Una infancia violentada por el porno y ¿los padres?

 
 
 

© Cuca Casado — La Gaceta

Basta con introducir la palabra porno en el buscador de Google para que te arroje, en apenas 0,22 segundos, unos 4.680.000.000 de resultados. Desde Dale Una Vuelta (plataforma online constituida como una asociación sin ánimo de lucro, con el nombre Stop Porn Start Sex), a través de la campaña #GeneraciónXXX, nos alertan que el vídeo porno más visto suma más de 225 millones de visitas y en sus escenas recrea una violación grupal. Un vídeo que se puede ver haciendo un solo par de clicks, aun teniendo sólo 9 años. ¿Cómo es posible? Sencillo, los móviles y las tabletas se han convertido en la puerta de entrada a esta sexualidad distorsionada que muestra el porno digital, también conocido como porno mainstream. Los pequeños de nuestra sociedad se están encontrando en sus dispositivos con contenidos que aún no pueden procesar. Vídeos pornográficos que muestran, entre otras cosas, agresiones físicas y verbales. Unas plataformas que, al no verificar la edad de los usuarios, están “creando” patrones de conducta alterados, no saludables, que pueden derivar en agresividad, disfunciones sexuales y adicciones. Pero, ¿estamos ante un problema de salud pública? ¿La pornografía está distorsionando realmente nuestros cerebros o es sólo pánico e histeria social?

Es sabido que el cerebro de un niño está aún en desarrollo, en especial la corteza prefrontal, siendo los niños más propensos a creer como reales los actos que ven. Sumado a que es una etapa de mayor impulsividad y búsqueda de novedades. Durante la adolescencia, los jóvenes experimentan curiosidad y deseos sexuales, así como el deseo de establecer relaciones íntimas; desarrollan aspectos emocionales, su identidad y sentido de pertenencia: necesitan formar parte de una comunidad, ser reconocidos. Todo relevante para su vida afectivo-sexual en la edad adulta. De ahí que imiten a su grupo de iguales. Ahora bien, sólo porque algunas personas desarrollen problemas reales con la pornografía, no significa que la pornografía tenga inherentemente probabilidades de llevar a ese tipo de problemas para la mayoría de usuarios, pues la presencia de diferencias en el cerebro no necesariamente implica problemas en la función cerebral o un desarrollo anormal. Sin embargo, la irrupción de las redes sociales, como espacio de socialización, y el acceso a la pornografía por los menores están configurando una nueva realidad en el ámbito de la violencia, en general, y de la violencia sexual, en particular. Pero no son la única causa de esta nueva realidad distorsionada.

Es natural que padres, educadores y responsables políticos estén preocupados por la exposición de los menores a la pornografía, pues pueden llegar a creer como real lo observado. Además, desde un género ficticio cargado de estereotipos, cánones de belleza y prácticas sexuales —algunas degradantes— pueden llegar a dibujar sus relaciones sexuales, afectivas y su construcción identitaria, dando lugar a relaciones disfuncionales y, en ocasiones, violentas. Tenemos que tener muy presente que la tecnología se puede convertir en un escaparate accidental del sexo para menores, porque el 93,1% de los menores de 10 a 15 años usan ordenador, el 94,7% navegan por Internet y el 70,6% usa móvil, según la encuesta del INE de 2023, sobre el uso de tecnologías en los hogares. Sumado a esto, hay una industria y unos algoritmos que vinculan a personas con intereses similares y patrones de comportamiento (como los videojuegos), creando nichos de consumo que inducen a la gran mayoría de menores de 16 años al consumo accidental de pornografía. Pero, ¿a qué nos referimos cuando decimos la palabra porno?

