Sexismos como estandartes
Es fascinante como las leyes de la física pueden aplicarse en multitud de casos en la vida. La tercera ley de Newton establece que siempre que un objeto ejerce una fuerza sobre un segundo objeto, el segundo objeto ejerce una fuerza de igual magnitud y dirección opuesta sobre el primero. Es decir, a cada acción siempre se opone una reacción igual. Esta ley puede aplicarse perfectamente en el día y día. La aplicamos al sonreír a alguien que nos sonrió primero, por ejemplo; lo mismo sucede cuando insultamos. Así resulta interesante que, actuando las leyes a diestro y siniestro, pocas veces nos detengamos a pensar que nuestros actos pueden provocar una reacción, ya sea agradable o desagradable.
En esa tesitura de acción-reacción nos encontramos con el Feminismo y el Masculinismo. Dos movimientos, filosofías o llamadlos equis (por economizar el lenguaje diré “movimientos”) que se supone tratan los problemas de mujeres/hombres frente al género y analizan la construcción de la identidad y los roles asociados. No obstante, parece que han ido mutando en movimientos extremistas y reaccionarios donde atacan al otro sexo y a cualquier persona que cuestiona y critica sus dogmas. La deriva de ambos, por medio del odio al sexo contrario, se ha convertido en una guerra de sexos. Más bien, guerra de sexismos.
Esta batalla sexista es hasta cierto punto comprensible, que no justificable. Nos encontramos en un entorno social donde ni hombres ni mujeres están satisfechos social y biológicamente. Están atrapados entre las demandas sociales conflictivas y las motivaciones biológicas. Ese dualismo, ese vínculo entre lo biológico y lo sociológico, lleva unas veces a no considerar como aptos para las relaciones estables al otro o a tener solo “parejas sexuales”.
Según David Buss y Todd Shackelford, si los hombres optan por seguir las normas sociales pueden obtener una “compañera de relación”. Sin embargo, debido al dualismo, estos mismos hombres pueden no ser atractivos. El mensaje que reciben es que socialmente deben ser cooperativos y, además, por el interés sexual, deben mantener una personalidad atractiva. Eso genera múltiples tácticas ambivalentes muchas veces consideradas sexistas (abrir la puerta a una mujer, por ejemplo).
Y en ese devenir social, el mundo occidental se ha convertido silenciosamente en una civilización que subestima a las mujeres (victimizándolas) y a los hombres (criminalizándolos). Ante consignas feministas de “los hombres son violadores en potencia” o “los hombres son malos por naturaleza”, estos hombres parecen hartarse de las mujeres. Pero, como dice Kay Hymowitz, no se les puede culpar cuando desde un colectivo de mujeres les exigen igualdad solo en los supuestos que les interesa. En esa disonancia cognitiva, aparece variantes del Masculinismo. Grupos de hombres que no solo se centran en cuestiones y derechos masculinos.
Las dos caras de la misma moneda
A lo largo del tiempo, han aparecido diferentes comunidades masculinas, como The Red Pill, que sostiene que los hombres son quienes han sido socialmente privados de sus derechos y consideran al feminismo perjudicial. Alegan que la opresión femenina es un mito y que al ser hombres y mujeres intrínsecamente diferentes, cada género debe cumplir su función designada en la sociedad. No deja de ser curioso que utilicen la misma argucia que el Feminismo, pero a la inversa. Es decir, ambos movimientos sostienen que el origen de sus problemas está en el otro sexo y que son las víctimas. Una explicación maniquea que rechaza la multicausalidad de los acontecimientos.
En el mismo estilo que esa comunidad, surgen otras como los Incel, los Return of Kings o los MGTOW (acrónimo inglés de Hombres Siguiendo Su Propio Camino), entre otros. En mayor o menor medida comparten ideas, más o menos sexistas y/o extremistas. En cierta forma, se presentan como una filosofía de vida, un medio de superación personal y liberación ideológica. Pero sus conversaciones, al menos las que se obervan en las redes sociales y medios digitales, suelen estar centradas en la crítica a las mujeres y también en estrategias para atraerlas y aumentar la elegibilidad sexual del hombre. Toda una contradicción que opinen negativamente sobre las mujeres y, sin embargo, quieran atraerlas.
