Enmadrarse, desmadrarse y comadrarse: lo sublime y monstruoso de la maternidad

 
 
 

¿Qué es el instinto maternal? ¿Existe? ¿Hay un instinto paternal? Son cuestiones complejas y no se puede, no se debería, hablar de una maternidad en sentido único. Para empezar, no es lo mismo criar en solitario que con apoyos; criar a un niño, dos o tres, como tampoco es lo mismo vivir todo el proceso de la maternidad con recursos y solvencia que en situación precaria o de pobreza. Cada vivencia depende del contexto social, de las capacidades económicas y, por supuesto, de la experiencia vital de la mujer. Todo ello, además de otras cuestiones, influye en cómo una mujer puede vivir la maternidad. Es más, una misma mujer la puede experimentar de diversas formas. No hay modelos universales, hay modelos cuyo fin es cuidar de los niños, otros donde la crianza se supedita al trabajo y al mercado y otros donde se da una cooperación y colaboración entre la madre y las alomadres (personas que ayudan en la crianza). Mostrando igualmente cada modelo variabilidad y tendencias. Pero lo que sí es universal es el instinto maternal y no es exclusivo de las madres biológicas.

¿Qué dice la ciencia?

Desde la ciencia explican el instinto maternal como un proceso prolongado que involucra factores biológicos y también psicosociales. Un proceso neuroendocrinológico que sucede en el cerebro, tal y como explica Elseline Hoekzema (investigadora postdoctoral en Psicología del Desarrollo y Educación) junto con su equipo, que han abordado una etapa vital de la mujer: la maternidad como diferencia de sexo por excelencia. En una ponencia que dio en Euromind, nos explicó los cambios duraderos que el embarazo causa en el cuerpo de las mujeres. Es evidente que los cambios físicos se aprecian a simple vista, pero para apreciar los cambios cerebrales, Elseline y su equipo compararon imágenes de resonancias magnéticas de 2 grupos:

  • Embarazadas, antes y después del parto, y sus parejas (hombres).
  • Grupo control de mujeres que nunca habían estado embarazadas y de sus parejas.

Constatando que la maternidad provoca una reducción duradera en determinadas zonas de la corteza cerebral, zonas que se vinculan con las relaciones sociales, que sirve para mejorar la empatía y la capacidad para proteger al bebé. Haciendo a las mujeres más inteligentes. Son cambios constatados durante al menos dos años con posterioridad al parto. Pero no tiene que interpretarse como una reducción en la eficacia cognitiva, sino como una ventaja adaptativa especialmente relacionada con la capacidad de leer y responder a las emociones de los recién nacidos.

 

Las células fetales pueden colonizar la sangre de la madre, llegando incluso al cerebro y convertirse allí en neuronas. Teniendo una delegación del feto en el cerebro de la madre

 

En una línea similar, ya Gregory Cochran planteaba que los fetos intercambian células con las madres. Las células fetales pueden colonizar la sangre de la madre, llegando incluso al cerebro y convertirse allí en neuronas. Teniendo una delegación del feto en el cerebro de la madre. Demostrando cómo los embarazos cambian el cerebro de las mujeres.

Por su parte, para Sarah Blaffer Hrdy el instinto maternal reside tanto en la cultura como en la sociobiología humana. Esta antropóloga, dedicada a interpretar y comprender el fenómeno de la crianza con un enfoque comparativo y desde una perspectiva evolucionista, explica cómo hormonas como la prolactina y la oxitocina se relacionan con el aprendizaje de la madre para identificarse con su hijo. Incluso ha demostrado que no solo las mujeres que dan a luz físicamente tienen instintos maternales, pues las madres adoptivas experimentan también transformaciones neuroendocrinológicas similares.

Ahora bien, que el instinto maternal sea universal no quiere decir que todas las mujeres lo experimenten, ni lo experimenten del mismo modo, ni que todas estén preparadas para cuidar a su descendencia. Esto también se explica, en parte, desde la ciencia. El cerebro está compuesto de un mosaico de rasgos singulares. De esos rasgos, algunos se dan de forma más habitual en mujeres que en hombres y viceversa y otros rasgos tanto en hombres como en mujeres. Incluso dentro del grupo, esos mismos rasgos se muestran con mayor o menor frecuencia. Y es que estas variaciones biológicas no pueden entenderse al margen de la socialización pues, como Blaffer Hrdy constata en sus diferentes publicaciones, las estructuras sociales también han desempeñado papeles importantes y, concretamente, en nuestra comprensión de la maternidad y de la crianza. Esas estructuras sociales, junto con factores biológicos y psicológicos, evidencia cómo las madres se comportan de un modo bastante variable. Incluso algunas no es que no parezcan no mostrar preocupación por el bienestar de sus hijos, sino que son negligentes y violentas.

