El tiempo vuela

"He redactado esta carta más extensa de lo usual porque carezco de tiempo para escribirla más breve" — Blaise Pascal.

 

Sergio San Juan.

Demasiados intereses para una sola frase. Escribo para entender(me) en Aprendizaje Infinito.

 
 

Cuca Casado.

En la rendición está el poder.

 

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Sergio., 12 de mayo de 2023

Querida, Cuca:

Después de meditar posibles temas para iniciar esta correspondencia, hay uno que me gustaría tratar con la pausa que creo que merece: el tiempo. Como creo que sabes, escribo con frecuencia con una finalidad bastante egoísta. Aunque comparto, en el fondo busco ordenar mis ideas y tratar de alcanzar una relativa claridad en mis pensamientos. Con ese propósito también en mente y con las ganas de conocer otra visión - espero que muy diferente a la mía -, inicio esta nueva aventura.

Me gustaría empezar con unas palabras del escritor argentino Borges: “El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”. Leo entre líneas lo inevitable del tiempo. Como río, fluye sin que podamos detener su flujo; como tigre, nos ataca sin posible defensa; y como fuego, acaba con nosotros sin remedio alguno. La batalla empieza perdida pero como leo en el poema de Borges: somos el río, el tigre y el fuego; somos nuestro tiempo.

De esta idea emerge la primera de las preocupaciones que me gustaría compartir contigo en esta primera carta: quién soy, o lo que es lo mismo siguiendo el anterior razonamiento, qué hago con mi tiempo.

Los griegos tenían dos palabras para el tiempo: Chronos y Kairós. Me gusta la idea de trazar una línea, aunque ficticia, entre tiempo cuantitativo - el avance imparable del reloj - y tiempo cualitativo - los momentos importantes, las oportunidades aprovechadas -. Te mentiría si escribo que no me preocupa que Kairós llame a la puerta y Chronos no me deje abrirla.

Con estas dos preocupaciones - descubrir quién soy y perder las (¿pocas?) oportunidades de la vida - me gustaría abrir este intercambio de ideas contigo.

Cierro con muchas ganas de conocer tu visión sobre este tema tan fascinante,

Sergio-.

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Cuca, 30 de junio de 2023

Mi querido Sergio,

Dicen que nunca es tarde si la dicha es buena y espero que sea así esta mi carta para ti. He de confesarte que me dio vértigo leerte, por tu propuesta tan amplia como compleja. Luego pensé, mírale que pillín que me dice de qué quiere hablar pero esperando que sea yo quien primero se meta en el charco de intentarlo…

Me gusta esta aventura que vamos a compartir. Tanto como comparto contigo esa necesidad egoísta de ordenar ideas y alcanzar claridad en los pensamientos, a través de la escritura. Es llevar la idea de un diario a otro nivel, en la que ojos ajenos escudriñan tus pensamientos plasmados en el papel digital. Algo similar a lo que ocurre con las correspondencias, como esta: nos prestamos a un diálogo reflexivo y, al mismo tiempo, al juicio de quienes curioseen las mismas. Eso me lleva a recordar la siguiente cita:

«Quizá lo primero que debamos hacer sea asumir que toda correspondencia no es, en el fondo, sino una antología. Es decir, que aquello que se ha anotado y comunicado a través de una misiva no es otra cosa que una selección escrupulosamente elegida de la vida corresponsal. Nunca se cuenta “todos” los detalles. Y de un intercambio habitual de cartas no cabe sino dar por hecho que aquello que se cuente no será, desde luego, lo único que habrá tenido lugar. Por tanto, tener acceso a la correspondencia íntima de un personaje puede, en efecto, colaborar con una visión biográfica del mismo, pero nunca será suficiente. Su lectura, la de las cartas, podrá con facilidad causar la sensación de estar siguiendo una historia, casi una crónica de sucesos de la que, por distintos motivos, pueden faltarnos datos, referencias, contextos incluso». (Antón Chéjov y Olga Knipper. Correspondencia 1899-1904. Edición y traducción de Paul Viejo).

Algo similar ocurre cuando escribes tu newsletter, que siempre pueden faltarnos datos, referencias y contextos de lo que (nos) escribes. Pues al final compartes aquello seleccionado escrupulosamente para ello. Pero antes de perder el tiempo (o no), volvamos a nosotros y estas cartas que tienen su propio ritmo, sabor y devenir.

El tiempo es un tema crucial, tanto o más intentar responder a quién es uno mismo y qué hace con su tiempo. Creo que hoy en día, vivimos el tiempo como una sucesión puntual de instantes sin relación los unos con los otros y eso nos está pasando factura. Una atomización del tiempo. Es decir, la ausencia de tensión narrativa —un ritmo narrativo con el que dosificar(nos)— está provocando que los instantes floten ingrávidos. El tiempo parece haberse acelerado, cuando para llegar a ser nosotros necesitamos del verbo madurar, ¿no crees? Esto me lleva a la siguiente pregunta: ¿por qué será que las cosas tienen un tiempo? ¿Y si hiciéramos el intento de esperar a que simplemente sucedan? A veces, torcer el tiempo de las cosas es torcerlo todo. Macerar es la clave de todo. Hacer la plancha. Fluir. O una pausa antes de pestañear... Y la escritura, algo que tanto para ti como para mí es sustancial a nuestro ser, cobra importancia pues con ella se puede trazar itinerarios insólitos entre cosas y acontecimientos aparentemente desconectados. La literatura como vía de curación de nuestro mal del tiempo. Seguramente Proust —maestro en el dominio del tiempo— nos diría que el secreto está en recobrar el tiempo perdido, el tiempo que se perdió en el acto involuntario de vivir el instante. Y no es tarea de una noche ni de un solo hombre. Porque todo lo que precede penetra a lo que prosigue, del mismo modo que Proust necesitó el tiempo de otros para componer la historia de una vida, la suya, nosotros también necesitamos de los otros para componer las nuestras. La continuidad es clave, no conozco otro modo de dar forma a mi manera de ser y de estar en esta época. Y en esa continuidad es clave las pequeñas cosas que tal vez guardan entre sí una oculta afinidad, residiendo en ellas el secreto del verdadero aroma del tiempo.

