En la salud y en la enfermedad

"Perdona que esta carta sea tan larga, no he tenido tiempo de hacerla más corta." — Charlotte Brontë

 

Cuca Casado.

En la rendición está el poder.

 

Carmen Mota.

Madrid, 1998, médica.

Refugiada en la lectura desde que adquirió la habilidad, escribiendo desde la adolescencia y nutriendo un blog personal desde entonces.

Entrevistada en el programa 9 de “El vuelo de la lechuza”, del CBA. A día de hoy, ansía seguir recorriendo todos los caminos que la vida le permita, tratando de aunar ciencias y humanidades.

 
 

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Cuca C., 4 de agosto 2022

Estimada Carmen,

Llevo días —quien dice días, dice semanas— queriendo escribirte, sobre todo tras leer, el otro día, un artículo en el que se hablaba de la gran renuncia de los profesionales sanitarios. Es evidente que nos gusta nuestro trabajo, para muchos es parte de eso que se llama vocación, pero en las condiciones en las que se está desarrollando no apetece seguir desempeñándolo. Y claro, siempre que leo este tipo de artículos con los que siento cierta afinidad y en los que se evidencia que teníamos un buen sistema sanitario —hasta que enfermamos— me pregunto qué está verdaderamente en nuestras manos para cambiar lo que parece la crónica de una muerte anunciada.

No me cabe duda que parte de la solución radica en las instituciones, pues la mala distribución de los profesionales es evidente, del mismo modo que lo es la oferta escasa de plazas —más sin son especialistas—, así como la precariedad de los puestos. Pero sigo pensando que nosotros, los profesionales sanitarios, tenemos que movernos y no me refiero a manifestarnos y realizar huelgas, que también, sino que considero que estamos desaprovechando otras formas de moverse que, aun no logrando solucionar el problema en el corto plazo, son también imprescindibles. Me refiero a hablar con la sociedad, explicar qué ocurre y hacer partícipe de la solución a la ciudadanía, en lugar de verles como parte del problema. Pues como bien me dijiste, se necesitan médicos y demás profesionales de la sanidad, pero no se percibe mucha preocupación por ello.

Para no diluirme en abstracciones, me voy a detener en un suceso que sirve de ejemplo: los servicios de urgencias y su (ab)uso. Raro es el día o la época en la que se pone de moda discutir sobre el uso de las urgencias. Normalmente, parte de un comentario desafortunado de un profesional de la salud que se queja de tener que atender una dolencia leve (tipo dolor de garganta), o se queja de unos padres aprensivos que acuden por una fiebre de apenas unas horas de evolución. Sí, es cierto que una carga de trabajo mayor de la asumible para dar una asistencia de calidad lleva a un desgaste profesional y personal; la precariedad y la carencia de recursos —humanos y materiales— pasa factura. A todos, a nosotros y, sobre todo, a los pacientes y familiares. Cierto es, también, que ante una Atención Primaria debilitada, sin (apenas) recursos y con esas demoras ya habituales, cualquiera en su sano juicio busca ser atendido con la mayor brevedad posible. Ya sea por un malestar general o por un dolor en el alma.

Ante este panorama —sistema debilitado y desconocimiento y desinformación ciudadana—, ¿cómo pedir a la sociedad que haga un uso sensato de los servicios de urgencias? Mientras se soluciona este problema, quizá sería práctico empezar por dar consejos sencillos, como: Si crees que es grave, acude a urgencias a la hora que sea. Si crees que no es grave, pero necesitas ser valorado y no hay otra opción de ser atendido prontamente, acude a urgencias a una hora prudente (entre semana y por la mañana, pues es cuando suele haber más personal y suelen estar todos los especialistas).

Como también sería relevante enseñar a distinguir entre un día malo, una somatización y una enfermedad. En definitiva, brindar a la ciudadanía de recursos: dar una educación para la salud y el bienestar.

El panorama al que nos enfrentamos es desalentador. Nos encontramos con “consultas de alta velocidad”. En apenas unos minutos, se tiene que tomar decisiones trascendentales para con los pacientes. Esto y la excesiva presión está perjudicando al paciente, a los sanitarios e incluso al propio sistema sanitario. Evaluar, diagnosticar y tratar en menos tiempo de lo aconsejable y necesario tiene un coste multidimensional. Cabe destacar el concepto “pérdida de oportunidad asistencial” que se da cuando se priva de una prueba diagnóstica o de tratamiento al paciente y sufre por ello, incluso acaba falleciendo. Y esto lo hemos visto potenciado durante la pandemia, en la que otras dolencias fueron pospuestas y silenciadas.

Proporcionar una atención de calidad al paciente requiere tiempo. Sin embargo, la cultura de la demora cero junto con el desgaste personal y la sobrecarga asistencial han deshumanizado la atención sanitaria. Como dijo en cierta ocasión Javier Padilla (médico salubrista), la sensación que tenemos los profesionales de la salud es que sostenemos un sistema que hace picadillo a quienes forman parte de él. Quizá tenemos la sanidad pública que no nos merecemos. Quizá la dependencia de los pacientes es directamente proporcional a nuestra mala praxis cada vez que hacemos medicina defensiva.

Lo cierto es que vivimos una de las mayores crisis de la sanidad, por la que pasamos todos, profesionales y pacientes. Una atención precaria que es enterrada por los conflictos sociales y políticos y que, en consecuencia, pasa desapercibida en la actualidad. El trabajo se hace, salvamos vidas, pero en ocasiones a costa de nuestra propia salud. Mientras no cambiemos el mundo exterior (las condiciones laborales y los factores sociales y ambientales) seguiremos perpetuando un sistema sanitario deficiente que sobrevive a costa de todos. Sólo cabe hacerme una pregunta, ¿cuándo va a empezar el Estado a alinearse con la lógica que los datos, el conocimiento y la sociedad demandan?

Espero que estés bien y pronto tenga noticias tuyas…

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Carme M., 8 de agosto de 2022

Buenos días, Cuca.

Hace poco estuve rotando en Urgencias con un doctor que, cansado de la carga que se asume cada día en urgencias trató de aconsejarme desde su experiencia, él comentaba que actualmente vivimos en una sociedad puramente hedonista, caprichosa y acostumbrada a la velocidad. Creo que estoy muy de acuerdo con este diagnóstico. Desde mi punto de vista, las urgencias están plagadas de gente que quiere YA una solución. Pienso en un catarro común, o una gripe, de estas enfermedades que te dicen que son 7 días con paracetamol y una semana sin él. De toda la vida hemos esperado a que se nos pase, con un caldo, un termómetro y una botella de agua al lado de la cama, pero actualmente las prisas, la hiperproductividad y la necesidad de estar continuamente "bien" hacen que se exija a los sanitarios muchas veces algo parecido a los milagros.

