La belleza como capital y los nuevos puritanos
Antes de preguntarse si es rentable la belleza, habría que saber qué es y qué es lo que se valora socialmente de ella y de la apariencia corporal y, por lo tanto, si se valora en todos los entornos del mismo modo. Son cuestiones que, de un modo u otro, José Luis Moreno Pestaña (filósofo y sociólogo) se pregunta e intenta responder en su obra “La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios”.
Moreno Pestaña realiza un estudio empírico en el que establece un marco conceptual de cómo se puede conectar el capital erótico con los trastornos alimentarios, a través de una muestra de mujeres y sus trabajos. Analiza, por medio de una serie de entrevistas y grupos de discusión, cómo es rentable la apariencia corporal en diferentes profesiones, desde las más relacionadas con el mundo de la belleza (peluquería, dependienta de moda) hasta las que en un principio no guardan una relación evidente (profesora, enfermera, empresaria). Muestra cómo las mujeres cuidan y emplean su capital erótico y cómo, en ocasiones, éste tiene dimensiones dañinas: los trastornos alimentarios. Sin duda alguna, lo interesante de su análisis es que invita a huir de las generalidades y, además, muestra que existen excepciones.
¿Qué es el capital erótico?
Es probable que el hecho de ser guapo y delgado, estar en buena forma física y vestir bien ayuden a destacar y puedan ser cualidades y habilidades que atraigan y predispongan positivamente y no solamente en el terreno afectivo-sexual. Pues nadie permanece inmune al atractivo estético, visual, físico, social y sexual de hombres y mujeres. Eso, en definitiva, es el capital erótico de una persona y puede serle rentable.
Este concepto ya fue popularizado en su momento por Catherine Hakim (socióloga), quien explicaba en “Capital erótico: el poder de fascinar a los demás”, que consiste en un recurso que en parte depende del azar biológico y que también incluye habilidades que pueden aprenderse. Lo dividía en 6 puntos claves: belleza física, atractivo sexual, don de gentes, buena forma física, ropa y abalorios y habilidad sexual. En definitiva, todo aquello que hace que resultemos atractivos, no sólo para el otro sino también para la sociedad. De este modo, a los capitales descritos ya por Pierre Bourdieu (social, económico y cultural) se le une el erótico para realizarnos en sociedad.
Moreno Pestaña va un poco más allá de la rentabilidad de este capital y lo analiza como espacio sociocultural en disputa, pues los diferentes grupos sociales lo gestionan de diferente manera en sus relaciones, tanto afectivas como sociales y laborales. En cierto modo, confirma la teoría de Hakim, quien se refería a este capital como un recurso mixto (azar y aprendizaje) y, por lo tanto, un recurso que las élites no pueden acaparar porque una persona pobre, por ejemplo, sin estudios ni contactos sociales, puede disponer de un importante capital erótico. Este capital es tan antiguo como la raza humana. Ahí, en nuestros orígenes, está su raíz. Lo usamos para conseguir la mejor pareja, descendencia, protección, etc. Entonces, ¿por qué no utilizarlo en nuestro beneficio en los trabajos? Sea como fuere, es un comportamiento humano de relevancia social que puede haber sido configurado por la selección sexual, tal y como explica Marta Iglesias (neurocientífica).
Seguramente se estén preguntando por qué hablo del capital erótico y a dónde tengo intención de llegar. Ahora lo comprenderán. Desde hace tiempo se vienen sucediendo polémicas en torno a los cánones de belleza y lo que es políticamente correcto. Se critica absolutamente todo y sin ningún tipo de criterio. Desde los anuncios de perfumes protagonizados por sugerentes mujeres y hombres que “rozan la perfección” o los reportajes de deportistas vestidos para una determinada firma de ropa, pasando por las campañas de moda con modelos extremadamente delgados o todo lo contrario (modelos gordos) hasta azafatas de Fórmula 1, que fueron despedidas porque grupos feministas consideraban que eran “objetos sexuales”.
La belleza a lo largo de la historia
No hay época de la historia en la que los cánones de belleza no se cuestionen ni los cuerpos se valoren igual. El mundo griego clásico no dependía de un único patrón de belleza, no tenía un modelo uniforme y dedicarse al culto del cuerpo se veía como un deterioro de otras capacidades. En el siglo XVI, gordo y esbelto se oponen como pobre y rico. En el siglo XVII se desarrollan los regímenes de adelgazamiento y en el siglo XVIII la cosmética. Todo ello permite que en el siglo XIX se imponga una belleza normalizada, cuando se empieza a proponer determinados modelos corporales estandarizados.
Todo este proceso evolutivo culmina con la legitimación de la delgadez como ideal de salud por parte de la medicina, cuando comienza en el siglo XX a imponer medidas estandarizadas para definir la salud (el Índice de Masa Corporal, por ejemplo) y así se lanza al negocio de la regulación del peso. Desde ese instante, el cuidado físico comienza a simbolizar la excelencia moral, la responsabilidad consigo mismo. Como dato curioso de esas transformaciones, en el diccionario francés de 1866 la palabra embonpoint significaba “buen estado del cuerpo” y en 1884 pasó a significar “persona grasa y gorda”.