Hoy no son pocos los que señalan la aceleración del tiempo como el problema (yo en alguna ocasión, para qué negarlo), pero considero que no es tanto la aceleración la que nos está desorientando, sino más bien la pérdida de sentido. La fragmentación del tiempo. El tiempo se mueve sin sentido, por eso dice Byung-Chul Han que el tiempo no tiene aroma, que “las cosas se aceleran porque no tienen ningún sostén, porque no hay nada que las ate a una trayectoria estable”. Claro, ¿cómo preguntarte quién eres y qué haces con el tiempo si éste está atomizado? Sin un hilo conductor dejas de ser y pasas a “ser” un amasijo de fragmentos inconexos unos junto a los otros. Y considero que ese hilo (narrativo) se recupera con la demora, con el no-hacer. La vida activa debería integrar dentro de sí la vida contemplativa. Pero no me refiero a la vida contemplativa como una relajación pasiva y estática, sino como una actividad que reposa en sí misma, como un dejar que las cosas acontezcan sin imponerles una forma y un ritmo preestablecidos. Quizá así, demorándonos en los aromas de la vida, responder a “¿quién soy?” tenga como respuesta algo más sustancial, vivencial, que la profesión que desempeñamos o a qué dedicamos el tiempo libre…

Me despido con Proust, quien me recuerda siempre que la vida es eso que ocurre en una cucharada de té con un pedazo de magdalena. Pues una impalpable gotita de té es tan extensa que soporta el edificio enorme del recuerdo: >

“Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal”. En busca del tiempo perdido – Marcel Proust.

Te abrazo.

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Sergio., 13 de agosto de 2023

Querida Cuca,

La propuesta era amplia porque no sabía cómo plantear este tema tan inabarcable. Me gustan las ideas que has propuesto en tu carta, por ello voy a tratar de seguirlas. ¡Vamos a ver dónde nos lleva esta madriguera de conejo!

Me gustaría empezar poniendo algo de contexto aún sabiendo, como Antón Chéjov y Olga Knipper compartían en su correspondencia, que es imposible contar "todos" los detalles. Por nuestros paseos sabes que me encuentro en una etapa de cambios profesionales. Dejo mi actual trabajo para intentar dedicar mi tiempo donde más disfruto del avance imparable del reloj, aprendiendo. Durante estos dos últimos años he encontrado en la escritura un refugio y espero, en los próximos, encontrar una forma de ganarme la vida. El reto es, curiosamente, que el proyecto pueda sobrevivir al paso del tiempo.

Sin duda, (casi) todas mis últimas reflexiones y pensamientos están contagiadas por este momento vital. Detrás de la idea de este cambio profesional intuyo un intento personal de huir de esa concepción del tiempo como una sucesión puntual de momentos sin relación, intuyo una oposición a ese flotar ingrávido de los instantes, intuyo una necesidad profunda de sentir que lo que hago sirve para algo más que para ganar dinero. Aspiro, sabiendo que es un ideal imposible, a la coherencia entre mis ideas y cómo vivo mi tiempo. La mayoría renuncia a sus ideales y cambia de ideas. Yo voy a intentar lo contrario: invertir mi tiempo en aquello que creo que merece más la pena, mientras mantengo mis ideales.

Volvamos a las ideas de tu carta. Escribías: «Porque todo lo que precede penetra a lo que prosigue, del mismo modo que Proust necesitó el tiempo de otros para componer la historia de una vida, la suya, nosotros también necesitamos de los otros para componer las nuestras. La continuidad es clave, no conozco otro modo de dar forma a mi manera de ser y de estar en esta época.» Encuentro, al igual que tú, cierta atomización en la vida moderna. El trabajo — ¡vuelvo a ello! — como algo totalmente aislado del resto de nuestra vida, cuando es algo a lo que le dedicamos más del 20% de nuestro tiempo. Las vacaciones como un momento para desconectar, para romper con lo que hacemos durante el resto del año. Los hobbies como algo relegado a las últimas horas del día o al fin de semana. Y la familia, los amigos y los compañeros de trabajo, como algo reservado para ciertos momentos de la rutina o, incluso, del año. En definitiva, nuestro día como un conjunto de instantes ingrávidos y no como un fluir continuo.

Entiendo, y comparto hasta cierto punto, la utilidad de separar pero, ¿no nos estaremos pasando? Después de tu carta, muchas preguntas se acumulan en mi cabeza. ¿Puede llegar un punto en el que dividir nuestra vida en parcelas tan aisladas acabe con el sentido del conjunto? ¿Dónde está el sostén que une todo? ¿Cómo descubrir quién eres si no existe un hilo conductor entre las diferentes parcelas? ¿Qué hay de ese algo más sustancial y vivencial si no existe punto de unión? ¿Y el no-hacer? ¿Cómo se puede no-hacer? Sigo volcando mis preguntas en el papel. No espero obtener respuesta a todas, simplemente busco profundizar en las ideas que compartías en la carta anterior. ¿Qué pasaría si integramos diferentes parcelas de la vida, si borramos la línea entre trabajo y hobby? ¿Y si compartimos más tiempo con los que queremos sin importar ni la hora del día ni el momento del año en el que estamos? Me surgen ideas tanto a favor como en contra de la unión. ¿Qué se te viene a ti a la cabeza al leerlas?