Creo que es necesario reivindicar nuestros derechos como trabajadores, nuestros descansos, mejoras de condiciones etc. Pero también apuesto fuertemente por la educación sanitaria. Verás mi padre hace ya 2 años, en plena pandemia sufrió un infarto (además inferior, de los que no dan la cara de la manera habitual), creo que tuvimos la suerte de conocer algo más de los síntomas que en una familia normal, porque en una patología tiempo dependiente, eso es lo que te salva la vida. Me genera mucha tristeza pensar cuánta gente piensa que puede tener un "empacho" o similar y ha fallecido por ese motivo cuando la realidad es que es algo tratable. Hay que enseñar a reconocer lo importante, y hay que enseñar a banalizar lo banal. Así resumo un poco mi opinión, creo que necesitamos la ayuda de la sociedad, el sistema sanitario somos todos (pienso en el caso de la Hepatitis C, hasta que los pacientes no salieron a la calle por el tratamiento, ¿qué caso nos hicieron a los sanitarios? Afortunadamente eso fue una conquista y ahora esos tratamientos están subvencionados).

Me preocupa mucho el tema de la hiperaceleración de la sociedad, la necesidad de aferrarse a la alta productividad, incluso sin los recursos suficientes. Creo que eso hace esclavos a los trabajadores, y creo que en sanidad es notable. Hablando de la hiperaceleración, hace muy poco leí una entrevista con un psiquiatra en la que se comentaba el problema que está generando este boom de estímulos e hiperaceleración en nuestros cerebros, cada vez somos menos capaces de mantener la atención.

Tendría que contarte mil cosas sobre el tema, pero finalmente quiero añadir, mi opinión acerca de la polémica contra los sanitarios que leo por parte de la gente joven desde Twitter. Me refiero a esa nueva tendencia criticar a los sanitarios que reclaman, exactamente como has hecho tú, algo más de tiempo, justificando la falta de descanso o el estrés con palabras como "vocación". No sólo me parece tremendamente injusto, si no que creo que la visión del sanitario por parte de la sociedad ha cambiado muchísimo. No defiendo una vuelta al paternalismo donde nada de lo que decía el médico se pudiera discutir, pero sí que pienso que se debe valorar la opinión de un experto a la hora de decidir sobre salud, a veces me da la sensación de que tienes que prescribir ciertas cosas " a demanda" por evitar problemas legales...y de nuevo caemos en la Medicina defensiva. ¿Tú qué opinas sobre esto?

Espero que todo te vaya muy bien estos días,

Mucho ánimo y un abrazo

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Cuca C., 28 de agosto 2022

Buenas noches, Carmen.

El otro día me recordó Facebook que hace 4 años compartí una infografía sobre el tiempo de espera para ser atendido en una urgencia y esta terminaba recordando que una “tos” es un nivel 5 de prioridad, es decir, sin urgencia. Hoy, sigue todo igual: se sigue exigiendo milagros. A los rasgos que ese doctor te usó para definir a la sociedad de hoy —muy acertados—, le sumaría el egoísmo y el narcisismo. Las personas no ven a quienes tienen a su alrededor ni las circunstancias que se dan en cada momento. Está claro que cuando acudes a un servicio sanitario consideras que es relevante lo que te ocurre, pero que aun cuando se explica la situación del servicio (la carga asistencial y sus demoras), así como la prioridad que tienen otras personas, se siga exigiendo una atención inmediata me hace preguntarme ¿qué ocurre? ¿Cómo se puede ser tan ciego a las circunstancias? ¿Dónde queda la empatía?

Y siempre llego a la misma conclusión: educación para la salud (EPS). Es una herramienta que, citando a la OMS, “induce a las personas a adoptar y mantener las costumbres de una vida sana, a utilizar razonablemente los servicios sanitarios puestos a su disposición y también a tomar decisiones, individual y colectivamente, para mejorar su estado de salud y el del medio en que habitan”. La EPS utilizada con la finalidad de responsabilizarnos de la salud personal y de la salud de la colectividad. Responsabilidad: palabra clave, cuestión que cada vez brilla más por su ausencia en esta sociedad. Llevamos décadas delegando nuestras responsabilidades como ciudadanos en los diferentes gobiernos y luego nos enfadamos cuando estos fallan o incumplen lo prometido. Y donde digo gobiernos, digo cualquier institución —incluidos nosotros, los sanitarios—. En lugar de limitarnos fundamentalmente a cambiar las conductas de riesgo de los individuos, podríamos crear oportunidades de aprendizaje para facilitar cambios de conducta o estilos de vida saludables, para que la gente conozca y analice las causas sociales, económicas y ambientales que influyen en la Salud de la comunidad. Para muestra un botón, lo que le ocurrió a tu padre que, como dices, al conocer vosotros algo más los síntomas no pensasteis que era un empacho. En mi casa ocurrió algo similar, mi padre padecía de hernia de hiato y una noche él pensó que era la dichosa hernia pero resultó ser un infarto [mi padre falleció, estaba sólo con mi hermana pequeña (tenía 17 años entonces) y cuando ella pudo hablar me dijo que la noche anterior se quejaba de su hernia y que se tomó su medicación; tristemente, falleció a la mañana siguiente]. Pero ¿de dónde sacamos tiempo para enseñar a reconocer lo importante? ¿Y cómo? Porque las campañas audiovisuales tengo mis reparos de que funcionen. Me refiero a campañas como, por ejemplo, la de la Comunidad de Madrid que enseñó a los usuarios del transporte público a reconocer los síntomas que produce el ictus. No dudo que a más de uno y de dos les dio por leer las infografías y aprendieron, pero ¿realmente son efectivas? ¿Llegan y calan en la sociedad? Quizá habría que empezar por los más peques, facilitar recursos para que desde la escuela se enseñe a reconocer sucesos urgentes y qué hacer. Estuve un año trabajando como enfermera en un colegio y fue muy reconfortante poder enseñarles qué hacer si alguno de sus compañeros sufría una convulsión o cómo se utilizaba el boli de adrenalina si alguno sufría una reacción alérgica, entre otras actividades de aprendizaje. Incluso el profesorado agradeció saber qué hacer en situaciones de urgencia. Cada uno aportó su grano de arena para cuidarse todos en el colegio. La EPS supone un trabajo invisible cuando todo va bien, mediático cuando la situación se sale de la normalidad y olvidado cuando la normalidad vuelve.

Sin embargo, el frenesí de hoy en día, la lucha por el éxito y la productividad dificultan cualquier labor en comunidad. Apenas se presta atención a lo que ocurre a nuestro alrededor, salvo cuando salta una notificación en los teléfonos. Las redes sociales, en particular, y las aplicaciones, en general, explotan nuestras necesidades básicas. Concretamente, me preocupa el impacto de las redes sociales. Vale, son toda una innovación pero impregnan absolutamente todo, transformando el mundo sin apenas darnos cuenta. Han cambiado la forma de hacer política, el ocio, la forma de aprender, de relacionarse con otras personas, etc. Incluso la forma de divulgar temas como la medicina o la enfermería. Hay profesionales que son todo un referente y hay “profesionales” que hacen lo que sea por un “me gusta”, los que actúan cual policía sanitaria, los paternalistas, etc. En plena pandemia pudimos ver todas las facetas.