La palabra porno evoca determinados significados dependiendo de quien aborde el término. Nace en la Antigüedad y es tanto una forma cultural —su significado va variando en cada época en función de las convenciones sociopolíticas— como una categoría legal. Ana Valero, doctora en Derecho Constitucional y autora del ensayo La libertad de la pornografía, hace un recorrido histórico por la pornografía para mostrar que ha sido un elemento muy presente en todas las sociedades y también un concepto cambiante. Para simplificar, y mucho, podríamos decir que la pornografía es un discurso explícitamente sexual. En su ensayo, Ana Valero, explica que cuando la expresión sexualmente explícita se hace accesible al gran público es cuando se decide que eso puede corromper, surgiendo así el concepto de obscenidad. Posteriormente, surgen conceptos jurídicos en relación con los límites de la libertad de expresión, de la libertad de creación artística y de lo explícitamente sexual. Así nos encontramos ante una complejidad en la que los juristas han de ponderar cuáles son los derechos implicados, los bienes a proteger y cuáles de ellos prevalecen. Ana Valero tiene claro que prohibir el porno es un error, pero también insiste en que algo debemos hacer en lo que respecta a los menores y su acceso a la pornografía. Con mirar a los informes de la Fiscalía española se observa un incremento de los delitos sexuales de menores contra menores en los últimos años. Todo un síntoma que nos dice que estamos haciendo algo mal.

Para Erika Lust, directora de cine porno y madre de adolescentes, lo que se tiene que llevar a cabo es capacitar a los adolescentes para que sean críticos con el porno mainstream y, así, decidan no consumirlo. Y en el peor de los casos, si deciden consumirlo que sepan qué tipo de imágenes van a ver. Es por ello que Erika Lust ha creado The Porn Conversation: un proyecto sin ánimo de lucro, en el que ofrece herramientas gratuitas y de fácil acceso para familias y educadores para hablar con los jóvenes sobre sexo y sobre la pornografía. Porque no debemos olvidar que los primeros que han de abordar este tema, en particular, así como la sexualidad, en general, son los padres. Tienen la obligación de atender esta cuestión. Como tampoco debemos olvidar que los menores tienen necesidad de información y tienen derecho a una educación sexual y si no se habla con ellos de estas cuestiones ni en casa, ni en la escuela, acabaran por buscar en Internet. Es inevitable, la pornografía mainstream es una forma de comunicación en un mundo que está más saturado que nunca con comunicación de todo tipo de formatos. El porno ha florecido en la era de Internet, al mismo tiempo que ha dejado de tener cualquier ambición artística y no ejerce una función desafiante. Claro que hay alternativas al porno mainstream que presentan una ética —aunque sorprenda a muchos leer esto— y parten de unos mínimos de calidad. Sin embargo, este tipo de pornografía artística, erótica, no llega a los menores porque es de pago. Sin olvidar que la pornografía está pensada para mayores de 18 años y que, en concreto, el porno mainstream es un modelo de negocio que quiere una gran cantidad de tráfico y para ello hace uso de la publicidad y el clickbait (ciberanzuelo). Ante la globalización, en una sociedad en la que no deja de crecer la comunicación y las conexiones, sería positivo limitar el acceso a la pornografía, por ejemplo, tras un muro de pago. Ahora bien, resulta difícil, por no decir imposible, porque Internet es global pero las leyes son nacionales. Sin olvidar que podría haber riesgos para la privacidad, ya que nadie quiere que se construya un registro donde estén sus hábitos pornográficos.

Cuanto más leo al respecto más me asombra que las posibles soluciones o abordajes de esta problemática recaen en legitimar al derecho penal para poner en marcha leyes contra la pornografía y no deberíamos olvidar que las leyes contra la “obscenidad” han posibilitado, en otros momentos, la censura de obras de arte y la persecución de discursos y/o representaciones sexuales disidentes o contraculturales. No tengo nada claro que la solución sea hacer descansar las soluciones en lo penal. ¿Dónde están los padres? ¿Acaso controlan los padres los dispositivos que tienen sus hijos? ¿Saben los contenidos que visionan? ¿Se habla en casa de la sexualidad? Si estamos ante un problema a escala mayor, ¿por qué los padres no tienen conversaciones con los menores al respecto? Sí, es cierto que hablar con tu hijo de 9 años sobre pornografía parece una aberración; sin embargo, si tenemos a menores de esa edad que accidentalmente visionan pornografía, echo de menos una crítica hacia los padres. El porno puede ser malo, pero no más que unos padres ausentes o unos padres que agotados por sus jornadas de trabajo dan a sus hijos los móviles, tabletas y ordenadores, para que les dejen en paz, cuando llegan a casa. Es responsabilidad de los padres dar herramientas a sus hijos para que aprendan a leer la pornografía como una ficción, a menudo distorsionada e irreal. Eduquemos.