Me dejo ideas sin tocar a las que, siempre que quieras, podemos volver en esta serie de cartas. No quería despedirme sin introducir un nuevo invitado a este bonito intercambio de ideas: el filósofo rumano Emil Cioran, que escribió en En las cumbres de la desesperación:

«Hay que sostener una dramática e intensa lucha contra el tiempo, para que, una vez rebajado el espejismo de la sucesión de los momentos, quede sólo la vivencia exasperada del instante, que directamente te proyecta en la eternidad. ¿De qué modo la vivencia absoluta del momento permite un acceso a la eternidad? La percepción del devenir, del tiempo, dimana de un sentimiento de insuficiencia de los instantes, de la relatividad y condicionamientos de los mismos. Quienes poseen una conciencia intensa de temporalidad viven cada momento pensando en el siguiente, en su sucesión y transformación. Sin embargo, la eternidad no es accesible sino mediante la eliminación de las relaciones, mediante la vivencia absoluta del instante.» Prosigue unos párrafos más adelante: «Sólo mediante las asiduas experiencias puede alcanzarse la embriaguez de la eternidad, un estado de fascinación pura en el que las transfiguraciones se cubren de aureolas sublimes e inmateriales, en el que las voluptuosidades tienen algo de supraterreno, una transcendencia luminosa y cautivante. Aislado de la sucesión, el momento adquiere un carácter absoluto; no de un modo objetivo, sino subjetivamente.» Una última idea: «En la eternidad vives sin añorar ni esperar nada.»

Esperando haber estado a la altura del testigo que me dejaste, te abrazo de vuelta.

Sergio -.

P.d: La despedida de Proust me recordó al final del epílogo de un pequeño librito titulado Cómo vivir con veinticuatro horas al día: «No se equivoque, pues, y quiera ver esta obra como una promesa incumplida. Sencillamente, Arnold Bennett no está interesado en proponerle hacer más de lo mismo ni en invitarle a soñar. Bien al contrario: este es un libro para despertar; para hacerle saltar de la cómoda modorra del día a día, correr a la cocina y descubrir que, después de todo, la redención del hombre moderno puede estar oculta en el fondo de algo tan aparentemente anodino como una taza de té.»

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Cuca., 22 de septiembre de 2023

Mi estimado Sergio,

Que conste que no era una queja tu forma de plantearme el tema. Al contrario, no esperaba menos de ti. Una cuestión como el tiempo es, como dices, inabarcable y por algún punto teníamos que empezar. Ya veremos cómo seguimos y dónde acabamos… Curioso, todos los verbos —ser, empezar, seguir, acabar— nos conducen ya al tiempo.

Los cambios vitales son toda una muestra de cómo el tiempo se dobla, a veces, a nuestra merced y, otras, se impone casi con alevosía y sin contemplación. El trabajo nos roba tiempo, bajo la idea de devolvérnoslo los fines de semana y en las vacaciones y festivos. Quizá tú y yo somos afortunados por recuperar el tiempo que el trabajo nos consume: tú dejando el trabajo y yo siendo una persona que trabaja apenas unos meses al año. Aun así, aun siendo dueños de nuestro tiempo, corremos el riesgo de perderlo fácilmente por no estar supeditados a unos horarios de trabajo. Pues parece que se valora el tiempo cuando no lo tienes, ¿no te parece? Escribir es nuestro refugio y es un verbo que implica dedicación para con el tiempo. Es posible que ello haga que no perdamos el tiempo que tenemos y que no necesitemos del trabajo tanto como para valorar y apreciar lo que supone ser dueño de uno mismo. Ahora bien, como dices, sobrevivir al paso del tiempo es todo un reto; tendremos que comprobar si el Efecto Lindy hace de las suyas con tu nueva andadura: cuanto más persistan tus textos, más tiempo es probable que sobrevivan. Lo que es evidente es que el hombre es un animal histórico hecho de la maleable y evanescente materia de la temporalidad. Dios es el único que es intemporal y, quizá, buscamos —el ser humano— lograr la eternidad que le atribuimos a Dios. Y ahí la escritura es toda una espada con la que batallar. A fin de cuentas, grandes como Homero, Esquilo, Sófocles y otros tantos trascendieron el tiempo no por los temas únicos y diferenciados que trataron, sino por la singularidad de su estro lírico que es intransferible.

No quiero quitarle mérito al ideal por el que apuestas (apostamos) sobre mantener una coherencia entre las ideas y cómo vivir, pero ¿no te llama la atención que a lo largo de la historia los ejemplos de personas que mantuvieron esa coherencia sea un resto al lado del común? ¿Qué ocurre para que se renuncie a los ideales? ¿No será que no eran verdaderamente ideales? Pero volviendo al tiempo, que es lo que siempre nos concierne, la vida moderna nos disgrega y cualquier atisbo de tejer una historia biográfica se hace imposible. Estamos inmersos en una crisis temporal marcada por lo inmediato, el egoísmo —que no individualismo— y el consumismo y está produciendo cambios sociales que afectan a esferas como el trabajo, el arte y las relaciones afectivas. Hoy parece que las cosas duran poco, que tienen una fecha de caducidad incluso antes de empezar. Considero que el tiempo de hoy no tiene ni un horizonte mítico ni uno histórico; me refiero a la ausencia de orden y linealidad. La falta de sincronización. Así, el tiempo va dando tumbos, no tiene ritmo, ha perdido el compás. Y esto se debe a la atomización del tiempo: predomina lo efímero, lo fugaz, lo pasajero, lo que nada perdura. Parece que la vida carece de unidad de sentido, que es una carrera interminable sin rumbo, donde la muerte se produce siempre a destiempo. Aprieta el tiempo.