Sea como fuere, parece que nos movemos de la medicina paternalista a la defensiva. Pasamos de un modelo consumista —el médico es un vendedor de servicios médicos—, a un modelo de negociación ¬—el paciente exige obtener el precio más bajo y el médico evitar soluciones arriesgadas que supondrían la amenaza de un juicio—. Dos modelos que deshumanizan la naturaleza de la relación del profesional con el paciente y, además, entran en contradicción con la propia vocación. La confianza crea un vínculo entre las personas, las hace libres para poner en práctica sus valores. Por ello, un ambiente de confianza es un ambiente terapéutico y, así, debería ser la relación entre el sanitario y el paciente. Una relación en la que tanto la autonomía del paciente como la del profesional de la salud estén subordinadas al bien del paciente, pues no es la autonomía, sino la persona, la que constituye un valor absoluto. Deberíamos evitar el miedo como vehículo de concienciación y abrazar la prudencia y el cuidado como valores fundamentales.

En cuanto a esa tendencia a criticar absolutamente todo de los sanitarios se ha alimentado con el anonimato de las redes sociales. Este fomenta la pérdida del sentido individual del yo, lo que reduce la moderación y aumenta la voluntad de unirse a la muchedumbre, a la tribu. Es triste pero da igual la cuestión que se reclame, se exponga o se explique, la sociedad virtual deshumaniza a cualquiera. Con echar un vistazo por encima a Twitter, por ejemplo, se pueden observar diferentes distorsiones cognitivas, que llevan a la deshumanización: razonamientos emocionales, sobregeneralizaciones, pensamientos dicotómicos, descalificaciones de lo positivo y un largo etcétera. No hay deliberación, solamente hay señalamientos, memes y castigos. En lugar de avergonzar o demonizar se debería humanizar y apelar incesantemente a la humanidad del otro.

En fin, creo que lo que puede hacer la sociedad, el Gobierno y el individuo es construir fuera de las crisis. Es decir, la base de lo que puede hacer el sistema sanitario en un momento de crisis, como ahora, se ha de construir en los momentos en los que no hay crisis. Con la prevención, otra asignatura pendiente, ¿no crees?

Con deseo de que acabes el verano bien, que ya nos queda poco para la vuelta al cole.

Un abrazo.

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Carme M., 19 de septiembre de 2022

Buenos días, Cuca.

Retomando el tema de las urgencias y la educación poblacional, hay mucho que comentar (me ha gustado mucho la infografía, quizás la comparta con tu permiso en alguna red social). Pienso que actualmente estamos sumidos en un entorno que favorece la hipervelocidad, quizás eso hace que la gente sea más impaciente, porque cree que no dispone de tiempo, ni siquiera en cuestiones de salud. A mí me gustaría hacer un ejercicio de ponerme en el lugar del paciente, el otro día leí algo que debió escribir un paciente, me gustó mucho:

“This may be a normal day at work for you

But is a big day in my life

The look on your face and the tone of your voice

Can change my entire view of the world

I am here because I trust you, help me stay confident.

I may look like I am out of it

But I can hear your conversations

I am not used to be around strangers.

Keep that in mind

I am a patient because I want to get the heck out of here

Nothing personal

I do not speak your language well

You are going to do what to my mhat?

I may only be here for four days

But I Will remember you for the rest of my life.

Your patients need your patience”

Estos días he estado pensando en esta “declaración” de aquella persona que se sentía un extraño en el hospital. Es necesario ver las dos caras de la moneda, por un lado, el ambiente hiperexigente que nos acompaña y que tortura a todo sector servicios, que resulta especialmente deletéreo en el ámbito de la salud, por otro lado, aquellas personas que depositan la confianza en alguien a quien no entienden cuando hablan. Ambas situaciones merecen una mejora.

Hay algo que me dijo un profesor (bueno, a mí, y a toda la clase, pero me llegó directamente) en una clase de urgencias: “una urgencia es aquello que al paciente le parezca urgente”. Sí y no, entiendo perfectamente lo que quería hacernos llegar aquel doctor, la empatía de entender que aquel que llega a sentarse en una sala de espera en urgencias, normalmente está intranquilo y merece empatía; por otro lado, volvemos al tema de que para que un sistema de salud se sostenga es necesario hacer un buen uso de los recursos. Creo que no se puede culpabilizar de ello solamente a los pacientes, si no también al sistema sanitario (con los propios sanitarios), ya que hay que asumir que el cambio es necesario y es necesario que dispongamos de más recursos (y sí, cuento el tiempo como recurso fundamental, porque para educar a la población, como comentabas, no es suficiente con 7 minutos de consulta en un centro de salud, lugar clave para este objetivo y que sin embargo ha sufrido duramente). Todos somos agentes del cambio. ¿Qué opinas de esto?

“La confianza crea un vínculo entre las personas, las hace libres para poner en práctica sus valores”

Me quedo con tu frase de la carta anterior, es importante recordarla.

Encontré el artículo que te dije y me viene genial para hablar sobre las redes sociales, te lo adjunto. Me resultó muy interesante leer sobre el síndrome del pensamiento acelerado, realmente estamos plagados de gente que lo sufre, me atrevería a decir que es un mal social…y las redes sociales lo promueven sin duda. Personalmente, me encantan porque son un modo de comunicarnos, sin embargo, no dejo de ver sus “efectos adversos”, sobre todo en niños y adolescentes. La cantidad de estímulos que recibimos a través de internet satura nuestras neuronas y hace imposible seguir con un procesamiento adecuado. Creo que esta hiperstimulación hace que no nos centremos en nada, estamos perdiendo nuestra capacidad de prestar atención (recomiendo por aquí el libro “La civilización de la memoria de pez”, de Bruno Patino).

Para despedirme, darte la razón con que la prevención es verdaderamente una asignatura pendiente, y la pandemia lo ha evidenciado, por ejemplo con la higiene de manos o tantas otras medidas necesarias, que estaría bien instaurarlas más allá de las infecciones (motivo de preocupación global). A mí me preocupa mucho la obesidad y desnutrición infantil, creo que es un tema al que no se le da la suficiente importancia, posiblemente sea por lo multifactorial que es; sería muy facil decirles a los niños que hicieran ejercicio y que comieran de manera saludable, pero muchos de ellos comen en el colegio y cenan en una casa en la que no siempre las condiciones económicas permiten a los padres comprar comida de calidad y ni siquiera tener tiempo para elaborar esa comida casera. Esta semana pasada salió una iniciativa muy bonita por parte de una ONG (educo ONG), que trataba de visibilizar precisamente este tema, intentando convencer de que la alimentación en colegios debería ser de calidad y accesible para todas las familias, lanzaban datos como “solo 1 de cada 10 menores tienen acceso a becas de comedor” o “Hay 2,7 millones de niños y niñas en pobreza”.

En fin, tantas cosas que pueden mejorarse que lo que habría que hacer sería ver por dónde podemos comenzar (y para esto sí que pienso que las redes sociales nos pueden ayudar).

