Entrevista intrapersonal confrontada

 
 
 

Entrevista intrapersonal confrontada: Omar Jerez con Cuca Casado

Omar Jerez me propuso hacer esta entrevista tan peculiar.

La última vez que atravesé una ciudad como Madrid para presenciar una conferencia fue para ver y escuchar a Cuca Casado.

Soy admirador y leal seguidor de los seres fuera de la mediocridad, de los catalogados cerebros con patas como es el caso de esta gran intelectual , la protagonista de nuestra EIC de la semana.*

A Cuca, la tengo siempre como referencia entre mis deliberaciones para ir más allá de lo que me ofrecen otros pensadores, siempre Cuca Casado es motivo de consulta para desglosar cuestiones donde otros se quedan en meras conjeturas; Cuca llega al epicentro de lo que busco, hechos y datos contrastados.

No sé si ella se acordará, pero en la conferencia a la que asistí, la bauticé como la Camille Paglia española.

Su ejercicio discursivo es de los más osados que he encontrado en el panorama español; cualquier estudio que sale de Cuca Casado, consigue que coincida con ella y amplíe de manera exponencial los conocimientos que están mayoritariamente censurados en los mass media.

Ahora soy yo el que te quiere agradecer plasmar tus ideas en está entrevista, ¿estáis preparados para salir de vuestra zona de falso confort de la mano de mi respetable Cuca Casado?

Entrevista intrapersonal confrontada - Omar Jerez con Cuca Casado

Puedo comprender que lo que “busca” el periodista no tiene que coincidir con lo que “deseo” compartir, del mismo modo que tampoco con lo que le “interesa” al público. No obstante, siempre echo de menos ciertas cuestiones cuando alguien me ha contactado para una entrevista o similar. Y Omar es el primero que sin querer queriendo me ha preguntado lo que nadie hasta ahora me había preguntado o inquirido.

Allá voy…

¿Quién soy?

Es curioso que llevo ya 15 años dedicándome a la enfermería de urgencias y sea la cuestión que menos se conoce de mí. Mejor dicho, es la faceta que menos interés despierta, pues apenas me han preguntado por ello cuando he sido entrevistada o cuando me han presentado en un evento. Y he decir que mi labor social, divulgativa, reivindicativa, reaccionaria -llamémosla como queramos- parte en cierto modo de ello, de mi profesión como enfermera.

Ahora bien, si me preguntasen cuál es mi vocación no diría que la enfermería, sino el acto de cuidar al otro. El cuidado es inherente a mi persona, va conmigo desde que tengo uso de razón. Aun recuerdo, como si fuera ayer, cuando con 4 años mi madre dejó en mis brazos a mi hermana y me dijo que cuidara de ella, mientras a mi padre le entraban los mil sofocos. Del mismo cuando con 6 años llegó mi otra hermana. Y hoy con mis 36 años sigo cuidando de ellas como aquel primer día que las conocí: con cariño, respeto y asombro.

Ese desvivirme por ellas se fue extendiendo a otros, tanto en la familia como ajenos a ella. Mi curiosidad por el mundo partía de entender al ser humano y de cómo ayudar, cuidar, para que la humanidad se encontrara reconfortada. Y por humanidad me refiero a mi mundo infantil y adolescente, que en esas edades ya es un mundo las amistades y las relaciones que se van gestando. Iba a estudiar Medicina pero las circunstancias y la nota de corte hicieron que me desviara un poco y entrase en Enfermería. Sorpresa la mía cuando descubro que las enfermeras no son solamente unas “pinchaculos”, sino que la labor de cuidar a los pacientes y familiares recae sobre ellas y, entonces, me enamoré de la profesión.

Ya no quise puentear a Medicina, decidí aprender a cuidar profesionalmente. Terminé la carrera y mi primer trabajo fue en Urgencias, otro amor a primera vista. Esa adrenalina, esas situaciones duras, emergentes, complejas, aterradoras y bellas terminaron de confirmarme que los enfermeros podemos ser el faro de los pacientes y familiares, también del resto de compañeros. Después de 15 años puedo decir que he vivido situaciones en Urgencias conmovedoras y he tenido la suerte de ver lo peor de la humanidad: la violencia. Sí, la suerte. Y aquí comienza mi segunda curiosidad por el ser humano.

¿La violencia?

No puedo concretar el momento en el que mi cabeza hizo ese click que me llevó a estudiar psicología y, ahora, criminología, pero no tengo duda que fue la suma de experiencias violentas, cruentas, vividas en Urgencias. Cada guardia era una aventura en todos los sentidos y sin ánimo de ofender a los pacientes, pues cada noche se sucedían diferentes situaciones en torno a los pacientes a cada cual más interesante, pero que por respeto y confidencialidad tampoco voy a contar ahora.

