Mucho más que querer ser guapos

 
 
 

Hace un par de semanas les hablaba del capital erótico y de cómo ciertos colectivos están estigmatizando la belleza, hasta tal punto que impiden que hombres y mujeres hagan valer esa forma de poder. Pero también mencioné vagamente que el capital erótico tiene una cara oscura y no es otra que el Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA).

Querer imponer unos cánones y prohibir otros está llevando a las personas a un choque entre el cuerpo vivido, compartido con los próximos y el reclamado por el mundo laboral, y como resultado supone una agresión para la persona. Ahí, en la presión por alcanzar o mostrar una ortodoxia corporal determinada, sin detenerse a analizar el resto de factores y capitales de que dispone la persona, reside la clave de los trastornos alimentarios y otras enfermedades.

He tenido la oportunidad de escuchar y hablar con Blanca Ruiz Múzquiz, psicóloga experta en TCA, y Manuel Faraco Favieres, psiquiatra con 22 años de experiencia en TCA, para hablar sobre esta enfermedad tan compleja y poder transmitir que no es una cuestión de querer ser guapos, sino mucho más. Es una adicción conductual y social, como lo puede ser al alcohol, sustancias, trabajo, etc.

Una enfermedad

En torno al TCA sobrevuelan ciertos mitos que no ayudan a comprender esta problemática. El TCA es una enfermedad con diferentes subtipos o polos y, a su vez, es síntoma de problemas psicológicos profundos. Uno de sus polos sería la expresión restrictiva-expulsiva (anorexia y bulimia), otro sería la compulsiva-descontrolada (trastorno por atracón, obesidad) y otro polo sería la obsesividad por lo saludable (ortorexia y vigorexia). No obstante, suele darse una combinación de los síntomas de los diferentes polos, pues alguien que padece una anorexia hace uso de la ortorexia para que lo poco que coma sea lo más saludable y menos perjudicial, según su parecer.

 

Es habitual creer que son personas superficiales, obsesionadas con la imagen y que “están así porque quieren”

 

Es habitual creer que son personas superficiales, obsesionadas con la imagen y que “están así porque quieren”. Que no es tan grave, pues es sólo comida y que basta fuerza de voluntad para resolverlo. Nada más lejos de la realidad. Como dice Blanca Ruiz, la persona con el TCA vive una crisis de identidad y de confianza en sí mismo y con los demás. Son personas que no disponen de herramientas para afrontar la enfermedad. Es más, suelen ser las primeras que caen en los mitos, convirtiéndose en sus peores enemigos. Sufren una distorsión de la realidad tal que viven en una soledad absoluta (muertas en vida) y sienten una culpabilidad que, incluso, hacen cosas para denigrarse como personas (mutilaciones, promiscuidad). Es una enfermedad psicosomática, un continuo y, sobre todo, una relación tóxica consigo mismo y con los demás.

Sin embargo, el TCA es todo un síntoma de la familia. Sucesos traumáticos en la familia, como pueden ser abusos, abandono paternal, divorcio, duelos, etc., que no se resuelven o se resuelven deficientemente, pueden ser factores desencadenantes del TCA. Sobre todo, cuando la persona no dispone de habilidades y herramientas para gestionar las vivencias y muestra inseguridad y se infravalora. Todo ello, como dice Manuel Faraca, junto a la presión social ejercida sobre los cuerpos, la alimentación y los modelos estéticos, conduce a la persona a una conducta adictiva con relación a la comida, a través de la cual escapa de la realidad que no puede ni sabe abordar por falta de recursos y apoyos.

Víctimas y verdugos

No solamente la persona que padece el TCA es responsable de su situación, sino también el entorno familiar. Pues son familias en las que predomina la escasa autonomía y la sobreprotección. Son híperexigentes (entienden el éxito como un deber) y dan relevancia al aspecto físico y a la comida. Además, son familias que evitan el conflicto, con una mala gestión de las emociones y un apego dañado por negligencia, abandono o abusos, tal y como dice Blanca Ruiz.

Así, junto con la presión social y la imposición de determinados cánones, se va creando un círculo de aislamiento en el que se introduce la persona y se distorsionan las relaciones personales. Los problemas con la comida son sólo una pequeña parte del problema. La raíz consiste en una grave alteración psicológica, así como familiar y relacional.

En el TCA, como en cualquier dolencia, malestar o daño, confluyen diferentes factores y de ahí su multicausalidad y sus múltiples dimensiones. Es el resultado de la interacción de los distintos sistemas en los que se encuentra la persona. Desde el sistema más básico que es la familia, pasando por el sistema educativo, amistades, laboral y social. Dándose como norma en todos ellos unos cánones como aceptables, donde el patrón de belleza actual tiene la delgadez (cada vez más extrema) como valor moral positivo. A esa presión estética se le suma la presión por comer sano y tener unos hábitos de vida determinados en torno a la alimentación.

Una enfermedad de la que somos responsables todos

No deja de ser paradójico que los diferentes organismos sanitarios sean a la vez verdugos y parte de la solución. Como me decía Manuel Faraco, los médicos perjudican de una manera clara por indicaciones demasiado rígidas y demasiado estrictas, generando una nueva enfermedad con campañas demasiado radicales en torno al concepto de “comer sano”. Hemos pasado de lo “light” que ya no vende, a lo “sano” y “ecológico”, instaurando unas recomendaciones muy estrictas en cuanto a qué comer o no. Hasta tal punto que se habla de alimentos no sanos o tóxicos. Cuando realmente, los alimentos que se encuentran a la venta son sanos, pues todos han pasado unas medidas de seguridad, sanidad, higiene y calidad. Entonces, si todos los alimentos son sanos, ¿qué no lo es? Para Faraco la respuesta es sencilla: lo no sano es la frecuencia relativa con la que se consumen los alimentos.