Espero que todo vaya genial en esta vuelta a la rutina y apertura del otoño,

Un abrazo,

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Cuca C., 21 de octubre 2022

Querida

Por supuesto, comparte la infografía. A mí, en más de una ocasión, me ha servido para reforzar lo que intentaba explicar. Es más, recuerdo que en el hospital, hubo un par de años, que se decidió hacer un tríptico sobre el triaje, para entregar a los pacientes y familiares cuando llegaban a urgencias. Con el tiempo dejó de hacerse, no recuerdo si por dejadez o porque acababan en las papeleras.

Hipervelocidad, hipercomunicación… lo hiper es hiperasfixiante. Esa inmediatez y esa saturación creo que son resultado de la digitalización. Nos ha permitido estar interconectados, sin embargo, no trae consigo más vinculación ni, mucho menos, más cercanía. Aunque se nos invita continuamente a comunicar nuestras opiniones, estados, deseos o preferencias, crece sin parar la soledad y el aislamiento. Esa interconexión digital no facilita el contacto con otros, sino que sirve "para encontrar personas iguales y que piensan igual, haciéndonos pasar de largo ante los desconocidos y quienes son distintos" (Byung-Chul Han). Consecuencia de ello es que nuestro horizonte de experiencias se vuelve cada vez más estrecho y, como apuntas, creemos que no disponemos de tiempo. Sea como fuere, la hipervelocidad y la hipercomunicación generan mucho ruido, pero ninguna voz. La indignación queda en nada, porque vivimos en un "shock del presente". Ejemplos de esa indignación los hemos vivido a diario con la pandemia. No nos permitimos ni un solo momento vacío, ni con demoras. Hacemos zapping entre las "opciones vitales", apresurándonos de un presente a otro sin aprender.

Ponernos en el lugar del otro, en este caso de nuestros pacientes. Es curioso que sea necesario recordar que nuestros pacientes necesitan de nuestra paciencia. Ellos no han escogido estar en el hospital o en el centro de atención primaria. Están porque necesitan de nuestra ayuda, de nuestro calor, de nuestros cuidados. Me encanta lo que me has compartido. Tengo que confesar que lo he compartido ya con otros compañeros de profesión. Ese “la mirada en tu cara y el tono de tu voz pueden cambiar mi visión del mundo” es una bala (necesaria) directa al corazón. Me encantaría que estuviera ese “credo” a la entrada de urgencias, de cualquier planta. Sin duda, tanto la situación de los pacientes, como la de los profesionales, merecen mejoras. Son las dos caras de una misma moneda: lo que daña, afecta, a una acaba por dañar a la otra.

Hace 15 años esa frase que te dijo tu profesor me habría encantado, hoy la encuentro peros y son esos mismos que puntualizas. El sistema sanitario, en general, y las urgencias, en particular, son servicios a demanda. De los pacientes. Acuden a nosotros porque necesitan de nuestro saber y nuestra forma de cuidar. Y necesitan de seres empáticos, que sepan escucharles. Ahora bien, si no hay recursos o los que hay son insuficientes o se usan inadecuadamente, es difícil —por no decir imposible— acompañar cálida y eficazmente a los pacientes. Por eso mismo tampoco podemos castigarlos. Les va a seguir doliendo la tripa aunque no haya recursos (materiales y humanos). Del mismo modo, es cierto que parte de la responsabilidad radica en ellos, los pacientes. Pero es difícil hacerles responsables. Claro, somos todos agentes del cambio pero andamos como pollos sin cabeza y perdóname la expresión, pero estaba imaginándome a todos así, corriendo sin rumbo claro aun cuando tenemos un objetivo compartido, en común. Volviendo a lo fundamental, el tiempo. Nos lo han robado o lo hemos perdido. La cuestión es que estamos inmersos en dinámicas enfermizas de prisas y producción y, al mismo tiempo, no podemos parar. Yo he vivido en mis carnes esas prisas, ese agobio por atender en el menor tiempo posible —teníamos el ojo del Gran Hermano (Gerencia) encima observando—. Lo que hay hoy es un horror. Cuando compañeros médicos me pasan capturas de la agenda que tienen en el centro de salud donde están ubicados temporalmente, me asusta y me genera ansiedad. Citados telefónicamente en la misma hora y minuto varias personas. ¿Acaso la atención telefónica tiene algo diferente de la presencial en cuanto al tiempo que conlleva? Es algo que no he entendido nunca. Es más, diría que la atención telefónica supondría más tiempo por el hecho de no poder ver, explorar, a la persona. 7 minutos de consulta en Atención Primaria es ya un grave síntoma de la deriva en la que estamos inmersos.

No me tomes por mala persona, pero qué risa al empezar a leer la entrevista al psiquiatra Cury. Que el acrónimo de “síndrome del pensamiento acelerado” sea SPA suena a broma de mal gusto. Volviendo a la entrevista, comparto todo lo que plantea este psiquiatra. Los excesos son contraproducentes, sumado a las presiones sociales, y nuestras mentes no están preparadas para ello. Me he sentido identificada con lo de perder el foco y la concentración. Parece que muchos hablamos de lo mismo desde diferentes perspectivas y bagajes profesionales —personales también—, es el mal social de nuestra era y es incentivado, alimentado, por las dinámicas interactivas de las redes sociales, sin duda. Ese amor-odio con las redes sociales creo que empieza a ser compartido por algunos, no voy a decir muchos. Son una herramienta más de comunicación e información, sin embargo, el uso que se hace de ellas está siendo más que preocupante. Hace poco me leí “La transformación de la mente moderna. Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están condenando a una generación al fracaso”, de J. Haidt y G. Lukianoff, y abordaban estas cuestiones: las dinámicas en torno a las redes sociales, así como el viraje de los sistemas educativos (principalmente el universitario), en torno a la generación Z o iGen (la generación que ya ha vivido toda su adolescencia en la era de los teléfonos inteligentes). Creo que el cambio trascendental radica en la manera de comunicarse: ya no es un cara a cara sino a través de las pantallas. Ya no se va a los bares o a las discotecas a ligar, se hace a través de aplicaciones donde, como en un restaurante, escoges el menú —persona— que más se te antoja. Ya no se baja a hacer la compra, te la traen a casa gracias a diferentes aplicaciones. Todos esos pequeños detalles son trascendentales, ¿no crees? Todo esto me ha hecho pensar en el experimento de la caja de Skinner, en esa rata que presiona una y otra vez la palanca para que le caiga la comida. Si hay una consecuencia agradable se tiende a repetir el comportamiento y de eso las aplicaciones y las redes sociales saben mucho…

Me pregunto si alguna cuestión relacionada con el ser humano se escapa a lo multifactorial. Esto te lo digo mirando el diagrama que tengo encima del escritorio sobre los determinantes sociales de la salud. Las problemáticas en torno a la alimentación son muy importantes y son poco atendidas. Es más fácil señalar al gordo o al flaco, en lugar de pararse a ver los recursos de que dispone la persona para alimentarse óptimamente. Parece que cuesta entender que, hoy en día, a una familia le puede ser más barato comprar unos paquetes de salchichas, unas patatas congeladas o unas empanadillas que hacer un plato de verduras, pasta y/o carne. Hacer la compra es caro si quieres atender a lo saludable. La cuestión de las comidas en los colegios es igual de preocupante que la las comidas en los hospitales. Se me escapa que no puedan hacerse menús saludables y económicos en dos ambientes sociosanitarios tan relevantes como son la escuela y el hospital. Ya no hablo de aprovechar lo que sobra, que entiendo las normativas sanitarias en cuanto a los alimentos, pero se podría facilitar los menús sobrantes en ambos espacios a quienes no disponen de sustento diario.

