La deshumanización del varón
Cuando desde la perspectiva de género se juzga al hombre parece que tienen claro el veredicto: culpable de todos los males que le ocurre a la humanidad. Supuestamente se debe a una cuestión sociocultural, el patriarcado, como si tal estructura pudiese afectar tan solo al 50% de la población. Lo cierto es que el hombre también sufre esas desgracias, desigualdades y violencias. Por ejemplo, la mayor parte de los suicidios se dan entre hombres, lo mismo ocurre en las muertes laborales y homicidios. Sin olvidar que encabezan el fracaso escolar o que son mayoría entre los sin techo.
Si entramos en las discriminaciones, además de la conocida Ley Integral de Violencia de Género, nos encontramos con que el hombre permanece invisible en otras cuestiones legales como la trata de personas, la integridad genital o las políticas migratorias, entre otras.
Para comprender al sexo masculino hoy os traigo una entrevista muy especial para mí. Daniel Jimenez ha publicado “Deshumanizando al varón. Pasado, presente y futuro del sexo masculino”. Un gran libro que ofrece una forma diferente, crítica y rigurosa para comprender al hombre, rompiendo con la narrativa asimétrica que impera. En la primera parte analiza el pasado para determinar qué hay de mito y realidad en el papel histórico atribuido al hombre como explotador de la mujer. La segunda parte examina el presente estado del hombre y los desafíos a los que se enfrenta, así como la invisibilidad mediática y política que los rodea. Por último, explora vías potenciales para la concienciación y resolución de sus problemas, incluyendo propuestas legales. En definitiva, presenta una nueva forma de entender las relaciones de género.
Si les interesa, pueden leer la introducción en su bitácora, así como un capítulo publicado en Espacios Inseguros.
Cuca. ¿Quién es Daniel Jiménez?
Daniel Jiménez. Soy profesor de lengua y cultura española para el U.S. Defense Language Institute, y enseño a oficiales de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Air Command and Staff College y Air War College. Además, soy el administrador de la bitácora Hombres, género y debate crítico (bajo el pseudónimo de Carlos Rodríguez). Participo en esta entrevista a título personal.
C. ¿Qué te lleva a escribir sobre el hombre?
DJ. Algunas personas se interesan en los problemas del varón porque han vivido o presenciado alguna injusticia en su entorno: una denuncia falsa, un ruinoso divorcio, la pérdida de la custodia… Afortunadamente mi caso no fue tan dramático. Como residente en el extranjero, leer los periódicos digitales era algo que me ayudaba a reconectar con el país que dejé atrás. A lo largo de los años, noté cómo poco a poco la manera de informar en España iba cambiando. Una forma de percibir la realidad que dibujaba al sexo masculino como opresor y privilegiado se instalaba progresivamente como si se tratara de la realidad misma, y comenzaba a colonizar numerosos ámbitos: desde la ley hasta la educación. No cabían lecturas alternativas del pasado o el presente, y no porque fueran más o menos correctas, sino porque plantearlas se consideraba inmoral: te convertía automáticamente en sospechoso de justificar los peores abusos.
Que los medios, como formadores de opinión, impulsaran esta visión discriminatoria de la realidad me pareció preocupante. Ya no había hombres malvados, sino que el hombre como categoría era malvado, y por tanto era difícil tener simpatía hacia sus problemas. Sentí que a todo esto tenía algo que decir, y que mi distancia tanto física como emocional me permitía hacerlo de manera ponderada, de modo que comencé a escribir. Lo que ocurrió es que cuanto más me adentraba en un tema específico, más problemas encontraba con la narrativa dominante, hasta que llegué a llenar 600 páginas. Y aun así me he dejado cosas en el tintero.
C. ¿Consideras cierto que la masculinidad se ha convertido en el mal de todos los males? ¿La han convertido en la cabeza de turco el feminismo? ¿Por qué?
DJ. La premisa es que comportamientos masculinos aparentemente inocuos crean la base para otros más dañinos, que a su vez pueden impulsar los de mayor gravedad, hasta llegar a la cúspide de esta imaginaria pirámide, donde encontraríamos el asesinato y las peores formas de violencia. De manera complementaria, todos estos elementos actuarían en conjunto para crear un marco que justificara la violencia y discriminación contra la mujer.