Cuántas preguntas lanzadas al vacío me compartes y no sé si lanzarme a contestarlas. Por nuestros paseos y conversaciones, creo que no te sorprenderá si acabo recurriendo al afecto y a los apoyos. El sostén que uno todo son las redes de apoyo. Acompañar. Apoyarse. Cuidar. Cuando prestamos atención al Otro, cuando entendemos que esta vida tiene sentido sólo si se coopera, es entonces cuando el tiempo juega a nuestro favor. Al tener conciencia del Otro, las normas establecidas, (auto)impuestas, se desdibujan y se vuelven más laxas, permitiendo matices y excepciones. Porque el tiempo necesita de cualquier elasticidad —teológica, teleológica o espiritual— y la persona necesita organizar el pasado y el futuro en una experiencia coherente. Y, ¿cómo va a darse coherencia si no hay nexos entre las diferentes parcelas de la vida?

Tu cita de Cioran me ha llevado a Aristóteles y su Física:

“Pero sin cambio no hay tiempo; pues cuando no cambiamos en nuestro pensamiento o no advertimos que estamos cambiando, no nos parece que el tiempo haya transcurrido, como les sucedió a aquellos que en Cerdeña, según dice la leyenda, se despertaron de su largo sueño junto a los héroes: que enlazaron el ahora anterior con el posterior y los unificaron en un único ahora, omitiendo el tiempo intermedio en el que habían estado insensibles. Por lo tanto, así como no habría tiempo si el ahora no fuese diferente, sino uno y el mismo, así también se piensa que no hay un tiempo intermedio cuando no se advierte que el ahora es diferente. Y puesto que cuando no distinguimos ningún cambio, y el alma permanece en un único momento indiferenciado, no pensamos que haya transcurrido tiempo, y puesto que cuando lo percibimos y distinguimos decimos que el tiempo ha transcurrido, es evidente entonces que no hay tiempo sin movimiento ni cambio. Luego es evidente que el tiempo no es un movimiento, pero no hay tiempo sin movimiento.”

En fin, las cosas revelan su belleza solo cuando uno se detiene a contemplar. Y eso he hecho en este tiempo con tu carta: detenerme a contemplarla sin prisa.

Te abrazo.

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Sergio., 12 de noviembre de 2023

Querida Cuca,

Los verbos nos conducen al tiempo. Estas cartas nos conducen al tiempo. Todo nos conduce al tiempo. Todo sucede en un tiempo.

Como señalas acertadamente, es difícil valorar el tiempo, pues no sabemos cuánto tenemos hasta que dejamos de tenerlo. Añádele que es incorpóreo e imperceptible a la vista, como bien indicó Séneca. Añádele que, por ahora, todos lo tenemos; y tienes todos los ingredientes para que acabemos malgastándolo.

Escribes «siendo dueños de nuestro tiempo». Vuelvo a las preguntas. ¿Acaso el tiempo tiene dueño? ¿Acaso podemos llegar a adueñarnos del fluir del reloj? ¿Podemos ganar o perder segundos? ¿O debemos limitarnos —porque sin límites la libertad puede emborracharnos como la falta de horario— a compartir todo el tiempo posible con las personas y las actividades que nos llenan?

La escritura es una buena espada para pasar, batallar y, por qué no, derrotar —aunque sea de forma momentánea— al tiempo. Pocos son los elegidos que sostienen la batalla con el tiempo más allá de su propia vida. Como mínimo lo intentaremos. No sé si a ti te ocurre, pero a mi me sucede algo curioso en el intento: aunque el reloj siga tardando un segundo en mover su manilla, escribir altera mi percepción del tiempo; a veces convirtiendo horas en segundos, otras convirtiendo segundos en una eternidad.

No esperaba que el tiempo nos llevara a Dios. Sabes de algunas de nuestras conversaciones que soy bastante escéptico con el tema. Quizás por mi falta de entendimiento, seguro que por mi falta de fe. Entiendo la necesidad de ponerle un nombre a todo eso que podríamos etiquetar como incierto pero, ¿Dios? ¿Qué es para ti Dios? ¿El Dios creador de la Biblia? ¿Un Dios "contenedor" de todo, similar a la Naturaleza? ¿Dios como unión de aquellos atributos que transcienden lo humano como la intemporalidad que mencionas? Me encantaría entender para poder creer; aunque no sé si ese es el orden adecuado.

Respondo a tus preguntas sobre los ideales con más preguntas. ¿Queremos realmente vivir bajo unos ideales o nos conformamos con tener personas que los representen? ¿Quiénes están dispuestos hoy a pagar el precio de aspirante a héroe?

Lo inmediato aprieta con fuerza. Cada vez tenemos opciones de menor duración que aspiran a llenar huecos que requieren de dedicación. El sustituto barato da el pego de forma momentánea pero con el tiempo —otra vez el tiempo— acaba haciendo aguas. Acabamos sintiéndonos vacíos. Me lo llevo al tema que sabes que más me interesa: el aprendizaje. Uno no interioriza las ideas de un libro escuchando un resumen. Para aprender, uno necesita de reflexión para conectar las nuevas ideas con las ya existentes. Absorbiendo de forma pasiva, se genera la (falsa) sensación de competencia. La verdad se desvela con el tiempo. Mañana, con suerte, recordarás una idea de todo lo que escuchaste ayer. La falta de reflexión acaba en falta de solidez, en falta de conexión con lo que ya sabes y en falta de un hilo conductor; los mismos problemas que señalas en el tiempo.

Extraigo dos ideas de tu párrafo previo a la cita de Aristóteles: pasar tiempo de calidad con el Otro y buscar la coherencia en nuestra vida. Para encontrar esa coherencia, posiblemente, haya que esperar hasta el final. Se da aquí la bonita paradoja de que para unir esos puntos que mencionaba Steve Jobs en su famoso discurso, tiene que pasar el tiempo. ¿Acaso hay mejor forma de pasarlo que haciendo lo que quieres rodeado de las personas que quieres?