Coincido plenamente contigo, tenemos tantas cosas por hacer que, además de saber por dónde empezar, tenemos que aprender a asumir que somos finitos y limitados y no podemos solucionar todo. Quizá alguien nos lea y se anime a ayudar…

Me queda desearte mucha fuerza y ánimo en esta etapa que tienes entre manos.

Me despido con Peter Handke, que se pregunta en una de sus anotaciones lo siguiente: "¿Quién dice que el mundo ya está descubierto?". El mundo es más profundo de lo que pensamos y aquí quiero invitarte a ello. Pues creo firmemente en el diálogo reflexivo como el medio para que las ideas se desarrollen, se difundan y surtan efecto.

Cuídate.

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Carme M., 14 de noviembre de 2022

Cuca,

Hoy me hace especial ilusión contestar a esta carta ya que justo este medio día ha tenido lugar la manifestación en defensa de la sanidad pública en Madrid. Estos últimos meses el grave deterioro del sistema sanitario se ha evidenciado más aún debido a todos los posibles cambios, decisiones o propuestas que varios políticos han desarrollado. Toda esta tensión, falta de recursos, frustración y otros posibles sentimientos por parte de los sanitarios que hemos podido comentar en cartas anteriores reconozco que iban minando mi moral al mismo tiempo que comencé a desilusionarme por mi posible futuro trabajo. Hoy, sin embargo, creo que es un día para estar feliz, consideraciones políticas aparte (en las que no voy a meterme), pienso que el hecho de que la población salga en defensa de algo tan importante como la sanidad, es para estar orgulloso, y desde luego he sentido el apoyo colectivo hacia nuestra profesión. ¿Al final se trata de eso no? Ayudarnos todos a todos, construir un sistema donde poder brindar una atención de calidad a la población sin maltratar al trabajador, volver a disponer de más de 7 minutos por paciente y acortar las listas de espera infinitas que no sólo dañan potencialmente al paciente (diagnósticos tardíos, o quizás, tratamientos inadecuados) si no también al personal que le atiende. Hay muchas cosas que cambiar, y por un día probablemente no haya un viraje espectacular, pero desde luego es un momento que nos permite unirnos y puede que haga pensar a más de uno.

Dices que lo “hiper” es hiperasfixiante, estoy de acuerdo, me atrevería a decir que es posible que la cantidad de estímulos que recibimos hace que al no poder procesar completamente ninguno, se acumulen tantas cosas inacabadas en nuestra mente que al final haya un inmenso glomérulo de ideas inconclusas que sólo ocupan espacio, pero efectivamente, no aportan contenido. El ser humano nunca deja de aprender, pero para ello es necesario la paciencia, algo que dudo mucho que se estile actualmente. No se si no tenemos tiempo o si en realidad tenemos demasiadas tareas, queremos abarcar demasiado y eso acaba resultando ineficaz pero terriblemente agotador. Pasa algo parecido con la escucha, precisamente esta mañana vi un vídeo corto en Twitter que decía que desde niños se nos enseña a expresarnos, a participar y a hablar…pero que se incide mucho menos en enseñar a escuchar, a que lo que dice el otro te aporte y de alguna manera, en un porcentaje de ocasiones, cambie la respuesta que ya tenías preparada para vomitarla en ese segundo en que parece que nadie dice nada. Todo son voces, y nadie se comunica realmente, ese corral son un poco las redes sociales. En realidad me he visto reflejada con ciertas partes del vídeo, vamos con tanta prisa, y nos creemos tan importantes, que incluso a veces tenemos la soberbia suficiente como para creer que expresar nuestra opinión es más importante que prestar atención a lo que dice otro (vaya, que el vídeo me dio un azote de humildad que no está nada mal de cuando en cuando jajaj). En relación a eso, a las redes sociales y la necesidad de expresarnos, me ha venido a la cabeza una pregunta: ¿por qué subimos cosas a redes sociales? ¿o por qué tenemos redes sociales? En el fondo la pregunta es ¿nos importa más que la gente nos mire / reconozca, o es para reconocernos a nosotros mismos? Puede que sea una mezcla, si bien es cierto que en las nuevas generaciones la identidad en parte se construye virtualmente, y diría que si eres adolescente y no tienes un perfil en redes, probablemente seas considerado un raro y te cueste mucho más socializar precisamente por esa circunstancia que suponen las redes en nuestra vida diaria. Decía Ortega « Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo »…pues un poco lo mismo, asumiendo que esa circunstancia es en parte ciertamente virtual.

Me gustaría señalar en esta carta, con el motivo de que hace relativamente poco fue el día de la salud mental, la cantidad de nuevos trastornos que han surgido en estos últimos dos años (llámalos trastornos o X, en todo caso, problemas que afectan a la calidad de vida de las personas sin un claro origen orgánico). Esto puede objetivarse precisamente con la tendencia creciente de suicidios en España, te adjunto este link a la página del observatorio del suicidio, que me parece especialmente impactante pero pienso que tiene escasa visibilidad en el público general. Este año, el 10 de Octubre se celebraba el día de la salud mental y el lema colectivo decía algo parecido a “la salud mental es importante, aquí te dejo mi última viñeta mona”, cosa que lamentablemente dudo que ayude a ninguna persona que padezca realmente este tipo de problemas (siento sonar cínica). La visibilización de la importancia de la salud mental ha experimentado un gran auge y parece que en nuestra sociedad se acepta más fácilmente ciertos diagnósticos, pero no puedo evitar pensar en una esquizofrenia, por ejemplo, porque es muy sencillo hablar de la ansiedad (que actualmente creo que en cierta medida hemos sufrido todos en algún momento), y sin embargo, todavía muchas personas lidian con grandes estigmas en relación a diferentes diagnósticos. Podría estar comentando durante muchas más líneas la incoherencia que supuso ese día para mí, envueltos en una sociedad que en muchas ocasiones se preocupa bien poco de estos temas, pero que el día 10 de Octubre, como es “lo que toca” en redes sociales pongo la viñeta superficial de turno, que mañana ya será otro día. Y escribo esto porque igual que hay infogramas en los que se trata de resumir los 5 signos más importantes para reconocer un ictus o un infarto, se podría hacer lo mismo con infografías sobre depresión o trastornos de la conducta alimentaria, que suponen una importante causa de morbilidad en un país como el nuestro a día de hoy, y que a nivel intrafamiliar a veces es difícil de reconocer generando consecuencias realmente duras.