De lo sublime a lo monstruoso

Por imperativos biológicos y culturales, el poder de la mayoría de las mujeres (hay excepciones, claro está) reside en el potencial “femenino”, es decir, en lo emocional y sexual, y también en el potencial “maternal” (reproductor). En esos potenciales reside la idealización de la mujer. Por ello, es comprensible pensar que la denigración de la mujer se canalice a través de esos potenciales. Tal y como explica Estela Welldon (psiquiatra), en “Madre, virgen, puta. Un estudio de la perversión femenina”, las conductas violentas o incoherentes, la incapacidad para someterse a límites, la ausencia de referentes y un estilo relacional basado en deshumanizar al otro dan lugar a madres perversas. Madres obsesivas, negativas y castradoras. Fácilmente, la relación diádica madre-hijo puede transmutar en monstruosa cuando se dan carencias y se pierde el equilibrio que permite al niño crecer y a la madre seguir siendo mujer y, además, madre. Probablemente, el síndrome de Munchausen por poderes sea la expresión más potente de esa perversidad y permite entender el odio y la violencia de algunas madres hacia sus hijos. Como también el síndrome de la mala madre: esas madres o figuras maternas negligentes por acción u omisión y, a veces, maltratadoras, que “matan” al niño dando lugar a que “nazca” el monstruo (Ted Bundy, Ed Kemper o BTK).

No obstante, no sólo se da las posibles denigraciones de la maternidad desde dentro de la propia mujer que es madre, sino que desde la sociedad se denigra la maternidad y, por consiguiente, la mujer. Me refiero a ese feminismo antimaternalista que desvaloriza y acosa a la maternidad diciendo que esta niega la libertad de la mujer y, por ello, odian la fertilidad, odiando a la mujer y a lo femenino en general. Es un feminismo que proviene de Simone de Beauvoir, quien decía en El segundo sexo que las mujeres “encierran dentro de sí un elemento hostil, la especie, que les roe” y además que “la gestación es un trabajo fatigoso que no ofrece a la mujer ningún beneficio individual”. Los afines a ese pensamiento consideran la maternidad como un elemento de opresión y explotación donde la mujer, según justifican, es sometida y limitada en su independencia. Sin embargo, ¿qué mayor muestra de libertad puede ser el decidir ser madre en estos tiempos antimaternalistas?

Relo biológico vs. social

Este feminismo, además, parece hermanarse con el sistema económico y laboral pues todos, de un modo u otro, arguyen que la mujer con la maternidad pierde ventajas materiales, así como posibilidades de consumo y diversión. Claro, vivir en una sociedad en la que se mide el valor de una mujer y, en definitiva, de cualquier persona según el tipo de trabajo que desarrolla y de lo que genera en términos económicos es de esperar que esa misma sociedad denueste la maternidad. Pues *nuestro mundo laboral, con sus exigencias, no es compatible con la maternidad. Vivimos en una sociedad que es enemiga de los niños y el coste de tener hijos es muy elevado para las familias a todos los niveles. De ahí la tendencia social tan marcada a la hora de posponer la decisión de tener hijos y que responde a que no se suele alcanzar las condiciones laborales y personales (pareja, residencia, recursos, etc.) que se consideran “idóneas” para criar hijos.

 

Vivimos en una sociedad que es enemiga de los niños y el coste de tener hijos es muy elevado para las familias a todos los niveles

 

Ese aplazamiento creciente de la maternidad se viene observando en todas las sociedades avanzadas. Sumado a la falta (imposibilidad, más bien) de conciliación familiar y laboral, así como la precariedad, incertidumbre y rigidez del mercado laboral, barreras que dificultan la maternidad, se está dando un desfase entre el reloj social (edad preferible) y el reloj biológico (edad idónea). Es decir, se está dando una brecha entre el deseo (ser madre) y la realidad (descenso de fecundidad y natalidad). Hasta tal punto que criar se está convirtiendo en un privilegio y no en un derecho.

Y ¿qué ocurre cuando una mujer dice que no tiene instinto maternal, que no quiere ser madre? Francamente, no debería ocurrir nada. Pero es cierto que la sociedad incurre en tópicos como “se le va a pasar el arroz”, “no sabe lo que se pierde” o “hasta que no sea madre no estará completa”. Ni que decir que son ideas que me generan una mezcla entre vergüenza y malestar. Para la socióloga Alicia Kaufmann el deseo de progresar en el trabajo y la inestabilidad económica pesan mucho en la decisión de no vivir la maternidad. Cuestión que puede apreciarse en la última Encuesta de Fecundidad de 2018 del INE, en la que alrededor del 20% de las mujeres entre 40 y 49 años no tenían hijos. Y de esas mujeres, el 43% declaró no tenerlos porque no querían; el resto, aunque deseaban tenerlos no se dieron las condiciones para ello.