Espero que no te importe que una persona más se sume a este intercambio de ideas alrededor del tiempo. En este caso Thomas Mann, de cuya novela La montaña mágica estoy disfrutando por su pausa y su lento avance.

«A pesar de todo, no deja de ser un cambio agradable unas pocas horas de algo diferente, quiero decir: estructura el tiempo y llena ese tiempo en concreto, confiriéndole un sentido propio frente al resto de horas, días y semanas que pasan con una monotonía escalofriante. Mire, cada una de esas piezas musicales sin pretensiones durará unos siete minutos, ¿no es verdad? Pues bien, esos minutos tienen entidad propia, tienen un principio y un final, se destacan, en cierto modo, quedan a salvo de la rutina que lo arrastra todo sin darnos cuenta.»

Siguiendo tu consejo y tu ejemplo, me he detenido a contemplar tu carta. Su belleza se me ha revelado. Aprovecho el final de esta carta para agradecerte la aventura y la compañía reflexionando sobre el tiempo. Espero que tú también estés disfrutando.

Deseando volver a leerte.

Sin prisa.

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Cuca., 29 de diciembre de 2023

Mi estimado Sergio:

Siempre hay un tiempo para todo. Lo interesante es seguir el ritmo adecuado, acomodar los tiempos. Y para eso se necesita disponer de vacíos, algo que hoy en día apenas nos permitimos pues vivimos en un “shock del presente”, como apuntaba el ensayista Douglas Rushkoff: nuestro día a día se organiza alrededor de las notificaciones del móvil, sin permitirnos ni un solo momento vacío. Hacemos un constante zapping entre las “opciones vitales”, nos apresuramos sin aprender. Así es como uno envejece sin hacerse mayor.

Si no fuésemos dueños de nuestro tiempo, seríamos esclavos de otros, ¿no crees? Esto lo digo porque cuando defino libertad lo hago hablando de, en definitiva, disponer de mi tiempo libremente. De ahí que afirme que soy dueña del mismo, en la medida de lo posible, claro está. Siempre hay imprevistos, accidentes y devenires que nos roban el tiempo que creíamos disponer libremente. Mira, sin ir más lejos, estas semanas mi tiempo ha sido secuestrado: la familia y las fiestas navideñas me han sacudido y he dejado de ser dueña de mi tiempo para ser “esclava” del tiempo de mi familia. Suena feo, pero no lo es tanto. Cierto es que no he tenido tiempo para dedicarme a quehaceres que me apetecen, como escribir lo que tú y yo sabemos y por ahora no quiero desvelar, pero he tenido un tiempo en familia que para mí es vital e incluso tiene algo de sagrado. Sí, tenía en mente hacer unas tareas y no he podido porque he tenido que priorizar otras. De primeras la sensación es que no he sido dueña de mi tiempo, pero al final he hecho lo que quería también. Nadie me estaba apuntando con un arma, ni había amenazas mediante. Podría haber no cedido todo mi tiempo, pero decidí —en cierto modo— cederlo a mi familia. Y volviendo a tu batería de cuestiones, siempre hablamos de ganar o perder tiempo y creo que es una ilusión en la que nos acomodamos para no aceptar que el tiempo es finito. Lo que no haces hoy, puede que mañana menos opciones tengas de hacerlo. Posponer es contraproducente. Procrastinar. Dejar para más adelante lo que hay que hacer ahora, aplazar, diferir, no querer actuar en el momento preciso. Si nos leyera Ernesto Castro nos diría que el procrastinador es un perfeccionista que, precisamente por serlo, evita hacer lo que más considera que debe. Puede, por ejemplo, tener que dar una charla que no ha preparado al día siguiente y ocurrírsele que es el momento idóneo para ponerse a limpiar la casa, formatear el disco duro, salir a correr un maratón o leer durante seis horas sobre un tema sin ninguna relación en absoluto. No evita prepararse la presentación por vagancia, pues a menudo las actividades sustitutorias son igual de fatigosas o más, sino que existe una presión psicológica que lo empuja a ello. Es mucho peor que la vagancia, pues el vago disfruta de su asueto, mientras que el procrastinador lo sufre. Por su parte, Mafalda diría que lo urgente no deja tiempo para lo importante. Menos mal que tenemos a Séneca para recordarnos que «no tenemos poco tiempo sino que perdemos mucho» en una serie de acciones y no-acciones, postergando lo que es realmente importante para cada uno de nosotros. Esa es la pregunta crucial que deberíamos hacernos si queremos ser dueños de nuestro tiempo: ¿qué es realmente importante —que no urgente— para uno mismo?

No solamente escribir altera la percepción del tiempo. Ponte delante de un microondas y espera esos 30 segundos que tarda en calentarse algo: pueden ser tediosos y, por ello, la percepción del tiempo sea mayor. Aunque una hora es siempre 60 minutos, la percepción puede ser muy diferente. Una hora puede sentirse como un instante o como una eternidad. Ya lo decía Einstein, el tiempo es relativo. No fluye siempre al mismo ritmo. «El tiempo está fuera de quicio», decía Hamlet. Lo cierto es que el cerebro puede estirar o comprimir la sensación del tiempo cuando experimenta placer, dolor, miedo o preocupación. También por la edad, ya que cuanto más mayor te haces, más rápido pasa. ¿No te pasa que paradójicamente aquellos instantes que se pasaron 'volando' son también aquellos que recuerdas como más prolongados? Es posible que nuestro cerebro no quiera perder el tiempo memorizando momentos aburridos, sino que crea más recuerdos cuando sus acciones fueron libres o variadas, ¿no crees?