Finalizo esta carta con un poema de Ida Vitale, ya que así muestro también un poquito de mi pasión por la poesía, espero que lo disfrutes:

VÉRTIGO

Varada velocísima en

tu borde,

veraz de veras,

en vilo, en vela

virando hacia,

en ti guarecida,

guarnecida quiero seguir

imaginando cómo se amanece,

capaz de maullar

por las azoteas del frío

o del ardor final,

feliz naciendo

de la diaria muerte.

Un abrazo,

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Cuca C., 27 de noviembre 2022

Querida

Me vas a permitir hacer un inciso en nuestras cartas y dejar “a un lado” las cuestiones que veníamos tratando, aunque de lo que quiero hablarte también entraña tenerlas encima de la mesa: la violencia.

Hace unos días se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Un año más considero que se repitieron eslóganes vacíos y falacias de todo tipo, perpetuando una idea errada sobre la violencia en general y sobre la violencia contra la mujer en particular. Para empezar, con respecto a lo que se conmemora con esa fecha: el asesinato político de las 3 hermanas Mirabal y el olvidado Rufino de la Cruz, 4 disidentes políticos. Me parece estupendo que se celebre un día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer, pero utilizar un asesinato político y reducir el papel de activistas opositoras —al régimen de Trujillo— al mero papel de asesinadas por ser mujeres considero que es una falta de respeto a ellas y al gran silenciado: su compañero de la Cruz. Creo que debería dar vergüenza reducirlas a elemento pasivo en lugar de elevarlas a símbolo de la resistencia política, que es lo que fueron junto a su compañero de la Cruz.

Volviendo a la celebración del 25 de noviembre, ese “violencia contra la mujer” tiene en cuenta el sexo de la víctima pero no del posible victimario (hombre o mujer), entonces ¿por qué se reduce la celebración a un tipo particular de violencia contra la mujer? Es más, ¿cómo señalar a los hombres como el mal endémico cuando la mayoría de ellos no agrede a sus parejas (ni a otras personas), ni consideran que la violencia sea aceptable? No sé, me es todo absurdo y ofensivo cuando con darse un paseo por una urgencia o servicio médico se puede observar que la violencia adquiere múltiples caretas. Y tampoco hace falta acercarse a un hospital, con mirar alrededor de uno mismo se puede ver que la violencia tiene muchas caras. No sé, pero se ha llegado a tal punto que se ha convertido al hombre en la representación de todo lo malo, en lugar de mirar lo que está mal independientemente del autor. Ello nos ha conducido a tener víctimas de primera y segunda categoría. Claro que generalizar no es necesariamente malo, pero aplicar una generalización a un sujeto sí que es pernicioso y es lo que se está haciendo con el hombre. Es cierto que en el seno de las relaciones íntimas mueren más mujeres a manos de hombres, pero ¿mueren por el hecho de ser mujeres? ¿No tendrá que ver algo la constitución física, los problemas relacionales, las adicciones, la precariedad y otros tantos factores psicobiológicos, sociales y ambientales presentes?

Siendo un día para poner el foco de atención en la mujer, hablemos de las mujeres víctimas de siniestros viales o de explotación sexual, por ejemplo. También de aquellas mujeres que sufren mutilación genital, a manos de otras mujeres. Como podríamos hablar de las mujeres letales: las que maltratan, descuidan, abusan y llegan a matar a los más indefensos de la casa: los más pequeños y quienes tienen una baja capacidad de defensa, como los ancianos y discapacitados. Sí, es cierto que las mujeres matan con mucha menos frecuencia que los hombres, pero sus métodos pueden ser igual de crueles, ¿no? Sabes, hay una realidad poco conocida que me es interesante: la mujer en prisión. En España creo recordar que tenemos tan solo 4 centros para mujeres, lo que conlleva problemas para su reinserción por la distancia de su entorno familiar y social de origen. ¿Acaso eso no podría contemplarse como una “violencia institucional” contra la mujer?

Hacías mención en tu anterior carta a la salud mental, aunque más adelante lo retomemos para seguir profundizando en ello, a colación de lo que vengo hablándote es otra cuestión crucial. Sabemos bien que padecer una enfermedad mental supone un gran estigma y visión negativa de la persona; lo que suele favorecer el aislamiento y suele retrasar e inhibir la petición de ayuda. Siendo, por ejemplo, el riesgo de sufrir violencia íntima de la pareja el doble estando presente una enfermedad mental. Lo cierto es que las mujeres son etiquetadas con mayor frecuencia de problemas de salud mental, pero si a la depresión y la ansiedad les añadimos el alcoholismo y el suicidio la prevalencia es similar en ambos sexos, por ejemplo. Leía este verano que casi dos de cada tres mujeres de 50 años o más dicen que son discriminadas con regularidad y esas experiencias parecen estar afectando a su salud mental. Discriminadas por su edad, peso o clase social. ¿Dónde estaban las pancartas, las protestas y los tweets sobre estas cuestiones? Esto me recuerda un libro fantástico de José Luis Moreno Pestaña: “La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios”. Analiza cómo es rentable la apariencia corporal en diferentes profesiones, desde las más relacionadas con el mundo de la belleza (peluquería, dependienta de moda) hasta las que en un principio no guardan una relación evidente (profesora, enfermera, empresaria). Muestra cómo las mujeres cuidan y emplean su capital erótico y cómo, en ocasiones, éste tiene dimensiones dañinas: los trastornos alimentarios.

La realidad es que las diferencias de sexo y de género determinan diferencias en los determinantes de la salud, la vulnerabilidad, la naturaleza, severidad y frecuencia de los problemas de salud, la forma en la que se perciben los síntomas, la utilización y la accesibilidad de los servicios sanitarios, el esfuerzo diagnóstico y terapéutico, el cumplimiento del tratamiento y de los mensajes preventivos y el pronóstico de los problemas de salud entre hombres y mujeres. Veníamos utilizando el modelo de “talla única” donde la forma de enfermar es la de los hombres, cuando mujeres y hombres tenemos diferente perfil de salud por ser esencialmente distintos en nuestra biología. ¿No estaríamos ante otra forma de violencia/discriminación contra la mujer? Ojo, que de la misma forma, también se producen infradiagnósticos en los hombres, como es en el caso de la osteoporosis. Pero que te voy a contar yo a ti... En definitiva, los sesgos de género en la atención sanitaria se producen cuando no se presuponen diferencias en la expresión de las enfermedades entre ambos sexos, al igual que cuando se presuponen erróneamente diferencias.

La discriminación y la violencia pueden darse por mecanismos legales e ilegales y se perpetúan a través de muchos actores, tanto del Estado y sus instituciones, como de organizaciones privadas o a través de individuos (hombres y mujeres). Entonces, ¿por qué no manifestarse por todas esas formas que sacuden la vida de las mujeres?

No podemos subirnos al carro de todas las causas sociales y loables que hay, por supuesto, pero si se habla de eliminar la violencia contra la mujer habrá que ser coherente y abordar las diversas formas de violencia que puede sufrir una mujer y no solamente aquellas que refuerzan el ideario “mainstream” o que perpetúan sesgos y distorsionan la realidad.