Cuerpos gordos o delgados, mujeres esbeltas u hombres fornidos, vello o ausencia del mismo, etc., son evidencias de que el capital erótico es polifacético y según la sociedad y la época pueden destacar unos u otros aspectos y cambiar con el tiempo y las culturas. Por ello, desde la corrección política no deberían escandalizarse ante la idea de utilizar las capacidades eróticas para obtener objetivos.
No se trata de convertir a la persona en mero objeto sexual sino de jugar con el atractivo en beneficio de la persona. Sin embargo, están llegando a estigmatizar la belleza e impiden que mujeres y hombres hagan valer esa forma de poder. Hasta tal punto que, dentro del feminismo y de la política, hay colectivos que han caído en la trampa absoluta del puritanismo religioso al censurar el uso del capital erótico por parte de mujeres y hombres y presentarlo como el resultado de la opresión y de la perpetuación de estereotipos que refuerzan dicha opresión. Cuando realmente este capital puede ser todo un elemento subversivo que permite actuar en diferentes esferas y que, además, complementa a otros atributos (cultural, social, económico). Un puritanismo feminista que busca imponer sus propios cánones y censurar los que no casen con su creencia.
La cara oscura
Escuchar que los cánones estandarizados no reflejan toda la pluralidad que existe de cuerpos, que hay que dilatar el espectro de los mismos o que para acabar con las desigualdades hay que prohibir una de las expresiones de la belleza (la normativa), lleva a un choque entre el cuerpo vivido, compartido con los próximos y el reclamado por el mundo laboral y que como resultado supone una agresión para la persona.
Hacer creer que sacar provecho o perpetuar unos estereotipos de belleza es un problema, enmascara la verdadera cara oscura del capital erótico. Lacra que reside en las exigencias de transformar el cuerpo no respetando la pluralidad y, de un modo u otro, en atribuir a la belleza un valor moral. Cara oscura que se esconde en la presión por alcanzar o mostrar una ortodoxia corporal determinada sin detenerse a analizar el resto de factores y capitales de que dispone la persona. Porque exigir a todos por igual un canon cuando no todos disponen de los mismos medios y recursos conduce a la aparición de trastornos alimentarios y otras enfermedades. Todo por la imposición o prohibición de cánones para amoldarse a los valores morales que unos u otros creen aceptables.
Es cierto que los medios de comunicación tienen una gran influencia para que se difunda un capital estético normativo (estereotipado culturalmente), pero también se pueden usar para mostrar otras realidades. Como también es cierto que las personas atractivas ganan un promedio de 3 a 4% más que el resto, pero ganan más si no se controlan otros factores como la inteligencia, la salud y la personalidad, según S. Kanazawa quien con su estudio disipó la teoría de la “belleza Premium”.
Estos estudios y diversidades evidencian que el capital erótico no solamente depende de un atractivo sino también de otros factores, tal y como detalló Hakim. Por ello, querer imponer cánones de belleza no normativos en espacios como un calendario de bomberos en el que su condición física es necesaria y resultado del tipo de trabajo que desempeñan, querer prohibir lo estandarizado a base de imponer las excepciones y querer negar el provecho y orgullo que tiene para las personas hacer uso de su capital erótico, conduce a la incapacidad para operar con distintas culturas y conductas corporales. Además, como ya indiqué, tiene dimensiones dañinas: los trastornos alimentarios. Y todo ello lo quieren hacer sin comprender que la capitalización de los cuerpos tiene valor, como lo tiene hacer uso de los recursos económicos, culturales y sociales de los que dispongan las personas.
El cuerpo como fuente legítima de orgullo
Es absurdo creer que, cambiando modelos normativos por otros, criminalizando profesiones con un capital erótico elevado o invisibilizando la norma corporal se va a cambiar la mirada de las personas. A pesar de esa utopía feminista, lo cierto es que la gente se cultiva estéticamente, de un modo u otro, porque considera que invierte en un mercado de valores sexuales, afectivos y también profesionales. Porque cualquier espacio social contiene diversos valores y algunos no pueden abrazarse sin olvidar los otros. Por ello, conocer las habilidades y carencias que se tienen y ser conscientes de lo que transmitimos con la imagen es, en definitiva, usar el capital erótico de una forma adecuada y no agresiva ni consigo mismo ni para con los demás.
Una cosa es que nos expresemos con nuestro cuerpo como deseemos y otra muy distinta imponerlo a los demás o que nos lo impongan con exigencias. Porque no se puede abrazar los modelos estéticos de la ideología dominante y a la vez construir un entorno ajeno a lo legitimado y completamente sordo a sus requerimientos.
Así, para hacer frente a esa cara oscura del capital erótico, Moreno Pestaña propone tres formas para cultivarlo: cuestionar los modelos únicos de belleza, comprender que el cuerpo no se encuentra disponible y asumir que el cuerpo no nos dice nada sobre el valor moral de la persona. Quizá así, las personas sean capaces de vivir con otros modelos de cuerpo y de estilo, junto a los normativizados. Porque pretender eliminar las exigencias estéticas llevará al enfrentamiento con personas para quienes sus recursos sobre el cuidado del cuerpo constituyen una fuente legítima de orgullo y, en ocasiones, la única.
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