La cuestión es que tras cada historia que vivía con ellos había siempre, de un modo u otro, tintes violentos. Situaciones, contextos, comportamientos cargados con diferentes formas de violencia. Y no me refiero solamente a los pacientes y familiares, sino también a los profesionales de la salud (me incluyo, por supuesto). Gritos, demandas no satisfechas, súplicas, silencios ensordecedores, acciones y reacciones hostiles. Todo normalizado. Era normal que un paciente gritara una y otra vez que necesitaba orinar. Normal que a un familiar se le hiciera el vacío (como cuando el camarero no te mira aun sabiendo que quieres pedirle algo). Normal que un paciente te amenazase con lo primero que pillase. Normal que te menosprecien por ser enfermera. Normal que se abandone a un abuelo tras otro en Urgencias, durante las vacaciones de verano. Normal que el profesional de la salud de turno se escaqueara una y otra vez de su trabajo con cualquier excusa. Normal que te exigieran tiempos record para hacer el triaje (clasificación). Normal que se “abandonara” en los pasillos a pacientes.

Todo normalizado, todo enfermizo. Sí recuerdo una noche, llegó una pareja custodiada por la Policía, pues se habían agredido mutuamente hasta el punto de tener diversas fracturas y heridas. Ambos. Sin embargo, el resultado penal no iba a ser el mismo: la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género iba a marcar un destino muy distintos a uno y a otra y solamente era capaz de preguntarme por qué. Aquí nació mi tercera curiosidad.

La violencia más allá del género

La violencia es una constante en la vida de gran número de personas en todo el mundo y nos afecta a todos de un modo u otro. Para muchos, permanecer a salvo consiste en cerrar puertas y ventanas, y evitar los lugares peligrosos. Para otros, en cambio, no hay escapatoria, porque la amenaza de la violencia está detrás de esas puertas, oculta a los ojos de los demás. Y para quienes viven en medio de guerras y conflictos, la violencia impregna todos los aspectos de la vida. Sin olvidar la violencia de la que hacen uso algunas instituciones, confundiendo la justicia con la venganza y el orden con la represión, para someter al individuo en pro de unos réditos. Entonces, ¿por qué exclusivamente se habla de la mal denominada violencia de género?

Esta cuestión me obligó a ir más allá de nuestro concepto de lo aceptable y cómodo para cuestionar la idea de que los actos violentos son meras cuestiones de intimidad familiar o de elección individual, o bien aspectos inevitables de la vida. La violencia es un problema complejo, relacionado con esquemas de pensamiento y comportamiento conformados por multitud de fuerzas en el seno de nuestras familias y comunidades, fuerzas que pueden también traspasar las fronteras nacionales.

Así comencé una amplia revisión no sistemática de la literatura y empecé a analizar diferentes aspectos dados en relación con la violencia, así como la magnitud de ésta y su visión en España. Sin querer acabé dedicando mis trabajos académicos y mis artículos a analizar la situación y saber si los hábitos, además de los factores biopsicosociales, guardan relación alguna con la incidencia. No voy a volcar aquí todo mi trabajo, pero si me preguntaran cuál es mi hipótesis diría que el mundo todavía no ha calibrado la envergadura de la violencia, pues no deja de ser una conducta humana, a veces el último recurso contra la propia violencia.

Es más, la peor violencia es la ciega en cuanto a las víctimas, pero también en cuanto a su autor. En sus formas más atroces a simple vista se ocultan otras situaciones ordinarias de violencia, menos llamativas, que se encuentran protegidas por ideologías o instituciones en apariencia respetables. Ello se disimula y desplaza en dos direcciones: se interioriza, expresándose de manera imprevista e indirecta, y se exterioriza, encarnándose en formas colectivas. Así pues, es tan importante observar la violencia en sí, como comprender la visión que los actores (víctima-victimario-testigo) se hacen de la misma.

Sin olvidar que en nuestra sociedad la función de testigo suele ser filtrada por una institución: los medios de comunicación de masas, que silencian, desvían y ocultan. Problema que se magnifica sobre todo con las formas menos visibles de la violencia. Pero también muchos individuos sólo prestan atención a la violencia cuando se presenta en el umbral de la propia casa, que creen que, paradójicamente, la violencia es distante o esporádica porque les parece que prevalece la paz y la seguridad. Incluso son muchos los que opinan que los métodos tradicionales del sistema de justicia penal son los únicos que “funcionan”, haciendo que se concentre siempre la atención en ciertas formas sumamente visibles de la violencia.

Entonces, ¿qué es violencia?