Lo cierto es que nada de esto explica por qué en un país con más de 18 millones de varones adultos (22 millones si incluimos menores), es el 0,0000064% quien comete estos asesinatos. En principio sería más adecuado para la prevención examinar qué tienen en común aquellos que asesinan. El feminismo en cambio va en sentido contrario, planteándose qué tienen estos asesinos en común con el 99,99% de hombres restantes, y concluyen que es la masculinidad. Si examináramos de esta forma los asesinatos de menores a manos de sus madres sería considerado un despropósito.
Lo que parece claro es que este discurso es ventajoso para el control social, pues permite aleccionar a otros sobre asuntos nimios y mundanos bajo la premisa de que pueden apoyar la violencia y discriminación. De esta forma se convierten en árbitros morales, o la casta sacerdotal del siglo XXI, emitiendo juicios que van desde el diseño de los pechos en el personaje de un videojuego hasta cómo debe administrarse la justicia.
C. Para el feminismo, el patriarcado tiene la culpa de la opresión a las mujeres y todo lo que ello conlleva (violencia, desigualdades, etc.). Lo reducen a una suerte de estructura donde los hombres siempre están en lo alto de la jerarquía. Pero, ¿es eso el patriarcado? ¿Hasta qué punto están en lo cierto, de estarlo? ¿El patriarcado no afecta al hombre?
DJ. El concepto de patriarcado que se utiliza en la actualidad puede rastrearse hasta 1970 cuando apareció en la obra de Kate Millet Sexual Politics. Se trataba a grandes rasgos de un sistema de dominación masculina. Sin embargo, antes de Millet el concepto hacía referencia al “gobierno de los padres”, basado en la etimología de la palabra: la autoridad del padre como cabeza de familia, respaldada por la ley y la costumbre.
Millet justificó el uso de esta palabra señalando que los hombres mayores tenían poder sobre los más jóvenes, pero no entiendo que eso sea necesariamente patriarcado. En un momento histórico donde existe la igualdad legal dentro del matrimonio, los padres pierden rutinariamente la custodia de los hijos y son un constante objeto de burla en la cultura popular, me resulta extraño escuchar que vivimos en una sociedad patriarcal.
Es cierto que, en el pasado, además del gobierno familiar existía un patriarcado simbólico en áreas como la política o la religión. El monarca adoptaba el papel del padre del pueblo. Lo que rara vez se indica es que el mayor ataque a este patriarcado provino justamente de los hombres. Todos hemos oído la proclama de “libertad, igualdad, fraternidad” de la Revolución Francesa. La fraternidad hacía referencia a que todos los hombres se tratarían como hermanos, es decir, como iguales, desterrando el paternalismo monárquico.
Para no extenderme demasiado, creo que se podría emplear otro término para hablar del gobierno de los hombres (como androcracia), pero hablar de patriarcado hoy día puede parecer una broma cruel a aquellos padres que han perdido la custodia injustamente o se encuentran con la inacción del gobierno cuando son víctimas de secuestro parental, como en el caso de Carlos Salgado.
C. Los hombres son lapidados, sufren ablación genital, son asesinados, abusados y maltratados, entre otras desgracias; pero sus tragedias no reciben un apoyo similar o equiparable al que recibe la mujer en las mismas situaciones. ¿Por qué existe tal disparidad de atención?
DJ. Se debería principalmente a dos razones. La primera, que el sexo masculino se ha tomado a lo largo de la Historia como el referente universal. Esto tiene la ventaja de hacer el problema visible, pero la contrapartida es que pierde su especificidad de género: asumimos que estos problemas son universales, pese a que la mayoría de los afectados sean hombres. Problemas que son específicamente masculinos no se tratan como tales, sino como problemas sociales o de otro tipo (que también lo son). Esto no ocurre a la inversa: problemas que afectan mayoritariamente a la mujer, como el asesinato por parte de la pareja o expareja, se perciben como femeninos, y se expulsa fuera de la conversación a hombres que también los sufren. En resumen, la mujer es incluida en los problemas mayoritariamente masculinos por su percepción universal, mientras que los hombres son mayormente excluidos en la categoría contraria, reforzando su especificidad.