 

Hemos pasado de lo “light” que ya no vende, a lo “sano” y “ecológico”, instaurando unas recomendaciones muy estrictas en cuanto a qué comer o no

 

Les pongo el ejemplo que Faraco me puso, ¿qué es mejor, una lechuga o una hamburguesa? Él dijo un rotundo “depende”. Si se busca un aporte calórico es evidente que es preferible la hamburguesa. Ahora bien, ¿es mejor comer lechugas a diario o hamburguesas? La respuesta es clara: preferible la lechuga. Es decir, el alimento per se no es malo sino la frecuencia con la que se consume. Se puede ir a un restaurante de comida rápida puntualmente. Pero cuando se convierte en una rutina es dónde pueden empezar a surgir los problemas. Y las autoridades sanitarias, en lugar de hablar de “frecuencia relativa”, optan por “esto no lo comas” o “esto es perjudicial” y esa radicalidad, en personas con predisposición, puede llevar a desarrollar un TCA. Un ejemplo claro es la ortorexia: de comer sano pasan a la obsesión por “comer sano”, hasta tal punto que los ortoréxicos no pueden comer en un restaurante (se llevan su propia comida) o sólo usan cubiertos de cerámica. Esa atención fijada de forma mantenida en la alimentación, junto con la restricción social que conlleva (libertad condicionada) son síntomas del TCA.

Por su parte, los medios de comunicación y redes sociales funcionan como megáfonos que repiten esas consignas “saludables” tan estrictas. Es cierto que los medios no tienen la culpa de la alta insatisfacción de las mujeres jóvenes con su cuerpo. Su efecto según diversos estudios es insignificante: sólo explicaría un 3% de esa insatisfacción. Pero sí son corresponsables al transmitir determinados cánones como los únicos y por difundir mensajes estrictos sobre la alimentación. Todo ello, junto con otros factores, conduce a que el 65% de los jóvenes españoles se sientan insatisfechos con su cuerpo, y que estos además se identifiquen con un patrón estético más delgado que el suyo. Pues el deseo de querer encajar en los cánones establecidos como norma y la presión social, a través de los medios y las redes sociales, fomentan esa insatisfacción.

Por si fuera poco, no disponemos de un marco legal que controle o al menos contemple evaluar la propaganda y publicidad que se hace sobre estas cuestiones. Me refiero a esas páginas y perfiles que repercuten negativamente en la salud individual y colectiva. No hablo ya de las páginas “pro-ana” y “pro-mía” (denominación a las webs que aconsejan cómo ser una buena anoréxica y bulímica), que también, sino de la cantidad de gurús de la alimentación y de moda y estética que fomentan los patrones rígidos y no saludables. Si a ello sumamos el cine y la televisión tenemos una bomba de relojería. No obstante, es bueno hablar de esta enfermedad y darle notoriedad y presencia en la sociedad, pero en las películas y series suele hablarse muy mal de ello. Un ejemplo es la película “Hasta los huesos” en la que se incide en la sintomatología con cierto morbo pero no se aborda la complejidad del problema. Manuel Faraco recomendaba como un buen ejemplo la película de “Cisne Negro”, en la que se aborda correctamente el TCA, así como las relaciones y la distorsión de las mismas en la protagonista.

¿Qué podemos hacer?

La respuesta es clara: no tirar la toalla. Habiendo vínculos saludables a todos los niveles es más difícil caer en el TCA. Si salimos de las rigideces en torno a la alimentación, al deporte y a la belleza, es posible operar con distintas culturas y conductas corporales. Pero sobre todo es necesario cuidar la salud mental. Por ello, es vital mentalizarse que el TCA es una adicción y como tal nos está diciendo que la persona no sabe o no puede relacionarse, que es su vía de escape de la realidad que vive, utilizando su cuerpo como barrera contra el exterior.

 

Comprender las adicciones entraña entender que son el síntoma de una dolencia psicológica, emocional

 

Manuel Faraco propone soluciones prácticas: cuidar la salud mental e incidir en la frecuencia relativa en torno a la alimentación (franjas de flexibilidad bien definidas). Además de aprender y dedicar tiempo a uno mismo y a los demás. Por su parte, Blanca Ruiz, facilitó a pacientes el ser su megáfono y yo he querido hacerme eco de sus testimonios (con su permiso) para comprender que la solución está en manos de todos y pasa por concienciar y apoyar. Una persona de 43 años le dijo “me gustaría que dejen de verlo como un estigma y tabú, que dejen de pensar que es algo de niñas delgadas. También hay gente con normopeso y sobrepeso que lo pasamos realmente mal”. Otra de 20 años decía “que sean conscientes de que es un trastorno y no un capricho. Si pudiera en un abrir y cerrar de ojos no tener esto, lo haría. Pero es muy complicado”. Una mujer de 60 años explicaba que “es mucho más complicado que estar gorda o delgada como la gente piensa. Es algo de las emociones, con los sentimientos, con el manejo y con heridas que tenemos”. Por último, una persona 31 años dio las “gracias por hablar por nosotras. Yo no puedo hacerlo porque me avergüenzo de lo que me pasa”.

Comprender las adicciones entraña entender que son el síntoma de una dolencia psicológica, emocional, que guarda una relación muy estrecha con la ausencia de vínculos saludables entre nuestros iguales. Entraña comprender que una persona inmersa en una adicción necesita apoyos, en lugar de aislamiento.