a hombres y mujeres?
Reducir a una sola causa las motivaciones que llevan a una persona a actuar violentamente está conduciendo a creer erróneamente en ideas como “violencia de género” o “masculinidad tóxica”. Ideas manipuladas porque se usa la evolución y los matices de los comportamientos para justificar y respaldar una creencia o ideología, como se hace hoy desde el feminismo corporativo y desde la ideología de género. La masculinidad como la feminidad no son tóxicas. Como tampoco lo son la rabia, la ira o la frustración. Son rasgos, características y expresiones que en función de cómo se articulen y gestionen dan como resultado diferentes formas de violencia o no.
Cuando realmente se comprenda que masculinidad y feminidad son las caras de la misma moneda, la humana, y que ambas se encuentran en cada persona, expresándose unas veces con mayor ímpetu la masculinidad y otras la feminidad, entonces la humanidad podrá verdaderamente alcanzar una condición de iguales desde las diferencias y particularidades de cada persona.