Es un término que padece un exceso de significados. Un rápido examen de la literatura sobre la violencia basta y sobra para mostrar el desconcertante fárrago en el que el concepto se encuentra atrapado. Personalmente, considero necesario que para llevar una buena tipología de la violencia es necesario basarse en dos criterios:

  1. Definir la violencia de tal manera que el concepto abarque fenómenos con algo muy importante en común pero suficientemente diversos para que la clasificación no sea trivial.

  2. Subdividir la violencia en atención a una dimensión teóricamente importante, permitiéndonos decir algo no sólo sobre las diferencias entre los tipos, sino también sobre las relaciones entre ellos.

Aun así, las diferentes tipologías de la violencia evolucionan con las transformaciones sociales y emergen a medida que se estructuran nuevos ámbitos de sociabilidad. En ocasiones permanecen invisibles hasta que alguien las menciona como tales. Lo cierto es que la guerra social planetaria se basa en las nuevas violencias perpetradas, padecidas y presenciadas a escala mundial. Tales como las violencias políticas sin ideología o con ideologías ciegas, las violencias estructurales sin estado o con estados desmantelados, las violencias cotidianas sin sociedad o con sociedades en descomposición, las violencias simbólicas sin ética ni estética más allá del todo vale massmediático. Sin olvidar los victimarios, víctimas y testigos de siempre, pero con nuevos códigos y en un nuevo escenario global. A la luz de lo que comento parece osado reducir la violencia a determinados actos y en función del sexo del victimario, ¿no?

Pero bueno, no voy a escaquearme y diré, a modo de tweet, que la violencia es una forma de comunicación errada que siempre provoca múltiples y variadas formas de daño. Por eso soy amiga de escuchar cuando se da la violencia. Con escuchar me refiero a observar y analizar a los actores de la misma. Preguntarse por las motivaciones, los riesgos y factores que han propiciado la misma, para buscar respuestas más allá de las sentencias tuiteras del tipo “es machismo”, “es por ser mujer”, por ejemplo.

¿Qué podemos hacer?

Para empezar, dejar de tratar como parias a quienes sostienen y defienden dogmas. De poco sirve, salvo para los egos, señalar y reírse de las memeces de unos y de otros. Que sí, que todos en algún momento lo hemos hecho, yo la primera, pero ¿realmente sirve de algo? ¿Cambian las conciencias? No, al contrario, refuerza esas ideas y relatos sesgados y falaces.

Se hace necesario una respuesta polifacética que comprenda el abordaje de los factores individuales, la promoción de ambientes familiares saludables, la vigilancia de los espacios públicos y la resolución de los problemas que pueden conducir a comportamientos violentos. Una respuesta que conciba corregir desigualdades sociales y actitudes y prácticas perjudiciales y que, además, encare los grandes factores culturales, sociales y económicos que contribuyen a la violencia. Si algo se puede empezar a hacer es dejar de comparar violencias, pues lleva a deshumanizar al otro, a convertirlo en la representación de todo lo malo, no de lo que está mal independientemente del autor y, por ello, conduce a tener víctimas de primera y segunda categoría.

Quizá el día que se deje de considerar a las víctimas de primera o segunda categoría, en función de su sexo/"raza"/ideología/credo/etc., ese día se comprenderá que la violencia es multicausal, que responde a múltiples factores biopsicosociales y ambientales. No ayuda nada seguir pensando que hay violencias de primera y violencias de segunda. Aunque sólo algunas personas sean las que experimenten de un modo físico la violencia, todos la sufrimos simbólicamente de una forma masiva. Es un hecho que puede extrapolarse a otros contextos sociales y que apunta hacia la distinción crucial entre violencia real y las representaciones y percepciones de la violencia.

Da igual el tema o suceso, se está reduciendo a un absoluto simplismo toda problemática, cuestión o situación. No contentos con esa vaguería mental, además se incurre en polarizaciones y falsos dilemas, que refuerzan ese simplismo. Para mí, es una muestra de las múltiples facetas que adquiere el miedo en el ser humano. Miedo que se canaliza habitualmente a través de la agresividad y, en ocasiones, por medio de la violencia. Todo son acusaciones, menosprecios, escarnios, odio y revanchismo. En ocasiones, ese malestar, se disfraza de "humor" y memes que buscan ofender y avergonzar al otro. No hay debates, menos aún diálogos, saludables.

Mi fórmula para resolver problemas, tanto en el orden individual como en el colectivo, frente al dogmatismo y a la trivialización, la deliberación. No, no tengo una respuesta más concreta. En mi día a día encaro cada caso, cada problemática en torno a la violencia de uno en uno. Me esfuerzo por no extrapolar, por no inferir, por no establecer causas allí donde hay correlaciones. Cada persona que atiendo, asisto, cuido, ya sea víctima o victimario la humanizo. Es cierto que generalizar no es necesariamente erróneo pero sí lo es aplicar una generalización a un individuo.

Cuca Casado - Quae studet, orat

 
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