Cuantas más correspondencias intercambiamos, más claro tengo que el tiempo nos va a llevar a cualquier cuestión que atañe al ser humano. En cuanto a Dios, no sé si soy la más indicada para hablar de él. Creo que no va de entender, sino de sentir. Vengo de una familia creyente y practicante, pero con los años me fui alejando de las prácticas pues no creía como ellos en la religión. Al mismo tiempo, me he descubierto en momentos trágicos rezando o suplicando, como cuando murió de forma inesperada mi padre. Desconozco si en esos instantes recurrí al rezo/súplica pues es lo aprendido (como un resorte automático) o porque ante tal incertidumbre y dolor me agarré a eso ya que hay algo en mi fuero más profundo que aún cree en ello. No lo sé, pero tampoco necesito responderme. No sé si hay un Dios, no me preocupa no saberlo. Entiendo que para algunos esa fe es un motor más de su vida y de su tiempo y lo respeto. Es más, lo admiro. El sentido de la vida y la forma de afrontar las incertidumbres de la misma adquiere la forma que cada uno decide: unos optan por creer, otros por sentir y otros por comprender. Luego estamos los que hacemos una mezcla entre creencias, sentimientos y comprensión, alcanzando una especie de armonía entre esos tres modos de afrontar la vida y sus vicisitudes. Aferrarse a un modo en exclusiva suele conducir a intransigencias y fanatismos. Mejor alejarse de esa rectitud.

A tus cuestiones sobre los ideales decirte que aspiro a vivir bajo mis ideales y en compañía de personas que también los representan. Por eso tengo en mi vida personas como tú. No sé si estos tiempos que vuelan hay quien asuma el esfuerzo de aspirar a ser héroe; pero también creo que la necesidad de ser reconocidos en el grupo/sociedad nos empuja a buscar la atención y ello puede conducir a más de uno, ‘kamikazmente’, a aspirar a ser héroe en una época que abundan los “influencers” que se erigen con la espada en la batalla sociocultural, sin sopesar si realmente es lo que quieren o, por el contrario, buscan un poco de atención. Cuando la realidad es que, viendo la Historia, pocos llegan a ser héroes y no hay nada malo en ello. De todos modos, uno puede ser el héroe de un niño al jugar al “suelo es lava” una tarde; también uno puede ser un héroe para ese anciano que es escuchado y acompañado. La categoría héroe puede albergar hazañas muy cotidianas. Claro, hay grandes héroes como los que dan su vida por los demás en el sentido literal de dar la vida (morir). Pero hay otras formas de dar la vida por los demás que no se deberían menospreciar.

Aprender conlleva estudio y experiencia, es decir, tiempo. Como bien dices, leer un resumen de un libro o escuchar una entrevista sobre una investigación no te convierte en doctor. Hay que hacer la digestión de lo que se lee/escucha/ve. Hay que pensar atenta y detenidamente. Dices «la verdad se desvela con el tiempo» y no podría estar más de acuerdo. Lo instantáneo y la inmediatez generan ruido. Intoxican. Una consecuencia o daño colateral es la falta de silencio y de tiempo. Pero el saber, las ciencias, la reflexión necesitan ser maduradas. Sin embargo, esa "necesidad" por estar al día, por opinar de todo, por adquirir la última información, nos limita a la hora de aprender a discernir y a construir los conocimientos. Porque no toda información se transforma en conocimiento y, además, a partir de un determinado umbral a más información menos conocimiento. Necesitamos organizar la información para que se produzca el conocimiento. Necesitamos tiempo.

Joven Padawan, vamos a hacer de esta epístola todo un encuentro con los grandes pensadores de todos los tiempos, pues a todos de un modo u otro, la naturaleza del tiempo nos es un enigma. Conferir sentido propio a un tiempo concreto, como dice Mann, es la clave para no hacer del tiempo un tedio y que pase sin pena ni gloria por nuestro recuerdo.

Contemplar es un verbo singular y considero que todo un pilar vital. Cuando se tiene en consideración a alguien, cuando se presta atención al otro, se está regalando tiempo a esa persona. Así que agradecida de ello contigo, siempre.

Me despido con San Agustín de Hipona:

“¿Qué es, pues, el tiempo? Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para ser tiempo es necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo deciros que existe éste, cuya causa o razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?”. (Confesiones, XI, XIV, 17).

Te abrazo.

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Sergio, 08 de abril de 2024

Querida Cuca:

He procrastinado. La calidad de tu respuesta, y mi deseo de que estas líneas estén a su altura, nos ha traído hasta aquí, casi cuatro meses después. La excusa es mala, lo sé. Que la carta esté (o no) a la altura sólo se descubre en el imperfecto intento. De nada sirve ya, lamentarse de los caprichos pasados de la voluntad. Tendría que haberme puesto antes. Ahora que tengo cosas más importantes que hacer, escribo esta respuesta.

Empiezo llevándote la contraria: nunca hay tiempo para todo. Renunciar es una parte esencial de este juego llamado vida. Los vacíos son importantes; sin ellos, ¿cómo uno se da cuenta de a qué actividades entregar su bien más preciado? Creo que la pregunta «¿qué aprender?», una de las que trato de responder en el libro que estoy escribiendo, es intercambiable por la pregunta «¿a qué dedico mi tiempo?». Paradójicamente, la respuesta se puede encontrar perdiéndolo. En el libro Siete breves lecciones de Física, el físico Carlo Rovelli especula sobre cómo Albert Einstein encontró su vocación.