Considero que el hecho de reconocer elementos biológicos en la diversidad de género no entra en conflicto de ninguna manera con el objetivo de liberar a la gente de los roles de género y de las desigualdades de poder establecidas. Sin embargo, podría proporcionarnos formas más efectivas para lograr dicho objetivo. Cuando uno de los sexos esté biológicamente en desventaja (como pueden ser las mujeres en el parto o los hombre en el control de la reproducción), las sociedades deben trabajar de forma activa para contrarrestar las desigualdades de poder derivadas de dichas desventajas. Beneficiaría a la sociedad porque supondría una mejor toma de decisiones y una reducción de la violencia, así como el aumento de la productividad general y de la calidad de vida de innumerables maneras. ¿No crees?

Querida Carmen, según te escribo mi enfado va creciendo. No contigo, claro está, sino con la realidad que vivimos, con la sociedad que somos. Pero tampoco pierdo la esperanza.

La peor violencia es la ciega en cuanto a las víctimas, pero también en cuanto a su autor. Por ello, tendríamos que ir más allá de nuestro concepto de lo aceptable y cómodo para cuestionar las ideas y creencias en torno a la violencia. Pues es un problema complejo, relacionado con esquemas de pensamiento y comportamiento, conformados por multitud de fuerzas en el seno de nuestras familias y comunidades.

Espero con ilusión tu carta.

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Carme M., 9 de febrero de 2023

Qué ganas tenía de contestar esta carta, en primer lugar, quería agradecerte la fuerza que transmite, me hizo reflexionar y eso en estos días siempre viene bien.

Investigando un poco, descubrí que había un día internacional de la “no violencia” (2 de Octubre según la web de Naciones Unidas, aniversario del nacimiento de Mahatma Gandhi), aunque bien es cierto que ese día trata de reivindicar un rechazo a la violencia como medio para lograr cambios sociales o políticos, no como una violencia contra el individuo, creo que sirve para ejemplificar que actualmente hay días mundiales para casi todo, la diferencia es la importancia que se le da a nivel mediático en mi opinión.

Es evidente que el tema de la violencia contra la mujer es un tema de actualidad que suscita diferentes opiniones, quizás ahora incluso enfrentamientos. En relación con este tema, para mí sigue siendo necesario que exista ese día y que se condene la violencia contra la mujer, dado que históricamente la categoría social de un hombre y una mujer nunca ha sido el mismo, y ya no sólo históricamente si no que no hay que olvidar que, en muchos países del mundo, sigue siendo así lamentablemente. Es cierto que el panorama en los artículos periodísticos es sensacionalista y los discursos políticos son, en su mayoría cuando comentan el tema, populistas…sin embargo no veo motivos para rechazar el día, quizás hay que adaptarlo y entenderlo de otra forma. Dices: “¿No tendrá que ver algo la constitución física, los problemas relacionales, las adicciones, la precariedad y otros tantos factores psicobiológicos, sociales y ambientales presentes?” pero es que la manera que tengo yo de entender el concepto “mujer” engloba muchos de esos puntos, una mujer no es mujer únicamente por la biología, también naciendo mujer inevitablemente se van adquiriendo roles sociales, experiencias, o circunstancias que van configurando la existencia. Posiblemente lo pernicioso de una visión populista del asunto es precisamente no ver los diferentes matices, o intentar ver al hombre y a la mujer como una dualidad. Es una lástima que por viralizaciones de opiniones ridículas parezca esto una guerra contra todo un colectivo, en mi opinión también es una de las desventajas de las redes sociales como Twitter, es muy fácil generalizar de forma anónima, igual que es muy fácil malinterpretar sin entender el contexto de X persona. Deberíamos volver a la pausa, y a las charlas de café de vez en cuando…pienso que habría menos discusiones.

La verdad es que no tengo nada que objetar en relación con la maravillosa carta que enviaste, toca muchos puntos y lógicamente por eso es más realista que un titular clickbait en Twitter. Simplemente comentar, que efectivamente no podemos negar el factor biológico y que se debería utilizar como herramienta para potenciar aquellas carencias o necesidades que puede haber en un grupo concreto, no hablando sólo de sexos biológicos, si no también de razas. En la pandemia creo recordar que la gente se escandalizaba por leer ciertos artículos que exponían que, ciertos grupos étnicos tenían predisposición por el SARS-COV2; igual que con la viruela del mono hubo quien consideró discriminación publicar en medios de comunicación sanitarios que era una infección más común en “hombres que tienen sexo con hombres”. Desde mi punto de vista, es completamente al revés, señalar esa diferencia posibilita mejorar la prevención y destinar más recursos a esas personas que se encuentran en un colectivo más vulnerable en ese sentido.

Me parece muy interesante el libro que comentaste (José Luis Moreno Pestaña: “La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios”), me lo apunto. También pienso que en general, la estética es algo a lo que se le da mucha importancia socialmente, lo “bello” habitualmente tiene ventajas para acceder a diferentes ámbitos (un poco el llamado “pretty priviledge”) y eso afecta por igual al hombre y a la mujer, claro que la presión por mantener esa belleza pienso que es mayor sobre las mujeres, posiblemente sea una de las causas que expliquen el motivo por el cual los TCA son más comunes en ellas. Vivimos en un mundo en el que cada vez se magnifica más el culto al cuerpo, ¿no crees? Quizás es algo sesgado, pero en mi entorno, conozco a muchísima gente que ha caído más de una vez en dietas milagro, o que cada cierto tiempo decide empezar un nuevo deporte que está de moda para lograr X objetivo…por no hablar de la cantidad de nuevos pseudoalimentos que se venden prometiendo resultados jamás vistos.

Dejando la carta pasa a un lado, he estado unos días en México, de viaje de fin de carrera y de fin de MIR. ¿Alguna vez has estado allí o en algún lugar de América Latina? Me ha sorprendido mucho la desigualdad que se percibe, aún sabiendo que no he visto una realidad total de lo que sería la vida allí, ya que era un viaje de ocio. Era bastante chocante cómo tenías un resort excesivo en todos los niveles, a 10 minutos de gente viviendo en situaciones muy precarias. También había carteles en la carretera que rezaban: “En este paraíso 1 de cada 2 personas vive en pobreza; y al otro le da igual”. Una sensación agridulce vaya, México es espectacular, pero tuve esa sensación de discomfort con el tema social.

Con ganas de seguir charlando.

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Cuca C., 13 de marzo de 2023

Apreciada Carmen,

No sabes la ilusión que me hizo cuando recibí tu carta. Me tenías en ascuas, con razón, y casi me puede el ansia contestándote. Pero quería darme tiempo, dedicarte tiempo y, a lo tonto, un mes ha pasado…

Así es, hoy en día es raro que no haya un Día Mundial de algo. No sé hasta qué punto sirven. Quizá en sus comienzos, la idea era buena, una forma de rememorar y de refrescar los sucesos históricos. Hoy parece una fiesta más en la que pocos saben cuál es el motivo que hay detrás. Estoy contigo, hoy es algo mediático más que reivindicativo o recordatorio. Siempre me ha sido curioso que se asocie la no-violencia con Gandhi, porque en mi tesina llegué a afirmar que los actos no violentos de Gandhi sí fueron una forma simbólica de violencia. Claro que entiendo la reivindicación de Gandhi, pero en ocasiones la inacción, el silencio, el rechazo a la violencia pueden albergar violencia.