Tanto para las mujeres que no quieren ser madres como las que sí pero no pueden, como las que son madres pero no empatizan con el discurso predominante sobre lo que se supone que tiene que significar la maternidad es una cuestión sumamente compleja. Siendo la maternidad la realidad que más une y más divide a las mujeres, creando solidaridades y enfrentamientos (incluso ideológicos). Pero nadie debe ser madre o dejarlo de ser como un acto político, porque los niños no vienen a ser soldados de nuestras batallas ideológicas. Como tampoco debemos colocar la maternidad en los extremos (sublime o monstruosa) para reivindicarla o denostarla.

La maternidad, la gran encrucijada del género humano

Comprender la maternidad exige contextualizarla, y en la actualidad entraña aceptar que es un hecho biopsicosocial que es vivido personalmente, expresado culturalmente y representado política y económicamente como un contratiempo. También conlleva comprender que sustituir un paradigma por otro no es la solución, como tampoco lo es presentar la maternidad como un camino de rosas, para legitimarla, o como un sufrimiento, para denostarla. Pues aun habiendo elementos positivos para todas las maternidades, hay factores que hacen que lo que es bueno para una no lo sea para otra.

Por esa misma razón, no hay que caer en la falacia naturalista. Estudiar y entender la realidad no es lo mismo que justificarla. Pero tampoco hay que caer en la falacia moralista de negar la realidad que no encaja con los valores o ideología imperantes. Es necesario seguir estudiando los procesos de transformación neuroendocrinológicos que se dan durante la maternidad, pero sin olvidar los aspectos sociológicos, psicológicos y personales que interfieren en el proceso.

 

Vivir en una sociedad en la que hemos pasado del interés familiar al sentimiento individual hace imposible crear redes sociales de apoyo

 

Se puede ser una madre buena y nutricia y también una trabajadora productiva. Para ello, como se evidencia observando la historia evolutiva, lo podemos llevar a cabo con ayuda de otros, con la cooperación. Pero, ¿cuántas madres pueden contar con apoyos a diario? Vivir en una sociedad en la que hemos pasado del interés familiar al sentimiento individual hace imposible crear redes sociales de apoyo. Posiblemente estemos ante la generación de madres menos acompañadas en la crianza y, sin duda, tiene repercusiones a todos los niveles.

La maternidad, como toda vivencia humana, es bipartida porque todo lo excelente tiene una dosis de miseria y dolor, siendo así conflictiva. Como hecho no cultural causa impactos sociales. Es más que dinero, aunque dejar de recibir un salario para cuidar tiene un valor monetario. Pero tampoco es cuestión de esperar todo de las instituciones y partidos políticos, sino buscar la acción directa defendiendo los vínculos internos de las familias por encima de los vínculos con el Estado. Urge situar los cuidados en el centro de la ciudadanía, tendiendo vínculos de apoyo incluso con las personas que no piensan como nosotros mismos.

La maternidad, como experiencia sustantiva de la vida humana, es un estado de desdoblamiento en el que la mujer es sujeto de sí misma y, al mismo tiempo, objeto (espacio) para el otro (hijo). Pero está siendo hostigada, manipulada y alterada desde múltiples frentes, perdiendo su autenticidad que reside en el hecho de ser un agente civilizador.

Seamos subversivos y ¿qué puede ser subversivo en la maternidad? Como dice Tania Gálvez:

“Tomar las decisiones personales guiadas por la ética personal en libertad, con información y responsabilidad, sean las que sean. Hacer respetar esas decisiones por los profesionales, sin agresiones o mutilaciones innecesarias, y aprender a pedir ayuda cuando la necesitemos. Conocernos y desde allí, en libertad y sin manuales de expertos (ya sean normativos o subversivos) poder vivir la sexualidad, la crianza, la vida en general. Esto no quiere decir que no haya que leer, aprender y debatir sobre estos temas, pero en la erótica y en las experiencias humanas en general, las teorías no sirven de mucho. Tenemos que construirnos nuestro propio mapa, nuestro propio camino. El papel de la persona que, supuestamente tiene más información, debería ser el de acompañar y proponer diversas posibilidades con un lenguaje lo menos técnico posible. No es fácil, es un verdadero arte conjugar todo esto.”

Por favor, no convirtamos la maternidad en un asunto de minorías porque la ausencia de la misma, por extensión de la crianza, es expresión material de una crisis civilizatoria de impredecibles consecuencias.

© Cuca Casado — Disidentia 2019