«De joven, Albert Einstein pasó un año haraganeando ocioso. Si no se pierde el tiempo no se llega a ningún sitio, algo que los padres de los adolescentes olvidan a menudo. Estaba en Pavía. Había vuelto con su familia tras dejar los estudios en Alemania, donde no soportaba el rigor del instituto. Era a comienzos de siglo, y en Italia se producía la Revolución Industrial. Su padre, que era ingeniero, instalaba las primeras centrales eléctricas en la llanura del Po. Albert leía a Kant y a ratos perdidos asistía a clases en la Universidad de Pavía: por diversión, sin matricularse ni hacer exámenes. Es así como se llega a ser científico en serio».

¿Somos dueños de nuestro tiempo o es el tiempo nuestro dueño? Me gusta la línea que traza el filósofo Pascal Chabot en su ensayo Tener tiempo: «Hay dos tiempos incomparables, el de la mente, con sus cualidades constantemente renovadas, y el de la civilización, que es útilmente puntual. (...) Y así, la arena va cayendo, representando el tiempo objetivo. En cuanto a la mente, genera su propio ritmo y experimenta el tiempo espontáneo». El filósofo llega en su ensayo a una conclusión similar a la tuya: «Vivir consiste en instaurar un ritmo propio». Lo que queremos no es tanto el imposible adueñarnos del tiempo de la civilización, sino el saber cómo emplear el tiempo, creando ese ritmo propio en el que vivir una buena vida. Lo importante se esconde en lo cualitativo, no en lo cuantitativo.

«Es una magnitud física con la que se mide la duración o separación de acontecimientos», se puede leer en la Wikipedia. ¿Es ese el tipo de respuesta que buscamos en estas cartas? ¿Se conformaría San Agustín con esas palabras? ¿No buscaba algo más parecido a las líneas de Borges con las que comenzamos esta aventura? «El tiempo es la sustancia de la que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego». Veo en la pregunta del filósofo y en nuestras cartas un intento, no sólo de responder qué es el tiempo, sino de descubrir alguna idea que nos ayude a vivirlo. No nos basta con decir que el tiempo es el imparable avance de las agujas del reloj; buscamos más que la simple —que no fácil— descripción precisa de lo que nos rodea, buscamos qué hacer con esta vida que nos ha sido regalada.

David Foster Wallace comenzaba el discurso de graduación que dió a los alumnos de Kenyon College con la siguiente historia: «Dos peces jóvenes se cruzan con un pez mayor. “Buenos días chicos, ¿qué tal está el agua?” Los dos peces jóvenes siguen nadando y al cabo de un rato uno le pregunta al otro: “¿Qué demonios es el agua?”» La moraleja es similar a la reflexión de San Agustín: «El punto de la historia es simplemente que las realidades más obvias e importantes son con frecuencia las más difíciles de identificar y las más complejas de comunicar. Escrito en una frase, claro, esto no es más que un tópico como cualquier otro, pero en las trincheras del día a día de la existencia adulta, los tópicos pueden tener una importancia de vida o muerte». Escribes «el tiempo nos va a llevar a cualquier cuestión que atañe al ser humano», y no puedo estar más de acuerdo, pues todo ocurre en este agua que llamamos tiempo.

Dios. Te planteo el tema y ahora quiero evitarlo. Me cuesta eso de sentir las ideas sin pruebas, pues habiendo leído a personas como Pablo Malo, soy consciente de los peligros que implica. Por aportar algo nuevo y no acabar con esta interesante bifurcación, diré que es importante separar la Iglesia, incluso la religión, de Dios. Es muy distinto creer que existe algo o alguien que no podemos comprender, y darle el nombre de Dios, que tener que realizar ciertos rituales, tener que rendir culto a ciertas instituciones o tener que profesar ciertos dogmas porque así están escritos en las obras consideradas sagradas. Si acabo creyendo en Dios, será un Dios muy diferente al que me presentaron en el colegio.

Prestar atención es el ingrediente necesario para que el tiempo sea de calidad. La atención es lo que nos permite aprender, reflexionar y contemplar. La atención es lo que nos permite construir y cultivar vínculos de calidad. En el compartir conscientemente con otra persona mi limitado tiempo y mi —todavía más limitada— atención, encuentro uno de los mayores placeres de esta vida. Es un privilegio el haberme cruzado contigo en el camino, el poder disfrutar de tu compañía y el poder compartir esta serie de cartas, fruto de nuestro tiempo y atención.

Con ganas de seguir compartiendo tiempo juntos. Con ganas de descubrir a qué otros lugares nos llevan estas cavilaciones sobre el tiempo.

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Cuca, 24 de junio de 2024

Mi estimado Sergio:

Pobre la procrastinación, que mala opinión se suele tener de ella. Cuando considero que en algunas ocasiones puede tener, digamos, un aspecto positivo. Porque, a veces, es una forma de descanso, un hábito que poca gente tiene hoy en día. Aplazar algunas cosas puede ser bueno siempre y cuando aproveches bien el tiempo. Y, querido, dudo que en este tiempo de espera no hayas aprovechado el tiempo, ¿verdad? Es más, nuestras cartas tienen como característica que se maceran sin prisa, a su ritmo. Desde que me escribiste te he leído en varias ocasiones, pero sé que necesitaba dedicarnos un tiempo tanto para hacer la digestión de lo que me compartes como para dar forma a lo que quiero contarte.