Es relevante que el 50% de los menores de 11 a 13 años haya visto porno en Internet y que el 75% de los padres crea que sus hijos no han visto nunca pornografía. Sabemos que un gran número de jóvenes buscan pornografía tanto para la gratificación sexual como para aprender sobre el sexo, incluido "lo que es normal", ya sea que esto sea útil o no. Sin embargo, muchos niños informaron haber tropezado accidentalmente con contenido sexual a una edad más temprana, lo que les resultó angustioso en ese momento. Los padres han de entender que deben abrir un canal de comunicación donde los menores puedan confiar en ellos, que puedan hablar de cuestiones incómodas, pedir ayuda o que les expliquen cosas que oyen, incluso ven, en los pasillos del colegio o del instituto. Los más pequeños de la sociedad necesitan una crianza y una educación óptimas. La educación —sobre todo la sexual— es poder y cuando damos eso a los menores les posibilitamos que tomen decisiones en su vida. Sin educación no hay opción y es, entonces, cuando se puede acabar en situaciones donde no saben cómo desenvolverse. Los padres deberían saber —recordar— que si brindan de educación sexual a sus hijos posibilitarán que los menores sean capaces de actuar como agentes de cambio en sus entornos.

Personalmente, ante la situación “incómoda” de encontrarte a tu hijo menor masturbándose (como cuando se frotan con el sofá, por ejemplo), considero más fructífero y saludable explicarle que lo haga en su habitación, en su privacidad, y que su cuerpo nadie tiene derecho a tocarlo, a no decirle nada y hacer como que no ha pasado o, peor, recriminarle. Pues cuando se explica les damos a los más pequeños de la casa el control de su propia vida. Y no debemos olvidar que hemos desarrollado un comportamiento sexual que no es exclusivamente reproductivo, sino que también buscamos el placer. En esta mezcla de intenciones reproductivas y/o placenteras, la desinformación, el porno, el miedo, los tabúes y las presiones sociales son una constante a la hora de intimar. Nos encontramos con una sexualidad condicionada por elementos ideológicos, culturales, morales y/o religiosos que, en ocasiones, generan desconcierto y/o desinformación. Para Efigenio Amezúa (sexólogo), la educación sexual se basa en el conocimiento del sexo para el entendimiento de las identidades y relaciones de los sexos, así como sus consecuencias en la organización de una sociedad moderna y avanzada que se sostiene, principalmente, en el conocimiento frente a la prevención y la asistencia. En la era del fast food del porno a golpe de click, aspectos como la autoestima, la seguridad, la toma consciente de decisiones, el fomento de los buenos tratos en las relaciones y la diversidad son cruciales y deben de enseñarse desde casa. Sumado a ello, los padres no han de facilitar tecnología (móviles, internet, tabletas) sin instrucciones a menores con 9-10 años de edad y sin supervisión; porque en ausencia de información veraz y comunicación asertiva, entre padres e hijos, sobre la pornografía, no es de extrañar que esos niños que empiezan a madurar no comprendan que el porno no es la realidad.

La industria del porno no va a cambiar. Tan solo lo hará en la medida que los gustos de los consumidores cambien. La pornografía va a seguir siendo un lenguaje simbólico de la representación de los cuerpos y la sexualidad. Por ello, desde casa hay que explicar que, al igual que no se puede volar como Superman, tampoco el sexo funciona como en el porno. El debate a fin de cuentas seguirá, y sólo el tiempo revelará qué cambios y adaptaciones tomará, camaleónicamente, el porno en el mundo acelerado en el que vivimos. No obstante, es difícil que el porno de un giro radical y se separe de la estética de lo obsceno.