Estos grupos de hombres afirman que no rinden su voluntad a las expectativas de las mujeres y de la sociedad porque son hostiles hacia ellos y su masculinidad. ¿No les suena? Desde el Feminismo dicen no rendirse a las expectativas sociales de los hombres porque siempre han sido sus opresores. Fíjese, querido lector, si son similares ambos movimientos que hasta han creado sus propias jergas distintivas. Han generado un vocabulario especializado, casi un lenguaje, para aludir peyorativamente al otro. Desde el feminismo encontramos términos como “mansplaining” (hombre que explica condescendientemente algo a una mujer) y en la otra cara de la moneda hablan de “the wall” (momento en la vida de una mujer donde su ego y autoevaluación de su valor en el mercado sexual exceden su valor real). Estos términos y otros muchos podemos encontrarlos tanto en las derivas sexistas del Feminismo como del Masculinismo.
Pero las similitudes no terminan aquí. Desde los MGTOW y compañía afirman que vivimos en una cultura ginocéntrica, institucionalizada gracias (en parte) al Feminismo y a los medios de comunicación que demonizan al hombre. Es decir, para ellos vivimos en una cultura que establece reglas para las relaciones de género que benefician a las mujeres a expensas de los hombres. En cierto sentido no van mal encaminados, pues desde que se han ido instaurando políticas de género se ha ido dando forma a diferentes medidas para reorganizar la vida de las personas. Por ejemplo, a través de eufemismos como “discriminación positiva”, que no deja de ser una discriminación inversa (ajuste de cuentas). Lo interesante es que desde el Feminismo defienden la necesidad de esas políticas de género porque, afirman, vivimos en una cultura falocéntrica.
Sea como fuere, los actuales movimientos sociopolíticos transforman tanto a mujeres como a hombres y generan o potencian la hostilidad mutua. Y las diferentes medidas no admiten la existencia de hombres y mujeres: masculinidad y feminidad en vías de extinción. Es más, las políticas de género incluso destruyen el erotismo.
Es cierto que ambos movimientos responden con datos con los que pretenden mostrar sesgos institucionales, pero que no deja de ser una cortina de humo para justificar su odio mutuo. También es cierto que las asimetrías penales, el hecho de querer que los piropos sean delito, diseñar leyes en torno al consentimiento sexual, que no se pueda mirar más de unos segundos a una compañera de trabajo, etc., son medidas para limitar la libertad de la mayoría de los hombres (heterosexuales). Pero esto no justifica el “ojo por ojo”, ni los revanchismo ni escarnios que promueven estos movimientos masculinistas.
¿Hacia la equidad o la inversión de roles?
Es evidente que tanto el Feminismo como el Masculinismo son movimientos de amplio espectro, como ocurre con cualquier ideología. No me cabe duda que algunas personas parecen genuinamente interesadas en sus filosofías como forma de mejorar su posición social. Pero otros, los más ruidosos, con sus ideas fundamentalistas sobre el sexo, la política y la sociedad hacen temblar, no solo a sus adversarios, sino a toda la sociedad en general. En realidad, la situación es injusta para ambos sexos y estos movimientos están acelerando el declive y la división de la sociedad. Y los costes de esta fractura recaerán sobre las generaciones venideras.
Hay muchas razones que explicarían por qué los hombres están cambiando, pero tal vez la razón fundamental es que perciben una creciente hostilidad hacia ellos. No obstante, la guerra entre sexos tiene muchas dificultades y, como decía José Carlos Rodríguez en Disidentia, se resumen en una sola: es falsa.
Ya va siendo hora de dejar de lado los puntos de vista reaccionarios y extremistas; abandonar la militancia llena de odio por el sexo contrario y comprender la complejidad de la realidad: que el género humano es diversamente rico en matices y por ello hay que liberar al individuo de los roles sociales que le vienen impuestos para poder construir su individualidad sin exigencias ni constricciones sociales; además de recuperar la cordura para impedir que dividan a la sociedad en dos bandos que se someten mutuamente.
Nietzsche decía que “quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, éste mira dentro de ti”. Y no le faltaba razón, pues tanto unos como otras, con su lucha, están enturbiando las posibles acciones loables con agrias polémicas que impiden a hombres y mujeres relacionarse correctamente.
Sé que hoy en día, en las sociedades humanas es más importante ganar discusiones que establecer verdades, pero pregúntense tanto los militantes del Feminismo como del Masculinismo y sus derivas reaccionarias si realmente están peor que otras personas. Al fin y al cabo, como apuntó David Testal, colectivizar no suma fuerzas, suma debilidades. Nada debilita tanto como creer que necesitamos homogeneizarnos para ser más fuertes. Y, además, toda esa enemistad crece a expensas de la humanidad que compartimos todos.