Con la atención ocurre algo similar que con el tiempo. Se dice que hemos perdido la atención, que hemos perdido la capacidad de concentración, cuando considero que con tantos estímulos lo que hemos perdido es la motivación por centrarnos en un estímulo u otro de forma sostenida. Pues con el tiempo pasa algo similar: hay tiempo para todo, pero no sabemos en qué centrarnos, a qué dedicarnos, con tantos estímulos. Vamos, que se quiere abarcar mucho, todo, cuando nuestra finitud debería hacernos ver y comprender que escogiendo, descartando, sí hay tiempo para todo aquello con lo que nos quedamos. Nuestro refranero es sabio y nos recuerda que “quien mucho abarca poco aprieta”. Además, en ese pack de lo que nos quedamos tiene que haber tiempo para los vacíos, sin duda alguna. Vamos, “perder el tiempo” para saber a qué actividades entregarte es una forma de aprovechar el tiempo del que se dispone, ¿no? De todos modos creo que ocurre también otra cosa y lo voy a personificar en mí: sabes que en estos meses he tenido una serie de “desdichas” que me han sacudido. De primeras, me he resistido a ellas, pues yo tenía organizado unos ritmos y planificado unos quehaceres y estos imprevistos me han robado el tiempo, me han obligado a reordenar todo a mi alrededor. De primeras, a simple vista, parece que no tengo tiempo para dedicarme a las cosas que tenía (tengo) entre manos, sin embargo, aceptado que se han sucedido unos cambios en mi vida me ha permitido reacomodarme y darle tiempo verdaderamente a lo que quiero y necesito y, sobre todo, a quienes quiero. Creo que solemos resistirnos a la incertidumbre y solemos querer tener todo bajo control y cuando la vida nos recuerda que estamos de paso, que hay cuestiones que se nos escapan al control y al entendimiento, y no te resistes a ello, es entonces cuando te das cuenta de a qué actividades —y a qué personas— quieres entregar tu tiempo, tu bien más preciado. Así que sigo pensando que hay tiempo para todo, si sabes escoger ese todo al que dedicarte, aceptas que no todo puedes llevarlo a cabo y que habrá imprevistos e incertidumbre que puedan reconducir ese todo. Tú sabes que he estado de “año sabático”, que he dejado a un lado los estudios, pero no ha sido un tiempo perdido; me ha permitido ver con perspectiva y a otro ritmo diferente al que te impone los cursos académicos si realmente quiero seguir o no por donde estoy transitando. Algo similar, en cierto modo, estás llevando a cabo tú que decidiste tomarte un “año sabático” en lo laboral para apostar por otros proyectos. Puede que desde fuera se vea como tiempo perdido, pero estás (estoy) dedicando tiempo a saber cómo ser y estar en la vida. Puede que perdiendo el tiempo lleguemos como Einstein a ser alguien, a ser personas genuinas.

Todo esto me lleva constantemente a pensar en dos cuestiones: la muerte y la productividad reglada, formal y socialmente aceptada. Hay tal desconexión con la finitud de la vida que se ve la muerte como un accidente, un imprevisto, un capricho, incluso cuando hay una “sentencia” médica que recuerda que tenemos fecha de caducidad. Esa desconexión con algo tan trascendental como es la muerte creo que se expresa hoy en día con ese apetito voraz por abarcar todo cuanto está a nuestro alcance. Creemos tener todo el tiempo del mundo, para hacer todo cuanto deseemos o se nos antoje, que olvidamos lo esencial de la vida: su finitud, su tiempo. Por otro lado, la máxima de ser productivo, según las normas y convencionalismos establecidos en la actualidad, cala en todas las esferas de la vida. Hasta tal punto que “perder el tiempo” se señala negativamente; es más, dedicar tiempo a actividades no regladas o estandarizadas se considera una pérdida de tiempo. Recupero la anécdota de Einstein como ejemplo: estudiar sin matricularse ni hacer exámenes suele verse como un tiempo no productivo. Si no se saca un provecho de lo que se hace se considera que es tiempo tirado a la basura. Cuando ese provecho sí se da, para uno mismo y para los que están alrededor, pero hablamos de un beneficio o utilidad diferente, en ocasiones no cuantificable pero que empapa a la persona en su vida y en otras actividades. ¿No crees que en esta carrera por ganarle tiempo al tiempo siendo productivos perdemos el rumbo y el aprendizaje se merma? ¿Cómo aprender a emplear el tiempo y crear nuestros ritmos propios para vivir una buena vida? La clave, como apuntas, está en lo cualitativo y no tanto en lo cuantitativo.

Eso cualitativo del tiempo es lo que tenemos entre nuestras manos con estas cartas. Buscamos vivir el tiempo, no peleamos contra el tiempo. A lo tonto —o no— estamos buscando un sentido a la vida a través del tiempo. Flotamos en el tiempo, como los peces en el agua: lo obvio se desprecia o no se sabe identificar. Y aquí estamos, buscando concretar entre palabras un agua que nos rodea, nos asfixia y nos da vida.

Podemos dejar a un lado la idea de Dios y todo lo que hay a su alrededor. Quizá con el tiempo este tema le demos forma, o no. No me preocupa… Y estoy contigo, se hace necesario separar religión, Iglesia y Dios. No siempre van de la mano y, a veces, son antagónicos.

Hubo un tiempo que le dediqué tiempo a las filosofías orientales y viví en mis carnes las meditaciones —lo digo en plural porque hay tantas como personas lo practican, sin ánimo de ofender— y me gustó la imagen que utilizó una profesora para explicar lo que es la atención: es un mono que salta constantemente de un lado a otro en nuestra cabeza. Es inevitable que salte, pero podemos recordar a ese mono que se centre en una cosa o que retome otra actividad. La atención se puede reconducir. Aprender, reflexionar y contemplar requieren prestar atención a lo que nos rodea, a quienes tenemos en nuestra vida y a cómo somos y estamos en la tribu en la que estamos. Prestar atención entraña una parada en el camino para alimentar nuestro espíritu —alma para algunos—. Y apreciado Sergio, pararme a compartir y reflexionar contigo es un valor en sí mismo por lo que me siento eternamente agradecida.

Me despido con una cita breve de Mary Shelley:

«La contemplación de la grandiosidad de la naturaleza siempre confirió nobleza a mis pensamientos».

Te abrazo.

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