La segunda razón es que el sufrimiento masculino carece de una narrativa que apunte a una fuente común como raíz de todos sus problemas. Aunque las motivaciones y factores que puedan existir tras fenómenos tan dispares como la ablación genital en África y la brecha salarial en Europa puedan ser muy variados, todo se traza arbitrariamente hacia el patriarcado o la dominación masculina (incluso cuando no es cierto), mientras que los problemas de los hombres son valorados por sí mismos y se explora una variedad de causas. Lo que intento demostrar en el libro es que esta construcción puede invertirse: el intercambio de estatus por protección entre los sexos puede servir de hilo narrativo para explicar la desprotección del hombre en numerosas áreas (así como el menor estatus del sexo femenino), mientras que los problemas de la mujer también pueden obedecer a una variedad de causas.
C. ¿Consideras que al naturalizar la idea del hombre como opresor y privilegiado se ha infravalorado, incluso negado, los problemas del hombre? ¿Qué supone esa infravaloración para el hombre y la sociedad en general?
DJ. Me parece un aspecto clave. ¿Se puede tener simpatía hacia el amo de esclavos, el burgués rico que explota a obreros o el noble que controla a sus siervos? Difícilmente. Podemos pensar que tiene problemas, pero que no serán importantes comparados con los que experimenta el esclavo, el siervo o el proletario, y hacia ellos se dirigirá nuestra simpatía. El problema, claro está, es que las relaciones entre hombres y mujeres no son comparables con este tipo de dinámicas, y tampoco se ajustan a las basadas en otras categorías como raza u orientación sexual.
Pese a que pueda extraerse alguna similitud puntual, las diferencias son numerosas e importantes. Lo que ha existido tradicionalmente y en menor medida hasta el día de hoy es un intercambio de estatus por protección que infantilizaba a la mujer y era apoyado por ambos sexos. Si nos detenemos a examinar exclusivamente los indicadores relacionados con el estatus, concluiremos que la mujer experimenta discriminación al estar infrarrepresentada en la cúspide del poder político y económico, por ejemplo. Sin embargo, cuando examinamos los indicadores referentes a la protección encontramos una historia diferente, con los hombres sobrerrepresentados en las muertes laborales o las bajas civiles en conflictos armados (además de las militares), la existencia en muchos países de castigo corporal judicial sólo para varones, la preferencia femenina en políticas migratorias y de refugiados, la atención prestada al secuestro de niñas y mujeres por parte de grupos armados en comparación con otros similares que afectaron a niños varones, etc.
Considero más apropiado concluir que hombres y mujeres cuentan con ventajas y experimentan problemas por razón de sexo en distintas áreas. La narrativa del hombre opresor y privilegiado puede ser útil para exigir la igualdad de estatus entre los sexos, pero en cuanto a la protección de la mujer existe una cierta continuidad con respecto a las sociedades tradicionales. Es decir, este relato no conduce a una verdadera igualdad.
C. Para acabar, ¿cómo podemos recuperar nuestra humanidad? ¿Cómo podemos trabajar por los derechos y la dignidad de hombres y mujeres, cuando desde el feminismo y sistemas sociopolíticos implantan la división y discriminación? ¿Cuál crees que es el papel de la sociedad, del individuo?
DJ. Rechazar esta narrativa que retrata al hombre como opresor y privilegiado es el inicio, pues no se puede tener simpatía hacia quien de forma consciente o inconsciente se sitúa en un estrato moral inferior, y en este relato se engloba a todo un grupo humano. Por el momento es difícil para el gobierno rechazarla a corto plazo debido a que guía principios de actuación en Naciones Unidas y la Unión Europea.
Considero que son los medios, en su papel de formadores de opinión, quienes deben mantener una pluralidad de ideas en este campo que se nos niega desde la política. Sin embargo, hoy día son los principales promotores de esta narrativa. Incluso cuando la universidad produce una variedad de estudios que puedan ponerla en cuestión, poco se filtra cuando los medios sólo toman nota de aquellos trabajos que la confirman. Una mayor variedad de perspectivas en los medios me parece prioritario.