No puedo ponerte ningún pero a tus aproximaciones a la violencia contra la mujer. Cuan necesaria es la pausa con este tema tan manoseado y zarandeado. ¿Y cómo lo hacemos? ¿Cómo damos cabida a esa pausa que genera reflexión? Porque por mi experiencia, en círculos pequeños se puede hablar, se puede confrontar y deliberar… puede salir bien o no, eso es secundario —aunque entiendo que habrá personas que los efectos secundarios de ese tipo de deliberaciones (rechazo, ostracismo, señalamiento, etc.) les aterre y opten por el silencio—, en una escuela y/o en eventos/talleres puede darse. Eso sí, siempre que haya como punto de partida la escucha. Pero cada vez es más difícil; podría hacer una lista, por ejemplo, de librerías en las que mi forma de entender y cuestionar este problema no es bienvenido y hasta me ha supuesto el veto. A escala mayor (medios de comunicación, revistas digitales, foros, redes sociales, eventos multitudinarios) ya lo veo no sólo como un imposible sino como una condena de muerte. ¿Cómo hacemos para crear espacios de diálogo en los que poder deliberar? Es complejo, porque este tema se interrelaciona indirectamente con otros como bien apuntas tú (populismo, sensacionalismo, dogmatismo). A quien curiosee esta correspondencia, si tiene ideas o proyectos para generar deliberaciones que me escriban, porque me encantaría ayudar a generar cambios. Creo que estamos más en sintonía con la idea en torno a “la mujer” de lo que pueda parecer. Lo biológico, lo social, lo psicológico y lo ambiental interaccionan entre ellos y de ahí los matices entre hombres y mujeres y, también, entre los hombres y entre las mujeres. Dices que nacer mujer inevitablemente lleva a adquirir roles, experiencias que, al final, nos configuran. Del mismo modo a los hombres. Y en ambos sexos, esa mezcla de “accidentes” los hay afortunados y, otros, desafortunados. Quizá si empezamos por cambiar la culpa por la responsabilidad demos algún paso. Me refiero a que en lugar de, por ejemplo, culpar al hombre por ser hombre hagamos por analizar detenidamente cómo y por qué ese hombre actúa del modo que lo hace. Entender las motivaciones y los factores que median en sus actos y decisiones. Mostrarle alternativas a su comportamiento, ofrecer recursos, etc. Pero claro, eso supone tiempo y la sociedad quiere para ayer lo que supone, en el mejor de los casos, meses. Además, una cuestión que considero central: parece que no se aprecia el progreso. Me explico, cuando coges la evolución del ser humano a lo bruto es evidente que se aprecian los cambios y creo que también cuando observamos una etapa histórica concreta, por ejemplo. Pero luego hay otros progresos y evoluciones más “micro” que no se terminan de ver o de valorar. Me refiero a cuestiones como el machismo; es evidente que se puede progresar y seguir evolucionando, pero cuando se habla de “lacra” y se hace entender que estamos muy mal, me pregunto si no ven los cambios sociales e individuales que se han ido dando en el último lustro, en el último siglo. Parece que socialmente cuesta poner en contexto, tanto los avances como los errores y lacras.

El tema de las razas es otro “melocotonazo” como diría una amiga. El otro día estaba viendo la serie de New Amsterdam y trataban vagamente el problema de los estudios de nuevos fármacos para el cáncer sin tener en cuenta a otras razas e idiosincrasias que no fuera el individuo caucásico de mediana edad. Cuesta entender que las diferencias no tienen por qué ser discriminaciones ni prejuicios y en Medicina la diversidad biológica se muestra en todo su esplendor. Estoy contigo, que sanitariamente pongamos el acento en un rasgo particular no es señalar ni condenar a muerte a nadie. Que de esa diferencia haya quien haga un uso torticero e incite al odio y a la violencia, es otra cuestión muy diferente y que, también, hay que saber abordar. Sin duda, dentro de la prevención (las dos lo sabemos bien) hay una que se centra en las poblaciones de riesgo y otra en la sociedad en general y es crucial hacerlo entender a la sociedad, como dices, para destinar óptimamente los recursos entre los más vulnerables primero.

La belleza es algo que nos asombra pero puede ser toda una condena, tanto a quien la exhibe como a quien ansía tenerla. Querer imponer unos cánones y prohibir otros está llevando a las personas a un choque entre el cuerpo vivido, compartido con los próximos y el reclamado por el mundo laboral, y como resultado supone una agresión para la persona. Ahí, en la presión por alcanzar o mostrar una ortodoxia corporal determinada, sin detenerse a analizar el resto de factores y capitales de que dispone la persona, reside la clave de los trastornos alimentarios y otras enfermedades. Y la Medicina no se queda atrás, nos encontramos no en pocas ocasiones con profesionales de la salud que perjudican de una manera clara por indicaciones demasiado rígidas y demasiado estrictas, generando una nueva enfermedad con campañas demasiado radicales en torno al concepto de “comer sano”. Hemos pasado de lo “light” que ya no vende, a lo “sano” y “ecológico”, instaurando unas recomendaciones muy estrictas en cuanto a qué comer o no. Hasta tal punto que se habla de alimentos no sanos o tóxicos. Cuando realmente, los alimentos que se encuentran a la venta son sanos, pues todos han pasado unas medidas de seguridad, sanidad, higiene y calidad. Entonces, si todos los alimentos son sanos, ¿qué no lo es? La respuesta es sencilla: lo no sano es la frecuencia relativa con la que se consumen los alimentos. Recuerdo un ejemplo sencillo que me explicó un amigo psiquiatra (experto en TCA): ¿qué es mejor, una lechuga o una hamburguesa? Él me dijo un rotundo “depende”. Si se busca un aporte calórico es evidente que es preferible la hamburguesa. Ahora bien, ¿es mejor comer lechugas a diario o hamburguesas? La respuesta es clara: preferible la lechuga. Es decir, el alimento per se no es malo sino la frecuencia con la que se consume. Tampoco podemos olvidarnos de los medios de comunicación y las redes sociales, que funcionan como megáfonos que repiten consignas “saludables” tan estrictas. Ante este panorama, ¿qué podemos hacer? Creo que no tirar la toalla. Habiendo vínculos saludables a todos los niveles es más difícil caer en el TCA. Si salimos de las rigideces en torno a la alimentación, al deporte y a la belleza, es posible operar con distintas culturas y conductas corporales. Pero sobre todo es necesario cuidar la salud mental. Por ello, es vital mentalizarse que el TCA es una adicción y como tal nos está diciendo que la persona no sabe o no puede relacionarse, que es su vía de escape de la realidad que vive, utilizando su cuerpo como barrera contra el exterior.

Espero que estés bien y que las aguas sean cada vez más tranquilas.

Te abrazo.

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